Nuestro amigo Edmundo Moure ha tocado un tema a mis ojos más que importante, vital, en una nota titulada ¿Para qué sirve la filosofía? . Es imposible no recoger el guante, no exponer algunas ideas al respecto, en un periodo histórico en el que tanto se desprecia el pensamiento, la reflexión, las disquisiciones teóricas y su relación con la realidad, mientras se enseñorean en los medios de comunicación y en las universidades el lavado de cerebro, la manipulación y el bourrage de crâne.

Tampoco soy del oficio, pero en mi Liceo público, laico y gratuito de los años 1960, tuve un excelente profesor de Filosofía, el abogado y escritor Juan Danús. Excelente digo, porque me legó una insaciable curiosidad que me dura hasta ahora.

La definición de Filosofía que ofrece Moure –o más bien el amigo gallego que le escribe desde España– me parece un poquillo indigente. Recurso escolar: miro el diccionario y me quedo con la acepción que sugiere la etimología:

Philos:«amor»; sofos: «saber», ergo… la Filosofía es el «amor de la sabiduría». Del mismo modo llegaríamos a la conclusión que un cura pedófilo es un sacerdote que en el cumplimiento del llamado de Cristo, «dejad que los niños vengan a mí», ama a los jóvenes. O bien, confundiendo dos letras griegas, al mencionar la escatología tomaríamos la mierda como una inquietud relativa al más allá.

Hay definiciones de la Filosofía que valen el desplazamiento, que no se quedan en el recurso útil aunque insuficiente de la etimología. Y que además tienen el mérito de provocar otras interrogantes, como una ya clásica: ¿De qué sirven los filósofos?

Diógenes de Sinope se preguntaba a propósito de Platón: «¿de qué sirve un filósofo que ha filosofado toda su vida sin inquietar a nadie?». Diógenes interrogaba a la sociedad sobre sus usos y sus costumbres, sus principios y sus valores, poniendo en dificultad a sus interlocutores porque ilustraba la vanidad y la hipocresía de lo que predicaban sin practicarlo. Diógenes era un rompe cojones. En un mundo que ya se arrastraba servilmente ante la riqueza y el poder, recibió en su hogar –un tonel– la visita de Alejandro Magno. El emperador le dijo: «Soy Alejandro, el hombre más poderoso de la Tierra. Pídeme lo que quieras, y serás servido». Diógenes, casi sin mirarle le respondió: «Quítate a un lado que me estás tapando el sol…».

He ahí una interrogación filosófica: ¿Qué es lo importante, qué es lo esencial para el Hombre? Para Diógenes: la libertad, la dignidad, la inteligencia, el saber, no arrastrarse ante nadie. Tremenda lección de Filosofía. ¿Comprendes las razones por las que la Educación chilena y venal desea suprimir su enseñanza?

Luego del episodio relatado más arriba, Diógenes vio llegar a uno de sus amigos, que le dio el consejo siguiente: «Diógenes, si fueses más respetuoso y menos crítico con el Emperador no comerías tantas lentejas». La respuesta del filósofo no se hizo esperar: «Y tú, si comieses unas pocas lentejas, no serías tan servil y chupa calcetas con el Emperador». Otra gran lección de Filosofía.

Epicteto, filósofo de la escuela estoica, cuyo nombre designa etimológicamente su oficio (esclavo), afirmaba: «La esencia de la filosofía es que un hombre viva de manera que su felicidad dependa tan poco como sea posible de causas exteriores». Lección de filosofía que, traducida al lenguaje de hoy, en palabras de Facundo Cabral, cantautor argentino asesinado el 9 de julio de 2011 en Guatemala, ofrece una sabia reflexión: «Para vivir necesito poco, y lo poco que necesito, lo necesito poco».

Epicteto enseñaba un método para alcanzar la felicidad por medio de la ataraxia y la paz de alma. Epicteto era lo contrario del consumista que pierde su vida intentando ganársela. Si no sabes lo que es la ataraxia, no te quedes en el significado etimológico: ausencia de deseos y temores. Ve más lejos e intenta comprender que nunca eres el poseedor de nada material, sino, por el contrario, las cosas te poseen. ¿Leíste Instrucciones para dar cuerda al reloj de Julio Cortázar?

Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj

«Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj».

A estas alturas… la pregunta de Moure: Filosofía, ¿para qué?, sale sobrando. Pero se puede profundizar. Uno puede pensar, con Régis Debray, que no hay nación sin un sentimiento de pertenencia. Ese sentimiento de pertenencia distingue, identifica, diferencia, une y desune, te deja dentro y coloca a otros fuera. Genera una frontera. La cuestión de la nacionalidad se traduce en ¿Contra quién hacemos la nación? Hace falta un enemigo común, pensamiento que de Sun Tzu a Clausewitz se hizo mayor, viejo, obsoleto a mis ojos, pero no a los ojos de los primates nacionalistas.

