Doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921), conocida como La Condesa de Pardo Bazán, según la rúbrica literaria de sus novelas y crónicas, fue un personaje señero de la literatura española de fines del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. En nuestra casa materna estaban sus novelas Los Pazos de Ulloa y La Madre Naturaleza, concebidas como una saga a través de la cual su autora intenta mostrar la realidad de la vida rural de Galicia en la localidad de Ulloa, A Coruña, en las postrimerías del siglo XIX, centrando la trama de la novela en un pazo: casa solariega o mansión rural; nunca «palacio», como suelen mal traducir quienes desconocen la lengua gallega.

Ambas narraciones han sido consideradas por los críticos dentro de la corriente del realismo naturalista, cuyo principal exponente universal fuera Emil Zola, cuya obra conocía muy bien la Pardo Bazán, quien aseguraba haberla leído en francés. No obstante, las dos novelas de la escritora de origen gallego poseen rasgos y componentes barrocos y aun góticos, propios de esos rincones aldeanos de Galicia que mantuvieron, hasta promediar el siglo XX, relaciones socioculturales y económicas de clara estructura medieval. La Pardo Bazán, en el esfuerzo estético por graficar esa realidad campesina, incurre en caricaturas humanas y lingüísticas, puesto que construye un léxico arbitrario y castellanizado para que el lector no gallego pueda entender la lengua que Rosalía de Castro había comenzado a recuperar con dos décadas de antelación. Esta contradicción o choque de épocas está muy bien desarrollada en Los Pazos de Ulloa, sobre todo, y revela también el desacuerdo (diglosia) entre la lengua de los señoritos y burgueses (castellano) y el idioma campesino de los siervos de la gleba (gallego), discordancia que hubo de enfrentar doña Emilia cuando afirma «haber optado, para su carrera literaria, por el idioma castellano, debido a su carácter más universal que la lengua gallega».

Este propósito disimula o esconde una verdad más honda: doña Emilia, merced a su posición de clase, no dominaba la lengua gallega ni se identificaba con ella más allá de una actitud de simpatía folclórica, entendida como esa visión «de mayor a menor» que suele imbuir a los paternalismos de todas las épocas.

Por otra parte, su dominio del castellano le permitió acceder a un lugar acreditado entre sus contemporáneos de las letras hispanas. Así, en prestigiosos medios de prensa internacionales, como el diario La Nación de Buenos Aires, fue, a lo largo de tres décadas (fines del siglo XIX y primeras dos décadas del XX), una «firma» o «pluma» destacada, como entonces se decía, entre otros célebres autores de la talla de Miguel de Unamuno y Vicente Blasco Ibáñez… Hoy, nuestros periódicos carecen de «plumas», pero son abundantes en «plumíferos».

A comienzos de este siglo XXI, la Diputación Provincial de A Coruña hizo posible la publicación, en dos tomos, de La Obra Periodística Completa en la Nación de Buenos Aires, recopilada e introducida por Juliana Sinovas Maté, distinguida académica de origen burgalés, traductora, estudiosa de filología y periodismo de cultura (asimismo, experta en estudios de contabilidad). Mil quinientas páginas de crónicas y artículos de variada índole, publicados en el periódico de la capital del Plata bajo el título genérico de Crónicas de España, donde nuestra condesa hace gala de su conocimiento de la realidad cultural y política de España, declarándose «patriota y católica», dos atributos que en su tiempo no eran análogos, necesariamente, a posiciones reaccionarias, como suele ocurrir hoy en día entre los propugnadores de un neofranquismo «católico, unitario y nacional».

De hecho, doña Emilia declara, en 1915:

«Feminista y radical he sido yo, siempre. No pocos actos de mi vida lo demuestran. Jamás he creído que si pago mi contribución como el hombre, mi sexo me incapacite para votar y hacer las leyes mediante las cuales se me impusieron esos tributos que religiosamente satisfago. Tampoco ha podido caber en mi cabeza que si soy apta para un puesto, mi sexo me excluya de él. La mayor injusticia secular que existe en el mundo es la inferioridad legal de las mujeres.

[...] .

» La democracia –lo dicen las mismas señoras pacifistas- no merece tal nombre si no inscribe, en primer término, entre sus principios fundamentales, el derecho de la mujer, igual al del varón… En España he conocido yo casos sumamente curiosos de hombres de avanzadísimas ideas que ponían en solfa o reprobaban escandalizados toda tendencia favorable a la mujer, y seguían no viendo en ella otra ‘misión’ que la de espumar el puchero y recoser los calcetines».

