Mientras que en Grecia en los siglos VI, V, y VI a. C. hacían su aparición una pléyade de grandes pensadores como Tales, Demócrito, Jenófanes, Heráclito y varios más, hasta llegar a Sócrates, Platón y Aristóteles, en Asia brillaban otros, entre ellas algunas figuras extraordinarias, Lao-Tse, Buda y Confucio.

Confucio, pensador, filósofo, educador e investigador político, nació en China en el año 552 a.C., procedente de una familia de la antigua casa real de Yin y, sin embargo, vivió pobremente, ya que parte de sus parientes y los nobles del estado de Sung fueron asesinados y la familia de él perseguida, por lo que tuvo que huir a otra ciudad y trabajar para subsistir. Sus enseñanzas han llegado hasta nosotros gracias a las charlas que Confucio dio a sus discípulos, así como las discusiones con ellos recogidas en sus Analectas. Ahí se muestra como uno de los más grandes humanistas que han existido.

Su maestro fue el famoso filósofo Lao-Tse. Que dudaba del valor de la cultura existente y la civilización exagerada: sugería el retorno a la simplicidad y a la naturaleza (siglos después en Francia, el filósofo Rousseau trató de poner de moda ese retorno, sin lograrlo). Gracias a su formación y cultura, acudieron a él muchos jóvenes, para aprender de su sabiduría, por lo que se convirtió en su maestro, cobrando por enseñar y educar, pues necesitaba tener ingresos para vivir (por esos tiempos, en Grecia, un grupo de filósofos llamados sofistas, encabezados por Protágoras, educaban a los jóvenes ricos, cobrando por las enseñanzas).

La finalidad de su enseñanza era lograr formar buenas personas y ciudadanos, que los jóvenes aprendieran a ser tolerantes, que amarán al prójimo y en general ayudarles a mejorar la conducta para que la sociedad se desarrollara mejor, ya que en esos tiempos existía una crisis social y moral en China, con corrupción en el gobierno y tiranía en el imperio, y continuas luchas entre señores feudales.

Él señalaba que el pueblo obedecería con gusto (se volvería dócil, aunque rechazaba la tiranía), encumbrando al poder a los hombres rectos para que hagan presión sobre los torcidos, ya que, para él, gobernar significada obrar bien, ya que, el Estado existía para buscar el bien de los gobernados. Consideraba que el alma humana había sido dotada de bondad por el Cielo, y si el hombre recibe educación y aprende una disciplina interna de mejoramiento moral, en especial contando con grandes ejemplos, se inclinará a la benevolencia, la buena fe, la rectitud y el respeto a los demás, a su propia familia y a sus antepasados. Pero como los políticos y gobernantes eran corruptos y por eso no eran capaces de buenos ejemplos, se hacía necesario que los primeros maestros fueran los padres y luego los maestros. Él no logró atraerse a los príncipes de su época, pues proclamaba que la nobleza no procedía del nacimiento, sino de la superioridad moral, y dejaba abierta la puerta a la rebeldía contra los gobernantes inmorales.

Si la sabiduría y la capacidad para gobernar podían reunirse en una misma persona, desaparecerían las dificultades del imperio, además, el personal al servicio del Estado debería seleccionarse mediante oposición, escogiendo a los mejores. Pero comprendía que lograr un cambio en todos los hombres tratando de que fueran virtuosos no era fácil. Los príncipes, que gobernaban, deberían ser los primeros en esto (en la sociedad actual los presidentes), para brindar un modelo de sociedad y facilitar así la reconstrucción y el orden.

El problema es que lograr que las personas fueran morales no se hereda (como era el caso de los nobles antes o de los políticos actuales), y la virtud se conquista con la educación y no se recibe de ningún dios. La soberanía del hombre es la fuente del descubrimiento y la concreción de la armonía. Yo considero, decía él (posteriormente Aristóteles opinaría parecido), a la sociedad como una organización política fundada en la comunidad, el trabajo obligatorio y el respeto, y, con la familia como célula unitaria, así como la organización política está fundada también en la comunidad y el respeto al pueblo. Esa sociedad sustenta a ancianos, débiles y niños, donde todos deben intervenir en la producción según sus fuerzas y habilidades, y regula el consumo de manera que puedan librar sus necesidades (siglos después, Carlos Marx señalaría algo parecido).

Cuando un alumno le preguntó: «¿qué piensa usted de la muerte?», contestó:

«si no conoces la vida, ¿cómo quieres conocer la muerte? Yo no me ocupo de problemas religiosos específicos, pero recomiendo a la gente cumplir con los rituales en que cree».

