Un artículo publicado en 2003 en la revista American Journal of Human Genetics expone una curiosa hipótesis: que alrededor de dieciséis millones de hombres de Asia y Europa comparten el mismo material genético. Pero no cualquiera, sino un extraño linaje cromosómico «Y» con características inusuales, cuyo origen se sitúa en Mongolia hace cerca de mil años. La explicación pasa por aclarar que los marcadores del citado cromosoma se ajustan bastante con el momento y el radio de expansión del imperio mongol, por lo que dicho linaje correspondería a probables descendientes de la línea masculina del mismísimo Gengis Kan (por lo numeroso de su progenie), que se extiende desde Asia Central hasta el Pacífico.

¿Pero de quién estamos hablando cuando hablamos de Gengis Kan? Podemos pensar en la imagen de un niño nómada de cabellos rojizos, jugando, semisalvaje, en el bosque donde vivía desterrado con su familia tras la muerte de su padre. Ese niño, poco más tarde, demostró poseer la inteligencia y la brutalidad suficientes para cambiar el mundo.

Temujin (que después sería Gengis Kan) probablemente naciera en 1.162, en Mongolia, en un ambiente de guerras frecuentes ente tribus. Con nueve años, su padre es envenenado, y al intentar hacerse con el liderazgo de la tribu mongola a la que pertenecía, es expulsado del poblado junto a su madre y sus seis hermanos.

Muchas son las leyendas que le tienen como protagonista. En una de ellas su madre les explica a él y a sus hermanos, sirviéndose de unas flechas, que de la unidad nace la fuerza. Y esta será para siempre la máxima por la que se guiará Gengis Kan.

La estepa mongola estaba dividida por tribus rivales, enfrentadas entre sí, y lo primero que hizo nuestro personaje fue reunirlas a todas para vivir, cabalgar y luchar juntas, convirtiéndose en el líder del clan que arrasaría medio mundo.

De esta manera, en tan solo veinticinco años, los mongoles habían logrado el mayor imperio de la historia, superior incluso al que consiguieron los romanos a lo largo de cuatro siglos. Tras terminar con las tribus nómadas del suelo mongol, pasarían a gobernar China, acabando con algunas de las sociedades musulmanas más avanzadas de Asia Central. Y después llegaron a Europa (hasta Hungría), Rusia y la India.

Lograron, con ello, cambios importantes en varios países, posibilitados por el talento y la personalidad de Gengis Kan, sin el cual la expansión mongola nunca hubiera sido tal. Pero también dejaron a su paso el pánico y la destrucción, causando un número de muertes superior al que dejara la peste negra en Europa en la Edad Media.

Sin embargo, pese a la extrema crueldad que caracterizaba a estos ejércitos, los mongoles cambiaron el curso de la historia china, india, persa y rusa. Crearon un camino excepcional que unía China con el Mediterráneo, estableciendo así una ruta segura para el comercio de la seda, la plata y otras mercancías entre las civilizaciones de los distintos continentes.

Gengis Kan hoy es contemplado como un héroe nacional en el país donde nació, y como un ser sanguinario en otras muchas partes. Pero hemos de situar la leyenda en un período histórico difícil de definir fuera del mundo oriental, un mundo de guerreros movidos por el sentido de la lucha y el código del honor, de costumbres bárbaras y pensamiento primitivo que luchan por defender unos valores que tal vez no podamos entender. Y, de entre todos ellos, un personaje mitificado hasta la saciedad que, como muchos otros (léase, por ejemplo, el Cid Campeador), sale triunfante de cada una de las adversidades que el destino le depara para alcanzar la perfección absoluta.

Ese es el hombre del que procedemos.