Esto fue manifestado y escrito hace un siglo, pero a juzgar por los altos índices de la actual y constante violencia de género que ponen en entredicho la democracia española (y la nuestra, chilena, por supuesto), hay todavía muchos varones en la Península que siguen viendo y considerando a la mujer como ente subalterno, sujeto a la potestad del varón y al arbitrio de sus impulsos machistas, desde las relaciones sexuales hasta las interacciones en el mundo laboral.

Mi intención, atento lector, ha sido expresar aquí, a propósito de la obra periodística de una escritora admirada y reconocida, mis inquietudes respecto a la pervivencia de las lenguas minoritarias en España, dilema latente en las comunidades «con carácter de nacionalidad histórica» (Galicia, Cataluña y el País Vasco), como consagra la actual Constitución española, y que, pese a los considerables esfuerzos desplegados por la Xunta de Galicia, a lo largo de casi cuatro décadas, el deterioro creciente del universo hablante de la lengua de Rosalía deja al desnudo la inoperancia de las actuales políticas de defensa de la lingua Nai frente a la imposición, avasalladora e incontrarrestable, del «español»… o «castellano», como elijo decir.

Doña Emilia declara su preferencia lingüística sin lugar a equívocos, expresando su admiración por la castellana lengua, de un modo ditirámbico e hiperbólico significativo. Me recuerda a Pablo Neruda, en Confieso que he vivido, sus memorias póstumas, cuando agradece el legado idiomático de los «conquistadores torvos», los cuales «se llevaron el oro y nos dejaron el oro; nos dejaron las palabras». Por su parte, la hija de Meirás afirma:

«La lengua castellana tiene, para el escritor, no pongo defectos, baste decir dificultades arduas. Para expresar lo abstracto y lo que se relaciona con la investigación intelectual, no vacilo en dar preferencia a la alemana, cuyos recursos me asombran. El italiano, el portugués, el gallego, son más eufónicos que el castellano… Dejando a un lado lo eufónico y metafísico (nadie ignora cuánto se nos ha regateado la gloria de haber producido cosecha de filósofos), la lengua castellana es realmente bellísima, entonada, caudalosa, noble, concisa, lapidaria, maliciosa, desenfadada, gráfica; y si así no fuese, no se ufanaría de tan excelsos escritores… El instrumento no puede sino ser magnífico, cuando suena de diversos modos y siempre admirablemente».

No menciona doña Emilia -¡tan españolista ella!- los innumerables aportes que Latinoamérica ha entregado a esta lengua, seca, adusta y algo bárbara en sus comienzos, tornándola más eufónica y expresiva durante quinientos años de imposición como única en los vastos territorios del imperio, cuando, unida a la cruz implacable del catolicismo, apagó las otras lenguas de ancestrales etnias nativas, sustituyéndoles, a sangre y fuego, la prosodia y los dioses. En nuestro Chile, ya han desaparecido por completo las lenguas aoniken, chono, kunza, selknam, kakán o diaguita; y están casi extinguidas el kawésqar y el yagán. Por su pervivencia desesperada, lucha el mapudungun, la lengua metafórica de los Mapuche, preterida y avasallada por los gobiernos mestizos de Chile, junto a su pueblo, ahora bajo la tutela policíaco-militar de los terratenientes y de las empresas forestales.

En Chile, salvo un puñado de poetas, no existen escritores que hayan plasmado o escriban sus obras literarias en el idioma vernáculo. No así en España, donde autores aún más destacados y universales que la condesa de Meirás han escrito en el idioma de sus comunidades, como ha sido el caso de Josep Pla, el mejor prosista catalán del siglo XX, cuya vasta producción fuera escrita por completo en catalán y traducida, con singular éxito de público lector, al castellano y luego a otras lenguas europeas. Pla no adscribió a ninguna causa independentista; fue, incluso, hostil a la República, más por temperamento individualista y aristocrático –en sentido de elitismo estético- que por adherir al franquismo o a tendencias monárquicas y clericales. Me declaro admirador de su dietario o Cuadern Gris (El Cuaderno Gris); asimismo de su delicioso libro de crónicas transeúntes Viaje en Autobús, aunque no esté yo capacitado para leerlo en la lengua de Cataluña, pues las traducciones siempre pierden mucho del ritmo y de la frescura original. Otro caso ejemplar es el del gallego Manuel Rivas, considerado hoy en día uno de los mejores narradores europeos, quien escribe en lengua gallega, siendo asimismo traducido a otros idiomas. Cabe mencionar también a Luis Méndez Ferrín, el notable orensano de quien he leído sus notables narraciones en la lengua de mis ancestros gallegos.

