La inmersión en la vasta obra fotográfica de Paz Errázuriz (Santiago, 1944) apela continuamente al contexto político y social de Chile. Ya desde los años setenta, tras el golpe de estado de Pinochet y el establecimiento brutal de la dictadura, su mirada buscó en las calles las respuestas al ensordecedor silencio. Y las encontró a lo largo de los años en los rostros captados en blanco y negro de muchos individuos que no encajaban con las normas de comportamiento tradicionales: personas desprotegidas que dormían al raso, hombres y mujeres recluidos en psiquiátricos, miembros de circos pobres, travestis perseguidos por la policía...

Este compromiso social y colectivo se vio también reflejado en la decisión de fundar, en 1981, junto con compañeros de profesión, la Asociación de Fotógrafos independientes (AFI).

Su recorrido en nada resulta convencional: de formación autodidacta, Errázuriz se lanzó al uso de la técnica fotográfica sin referentes ni modelos movida por la necesidad imperiosa de explorar aquellas realidades humanas orilladas de las representaciones hegemónicas. A medida que avanzaba en su trayectoria, la fotografía documental que había creado fue sin duda el fruto de un método de trabajo poco frecuente basado en la convivencia con los individuos retratados, en la confianza generada por el roce humano, en el tiempo compartido, en el respeto mutuo.

La llegada de la democracia a su país, desde 1990, no mermó la capacidad indagadora de Paz Errázuriz. Su conciencia feminista, puesta de manifiesto en la década anterior, le indujo a emprender una serie dedicada a visibilizar el trabajo de las mujeres chilenas. Fue también en ese momento cuando conoció a Jérawr-Asáwer, una descendiente pura de la etnia fueguina kawésqar con quien mantuvo una intensa relación de la que surgiría la serie Los nómadas del mar, en la que plasmó retazos de vida de una población y una cultura indígenas en vías de extinción.

En su producción más reciente de Paz Errázuriz sigue abordando asuntos espinosos e historias singulares. Es el caso de un conjunto de fotografías que abordan el transcurrir diario de personas con acromatopsia, La luz que me ciega, y también el de la serie en color dedicada a la prostitución femenina, Muñecas, frontera Chile-Perú.

La mirada de esta artista destaca sobremanera por adentrarse en los recovecos más incómodos de la cotidianidad chilena, produciendo una micropolítica de la imagen en la que asoman un sinfín de sujetos cuya experiencia vital, desplazada de la centralidad mayoritaria, interroga al espectador rompiendo sus esquemas.

La exposición reúne más de 100 obras (fotografía y vídeos) y documentos que permiten recorrer de forma retrospectiva las distintas secciones que lo componen, ordenadas de forma cronológica y temática.