El discurso antiboliviano de los primates se apoya en esa noción de «ellos» y «nosotros». «Ellos» son los enemigos que nos quieren quitar un trozo de territorio, y «nosotros» somos los cretinos que, patrióticamente, dejamos que nos roben el cobre, el litio, las riquezas pelágicas, los fondos de pensión, el entorno natural en que vivimos y hasta la limpieza del aire. ¿No te parece un buen tema filosófico para reflexionar durante un par de minutos?

Filosofía, ¿para qué? ¿Personalmente disfruto con algunas reflexiones de Gilles Deleuze. Alguna vez le interrogaron con relación a la utilidad de la Filosofía… El diálogo con la periodista fue más o menos así (transcribo y traduzco del francés, directamente del video…):

Periodista: «¿De qué sirve la Filosofía?»

Gilles Deleuze: «Para hacerle daño a la idiotez, para resistir a la idiotez… La Filosofía sirve para impedirle a la idiotez ser tan grande como hubiese podido ser si no existiese la Filosofía. Es su esplendor… Su sola existencia le impide a las gentes ser más estúpidas y bestias de lo que son».

Periodista: «Hay quien anuncia la muerte del pensamiento, la muerte del cine, la muerte de la literatura…»

Deleuze: «No hay muerte, sino asesinatos… Asesinarán tal vez el cine, eso es posible… No hay muerte natural, no. Mientras la Filosofía cree conceptos, gracias a los cuales seamos menos imbéciles… La muerte de la Filosofía siempre me pareció una idea imbécil, idiota, de débil (mental). Sin la Filosofía… ¿quién crearía conceptos? Pueden decirme que no habrá nuevos conceptos, y que la idiotez reinará. O bien que los conceptos serán creados por la informática, o por los publicistas, que tanto hablan de «concepto», o sea esa banda de subnormales… No habrá mucha rivalidad con la Filosofía (sonrisa)».

En su obra maestra, Los Miserables, Víctor Hugo, que no era filósofo, escribió: «La Filosofía es el microscopio del pensamiento». La herramienta que permite ver lo que a simple vista no existe. Si te privan de microscopio… quedas ciego a los detalles, a una realidad que muchas veces explica cómo te están trincando.

William James, pionero de la psicología en los EEUU y profesor de Fisiología en Harvard, ofrecía otra definición: «La Filosofía es lo que le permite a los ricos decir que ser pobre no es una desgracia». Si te asomas a Casapiedra, a la CPC, a la Sofofa y al think-tank Libertad y Desarrollo… verás que son instituciones pobladas por eminentes filósofos…

Si he señalado que Víctor Hugo, –como William James–, no era filósofo, es porque cada ser humano que reflexiona, piensa, elucubra, analiza, cuestiona, desmenuza, elabora… no hace sino filosofar. De donde resulta que filósofos somos todos. Que conviene despojar a la Filosofía de un aura mítica que no le conviene, así como de la dudosa reputación de oficio de enterao.

Te voy a ahorrar la muy manida cita de Marx –de la que abusan los «marxistas» que no han leído a Karl– a propósito de la 11ª tesis sobre Feuerbach, texto publicado por Engels en 1888, cuando el autor ya había fallecido. Después de todo hasta los niños conocen eso de:

«Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo»

[en el original alemán: «Die Philosophen haben die Welt nur verschieden interpretiert; es kömmt drauf an, sie zu verändern»].

Así, Marx desechaba la Filosofía como la entendía Platón: un modo como otro de justificar un estado de cosas que favorece a los privilegiados. De donde podemos concluir que para el gigante de Tréveris el pensamiento y la acción debían ir unidos y ser coherentes entre sí.

Por mi parte, como un mensaje de amistad y de admiración hacia mi amigo Edmundo Moure, recordaré las palabras de Louis Pasteur, famoso químico y bacteriólogo francés que de estas cosas entendía un puñado: «Hay más Filosofía en una botella de vino que en todos los libros».

De ahí que en mi biblioteca, al lado de la Carta a Meneceo de Epicuro, nunca falte una botella de Lapostolle Cuvée Alexandre (Valle de Colchagua), o en estricto rigor una de «Escudo Rojo», apellido adoptado por Isaac Elchanan en los inicios de la construcción del imperio financiero más conocido como Rothschild.

Es mi modesta contribución a la Filosofía, y a la conservación de la fortuna de esas dos modestas familias: uno nunca sabe…