Él insistía que no recomendaba ninguna religión, ya que su inquietud no estaba relacionada con la fe o la religión entre los hombres y los seres sobrenaturales, sino sobre los problemas éticos y sociales de los humanos en la Tierra: «Mi sabiduría está a nivel de la vida». Algunos consideraron el confucionismo como una religión, pero la realidad como vimos es que sus enseñanzas tenían fines puramente educativos y filosóficos, fue un gran humanista, no un religioso. A su muerte se levantaron templos en su honor y se organizaron cultos y distintas formas de veneración, algo que jamás impulsó.

Él siempre sostuvo la soberanía del ser humano y lo colocó como fuente del descubrimiento y de la armonía una vez que se educara. La confusión estuvo en que, en una oportunidad en que sus discípulos le dijeron que estaba en peligro porque un gobernador lo perseguía, el respondió:

«T’ien me cubrió con su fuerza, así que, ¿quién puede algo contra mí?»

Pero no se refería a una divinidad llamada Ti (Señor de lo alto), sino solo al T´ien conocido como el Cielo. Él nunca habló de una divinidad superior que premiara a los que obedecían o castigara al desobediente (como se señala en las grandes religiones).

Sus enseñanzas lo convertían en el primer laico entre las grandes figuras de la historia, pues no tenían que ver con la religiosidad, sino con la benevolencia, la tolerancia y el amor para con sus compatriotas y la humanidad. Él siempre creyó en la esencia creadora de la naturaleza humana. Nunca tuvo en mente que un señor en el alto del mundo dictaba sus veredictos, para él era el hombre quien labraba su destino (el poeta Antonio Machado debió leerlo), y esto lo lograba al auto cultivarse, amando al prójimo y a la naturaleza y ayudando a mejorar la sociedad donde vivía. Sugería estudiar el pasado para pronosticar el futuro. Parece que todas las épocas, los hechos y las crisis, se repiten periódicamente en el mundo nuestro (el poeta Santayana debió conocer esto).

Su sistema moral está basado en el respeto a los mayores, a la tradición familiar y nacional, que exaltaba la fidelidad y una concepción de la vida que en el último término se orienta hacia el beneficio de la sociedad, el cual debe estar por encima del individuo para lograr la armonía social. Él fue una orientación para los sabios y maestros de China, Japón, Vietnam, Corea, etc. Esta filosofía dio las bases para un sistema conocido como colectivismo, que en esa época daba gran estabilidad a la sociedad. Incluso podría explicar en parte el éxito de la revolución comunista, sin embargo, de Mao Zedong, que declaró al Gobierno chino ateo, prohibió sus enseñanzas mientras tuvo el poder en China. Posteriormente, en la segunda mitad del siglo XX, fueron permitidas y en cierta forma han contribuido al orden existente en la sociedad comunista de la China actual.

Para él, lo esencial no era determinar si el hombre es por naturaleza bueno o malo. Lo importante era darle la oportunidad de educarse en forma práctica para adquirir el conocimiento y lograr que se superara. Lo importante es que el hombre quiera instruirse, que tenga anhelos propios, que no sólo acepte la verdad reconocida, sino que la convierta en hechos. La mayor gloría del hombre no está en no caer jamás, sino en levantarse cada vez que caigamos. Consideraba que las virtudes fundamentales para el hombre eran: la bondad, que produce alegrías y paz interior. La ciencia, que disipa la todas las dudas. La valentía, que ahuyenta todo temor. La verdad, hay que descubrirla en todo su contenido. La virtud, para ser sinceros y cooperadores y La moral, personal para una conducta correcta, entre otras.

La organización de la humanidad tal como Confucio la deseaba era una ideal a lograr. Sus enseñanzas respecto al altruismo (hoy sabemos que existe un gen o predisposición genética a esto), que tenía un colectivo de cooperación y ayuda a los otros, se convirtió posteriormente en una teoría sobre el amor universal para todas las clases sociales y todos los individuos. Sus ideas impregnaron posteriormente a filósofos, políticos y hasta profetas de todas las épocas, sobre todo si nos acordamos que afirmaba: «Las formaciones políticas, sociales y económicas, no son privilegio de una sola clase social, sino que existen para todas». La voz del pueblo es la voz de Dios, frase que emplean muchos juristas y políticos; y, otra muy conocida es la de que todo ha de hacerse por y para el pueblo, palabras que Abraham Lincoln haría celebres siglos después.