«Bueno, Moure, pero usted escribe exclusivamente en castellano, cabe decir en 'español'».

«Cierto. Mi idioma de cultura ha sido el castellano; el gallego que resonaba en mí en la infancia vine a aprenderlo tardíamente. Aun pudiendo escribir una que otra crónica y de hablarlo con alguna propiedad -en Chile es muy difícil practicarlo, pues no hay sino hablantes excepcionales en sus núcleos asociativos-, no me encuentro capacitado para desarrollar un texto literario sólido en galaico-portugués».

«Nuestro común amigo, el orensano Antonio Estévez, que vive en Chile desde niño, me ha hecho llegar, a propósito de la lengua gallega, un informe preocupante de la RAG (Real Academia Gallega), cuyos puntos principales le sugiero insertar en esta crónica».

De contado. Aquí va, traducido por un servidor:

Los mapas y las cifras muestran que el uso del gallego diminuye a gran velocidad en las áreas urbanas y semi-urbanas, sobre todo en las comarcas de Vigo y A Coruña, mientras que se mantiene o diminuye, en menor medida, en las zonas rurales, que a su vez pierden población de manera acelerada.

«No pretendemos contribuir a un discurso pesimista sobre el futuro del gallego, pero no podemos omitir los riesgos que corre 'nuestro idioma'», -agrega Henrique Monteagudo (Presidente de la RAG) en la introducción al estudio.

Con todo, el informe refleja una sociedad bilingüe con una ‘vitalidad incuestionable’ de la lengua gallega. Hay 1,3 millones de gallego-hablantes habituales, con porcentajes mayores que los del eúscaro y el catalán en sus respectivos territorios. Entre la población general, el perfil más frecuente es el de las personas que emplean como lengua habitual el gallego (31 %) o tanto el gallego como el castellano (42 %). Del mismo modo, los datos del CIS de 2016 muestran que el gallego es la lengua materna del 44,7% de las personas de 18 o más años, frente al 30,7% de quienes tienen como lengua inicial el castellano, o el 23,6% con ambas.

No obstante, al mirar hacia la población más joven, desde los 5 años y hasta los 65, la lengua inicial mayoritaria empieza a ser el castellano (38% frente al 34% del gallego y el 28 % de ambas), que es también el idioma que emplea habitualmente una mayor proporción en este amplio segmento de edad que cuenta con las generaciones más jóvenes.

El equipo autor del estudio detecta, de igual manera, «un proceso acelerado de monolingüización en castellano, a un ritmo que no preveían los resultados de estudios demo-lingüísticos previos».

Y las causas hay que buscarlas, según este trabajo, en la «escasa presencia» del gallego en la socialización secundaria; es decir, en las relaciones en el ámbito escolar y en determinados contextos urbanos y semi-urbanos.

Conclusiones que son pesimistas, en realidad, y que coinciden con lo dicho hace más de una década por el maestro Xesús Alonso Montero, en Santiago de Compostela:

«Moure, tal como van as cousas, no ano 2050 haberá moi poucos galegofalantes».

«Y usted, ¿así lo cree?»

«Por desgracia, sí…»

El mismo Antonio Estévez, luego de recibir mis opiniones respecto del estudio señalado, me responde con argumentos similares a los expresados por el escritor Guido del Valle, una suerte de filósofo de la genética que cree en la globalización como estado inexcusable y futurista del progreso humano. Escuchemos a Estévez Martínez:

«Interesante lo que dices, Moure, y tiene sentido. Fíjate que estoy leyendo a un filósofo alemán de origen coreano, Byung-Chul Han, que en términos hegelianos explica muy bien esta situación, que es global y sistémica. Si quieres conocer sus presupuestos, te recomiendo Psicopolítica y la expulsión de lo distinto… Hasta donde voy en su estudio, lo encuentro un profeta de la post modernidad».

«A mí no me vengan con profetas, mucho menos si se visten con el equívoco ropaje de la ciencia futurista, pues sigo creyendo que la riqueza de la cultura está en la diversidad de sus expresiones y no en la uniformidad cacofónica que los poderes de este mundo pretenden imponernos».

«Al escucharlo, Moure, no puedo sino sentir que es usted un defensor a ultranza de causas perdidas».

«En eso acierta. Para mí, las perdidas son las únicas causas por las que vale la pena luchar sin claudicaciones».