Las vidas de Juan Pablo Castel, el obsesivo pintor asesino, y de María Iribarne, su amante víctima, me cautivaron. A través de su historia, narrada en la novela El túnel, establecí contacto con el autor de ese texto: Ernesto Sábato Ferrari (Argentina, 1911-2011). En poco tiempo leí de un tirón las otras novelas del escritor: Sobre héroes y tumbas, el genial Informe sobre ciegos, ahí contenido, y Abaddón el exterminador. Estas lecturas las realicé hacia finales de los años setenta y principios de los ochenta del siglo XX. Estudié, además, algunos ensayos de Sábato como Heterodoxia, Uno y el Universo, El escritor y sus fantasmas, Hombres y engranajes, y leí a Jean Paul Sartre, el existencialista francés, a Albert Camus –también existencialista– y algunos libros de Simone de Beauvoir, Martin Heidegger, Karl Jaspers, Gabriel Marcel y Ortega y Gasset, quienes también ejercieron alguna o mucha influencia en Sábato.

Matilde

En Antes del fin, ensayo escrito por Sábato poco antes de fallecer, desfilan la infancia y adolescencia del escritor, su afición a la pintura, a la literatura, a la física y a la matemática, sus reflexiones sobre la condición humana, sus críticas a los totalitarismos de todos los signos ideológicos y su adhesión al ideal anarquista de un orden social espontáneo, libre y sin Estado, lo que le valió no pocos insultos, pero Sábato, en su deliberado aislamiento siempre se mantuvo firme sobre sus pies, a los que se acercaron un día de maravilla los de Matilde Marta Kusminsky-Richter, la joven que decidió vivir y amar junto a él para luchar contra la dictadura del general José Félix Uriburu, y vencer todas las formas de fanatismo y tiranía

Dos amores fundan dos universos

Aquellos años de febriles aventuras políticas e ideológicas llevaron a Sábato hasta los terrenos del materialismo filosófico, pero tal cercanía no duró mucho debido a dos razones: el rechazo al dogmatismo y al sectarismo políticos, originado en su pasión por la ciencia y en el arraigado sentido de la libertad; y su tesis, por completo contraria a la ortodoxia del materialismo clásico, de que toda política totalitaria es una seudo-religión disfrazada de ciencia, un ídolo sediento de sangre y sacrificios. En estos planteamientos Sábato coincide con muchos intelectuales de su tiempo, en particular con Jean Paul Sartre y Albert Camus, este último con más radicalidad que Sartre, porque para el autor de La peste, El mito de Sísifo y El hombre rebelde, el materialismo filosófico no se aplica ni a la historia ni al Cosmos.

Tomando como base sus agudas observaciones críticas respecto a la vida en sociedad, el impulso anarquista y el énfasis en el existencialismo, Sábato –encontrándose en París- profundizó su gusto por la ciencia, el arte y la literatura. Regresó a Buenos Aires, se doctoró en Física y Matemática y mantuvo incólume su apego a la libertad creativa. En ese momento el escritor se debatía entre dos amores que para él eran irreconciliables –la ciencia y el arte-. De uno de estos amores (la ciencia) se deriva el universo de la Física y la Matemática, y del otro (el arte) nace el universo de la belleza, los símbolos, el gozo, la expresividad emocional y el placer. Se trata –así creía Sábato- de realidades diversas y divergentes, irreconciliables.

El creador de Apologías y rechazos –permítaseme discrepar del maestro- no fue capaz de comprender la complementariedad de la ciencia y el arte. No se percató, a pesar de su aguda mirada psicológica, de que ambas dimensiones son rostros de una misma realidad que las une, más honda y decisiva –la persona- en la que se sintetizan el Eros (amor-afectividad) y el Logos (ciencia-tecnología). El ser humano no es solo racionalidad lógico formal, lógico matemática y lógico simbólica; también es amor; y es al vivenciar esa unidad del amor y el conocimiento cuando se alcanzan momentos de lucidez intelectual y de felicidad. La palabra «vivenciar» es fundamental porque refiere la primacía de la experiencia sobre la teoría. La más simple de las experiencias es más profunda que la mejor de las teorías

De la ciencia al arte

En 1938 el escritor llega por segunda vez a Francia, junto a Matilde y su hijo, Jorge Federico. Se instala como investigador del Laboratorio Curie, pero al poco tiempo comunica a sus amigos que en lo sucesivo dedicará sus energías no a la Física y a la Matemática, sino al arte y a la literatura. No se puede, pensaba Sábato, encerrar la condición humana en teoremas y números; si bien la matemática y las ecuaciones, la economía y la política –razonaba- son importantes, nada supera a la creatividad artística. Desde su ángulo de visión Sábato creía que en el hipotético caso de que Dios exista, no es un átomo o una energía vibratoria, no se trata de un científico, ni del Dios de los infalibles representantes de Dios. El Dios al que Sábato otorga alguna verosimilitud existencial es un artista que saca de sí mismo los mundos al jugar con la belleza, y que consuela y acompaña en la tragicomedia que es la historia humana. Al morir, Sábato deseó despertar en ese Dios artista que imaginó.

En su decisión de ser escritor y artista, tomada alrededor de 1945, influye el existencialismo, el ideario anarquista de la libertad y el surrealismo de André Breton y sus seguidores. Bastaron unos pocos años para comprobar las extraordinarias dotes de fabulador y contador de ficciones de Ernesto Sábato, su obra fue admirada por Thomas Mann, autor de La montaña mágica, y por Albert Camus, quien en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de 1957 denunció lo mismo que Sábato denunciaba: la «historia corrompida de revoluciones fracasadas, técnicas enloquecidas, dioses muertos y extenuadas ideologías».

El ser humano sólo cabe en la utopía

El 30 de abril del año 2011 falleció Sábato. En ese momento su ser ingresó en el vacío de la Nada a la que desde una perspectiva descreída se le puede calificar como la noche eterna del eterno olvido, pero que también, desde otras experiencias, es un pasar, un transitar, el último momento del espacio-tiempo desde donde se realiza la plenitud de sentido que habita “una luz inaccesible”. Estas dos alternativas desgarraron la vida de Sábato hacia el final de sus días, y él nunca eligió de modo claro alguna de ellas, pero siempre se definió como un buscador del Absoluto, alguien que anhelaba al «completamente Otro» de este mundo en bancarrota de ideologías, egoísmos, publicitadas mentiras y guerras. Antes de su muerte el escritor experimentó dos anticipos que le hicieron desear otra vida y otro universo donde recuperar el abrazo y la mirada de los seres amados: el trágico deceso de su hijo Jorge Federico, y la larga agonía de Matilde, la mujer que en los años de juventud y piel ardiente le susurró al oído el verso de Jorge Manrique:

«Cómo se pasa la vida / como se viene la muerte / tan callando / cuán presto se va el placer…».

En Antes del fin, Sábato dejó un mensaje de esperanza. Ahí se lee que «en tiempos oscuros nos ayudan quienes han sabido andar en la noche», que el ser humano «solo cabe en la utopía», en el ideal, porque de lo contrario es el animal más perverso y siniestro que existe en el Universo, y que «siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras (…) nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades» de la manipulación, de las ideologías y de la maldad.