El mejor amigo del escritor es un buen diccionario, lo que también es válido para el lector. Hace años atrás, me molestaban porque leía diccionarios o los consultaba con avidez. Me gustaba pasar horas hojeándolos, consultando palabras y descubriendo nuevas. Con el tiempo llegué a tener una colección en varias lenguas, bilingües y de varios tipos. Diccionarios de sinónimos y antónimos, etimológicos, ideológicos, como el de Julio Casares, o de uso, como el de María Moliner. El Robert en francés, el Zanichelli en Italiano, el Webster en inglés o el diccionario de la lengua danesa en 30 tomos.

Mi pasión era entender cómo se construían las palabras. Piedra, empedrado, petrificar, petrificación, petrificante, apedrear, apedreamiento, petróleo, qué significa aceite de piedra, petrolífero y así hasta el infinito, siguiendo alteraciones, saltos y desplazamientos de significado. Pedro tiene su origen en piedra y nos recuerda Petrus en latín, Pietro en italiano, Pierre en francés. En danés existen dos nombres propios con el mismo significado: Sten/Steen, que significa literalmente piedra y Peter, que es la versión importada del latín, que también existe como Peder y de allí los apellidos: Petersen y Pedersen, «hijo de Peter (o Peder)» respectivamente. En alemán se usa el nombre femenino Petra que, en su dureza, evoca inexorablemente su origen.

Pero volviendo atrás y evitando más excursos, aconsejo a todos, consultar un diccionario todos los días por unos pocos minutos. Al hacerlo se descubre un universo lleno de sorpresas, que además os ayudará a expresaros y pensar mejor. La lengua es un bosque de palabras, con sus reglas, convenciones, preferencias y fobias. Nos condiciona mentalmente y el único modo de superar esta limitación es conociéndola mejor y, sobre todo, en sus elementos básicos, las palabras, que son etiquetas, pero también reflejos, que nos muestran el mundo exterior y lo alteran al mismo tiempo, como cuando usamos un color para describir un objeto.

Verde es una categoría relativamente amplia con una variedad de tonos que reducimos simplemente a «verde», como también lo hacemos con el azul o el rojo. De cada uno de estos colores existen tantos matices que a menudo no sabemos distinguirlos, insinuándonos la distancia entre la etiqueta y el objeto al cual nos referimos, como violeta, fucsia, magenta o purpura. El fucsia está poblado de sus propias variedades: fucsia antiguo, fucsia crayola, fucsia de moda, fucsia francés, fucsia neón, fucsia profundo, fucsia rosa o fucsia royal y toda esta gama de posibilidades, me hace pensar, que cuando alguien dice «violeta» puede referirse a tantas posibles variaciones, que, en realidad, al no saber de qué tono se habla, tenemos solamente una idea general, que nos permite excluir y afirmar que probablemente no era rojo, ni blanco, ni verde, ni negro.

Por otro lado, el lenguaje y las palabras nos engañan. Creemos ver, por ejemplo, el mismo color, el mismo verde, cuando alguien dice: «verde». Mas nuestra percepción es personal y lo que en mí se refleja es siempre verde, pero mi verde no es idéntico al tuyo a pesar de que reconozco el tuyo como tal. Una persona puede percibir los colores de modo totalmente opuesto al nuestro y no nos daremos cuenta, ya que él dirá «verde» y para nosotros será verde y aquí tenemos el dilema, de no saber con precisión cuál es el objeto o atributo subjetivo del objeto.

Cuando alguien nos describe, con palabras, su realidad, podemos intuir de qué se trata, sentir y comprender. O quizás esto sea sólo una ilusión y la subjetividad se sobrepone a la objetividad. Afirmo que a pesar de no poder huir totalmente de la prisión de las palabras, conociéndolas bien, nos prepara pare eludir en parte la ilusión. Los diccionarios ayudan con otro problema: a salir de la palabra misma y pasar a su representación mental en los oyentes y concentrarnos en las asociaciones subjetivas, que le dan su significado. Y es así que la escritura se convierte en arte.