Jean-Jacques Rousseau (muchas veces traducido su nombre en español por Juan Jacobo) nace en Ginebra, Suiza, el 28 de junio de 1712 en un hogar calvinista. Muy temprano queda huérfano de su madre y continúa a cargo de una tía y de su padre, un modesto relojero. Escritor, filósofo y polímata suizo. Polímata significa hombre de muchos saberes.

Una de las máximas figuras de la Ilustración y del siglo XVIII. Se le considera uno de los principales críticos del absolutismo e ideólogo de la Revolución francesa. Se le llama también Padre de la Pedagogía moderna. Fue también botánico y periodista.

De personalidad contradictoria, complicada; así como añora aspectos de la Edad Media promueve una democracia directa como la ateniense y favorece la destrucción de la monarquía absoluta por medio de la revolución. Madame de Warens, una dama ilustrada, le ayuda a educarse y es como una madre y una amante. Le influye para que se convierta al catolicismo.

De formación autodidacta e inestable en su camino espiritual. De herencia calvinista se hace católico y luego vuelve al calvinismo. También se señala como deísta y masón. Se sabe que en su época establece contacto con Voltaire y Diderot.

Convive durante muchos años con Thérèse Levasseur, una lavandera y servidora doméstica con quien procrea 5 hijos antes de casarse por la vía civil en 1768. Luego entrega sus hijos a un sitio para huérfanos.

En 1754 publica su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, donde sostiene que la civilización, el progreso y la propiedad son los que imponen la desigualdad y la infelicidad. Aquí se nota que le disgustan los resultados de la Revolución Industrial y se revela como un anticipador de las ideas socialistas que irrumpirán fuertemente durante el siglo XIX.

En 1761 publica Julia o la nueva Eloísa, una novela sentimental y romántica y en 1762 publica El Emilio o De la Educación. Allí propone que los niños no asistan a la escuela y se eduquen en casa con tutores o con sus propios padres.

Debido a la publicación de sus libros se hace muy impopular, es perseguido y se le considera loco. Tiene que moverse de un país a otro: Suiza, Francia, Inglaterra, de nuevo Francia, de nuevo Suiza y así sucesivamente. También se le desarrolla una paranoia y se siente perseguido hasta por los que le tratan de ayudar, como David Hume, que le brindó su apoyo en Inglaterra.

Odiaba a la nobleza, pero vive de ella en varias ocasiones. Con frecuencia se enredaba en aventuras sentimentales incluso con mujeres casadas.

En 1762 se publica El contrato social, obra que constituye la médula del pensamiento político de Rousseau y que inspira a los revolucionarios franceses de 1789, a Thomas Jefferson y en general a los independentistas y padres fundadores de los Estados Unidos y de América Latina. En la misma se notan influencias de Pericles y los demócratas griegos, de los estoicos, de Althusius y de Baruch Spinoza, entre otros.

Allí Rousseau se revela como profundamente crítico de las ideas políticas de John Locke y del Barón de Montesquieu; así como del sistema británico de monarquía parlamentaria.

Promueve la libertad y la igualdad en el sentido de los antiguos, especialmente los atenienses, es decir una democracia entendida como el gobierno directo del pueblo. De más fácil aplicación en las pequeñas ciudades-Estado griegas que en los grandes Estados nacionales o en las repúblicas federales modernas.

Esas ideas inspiran la Constitución Federal Suiza de 1848 y abren el campo para el triunfo de las ideas republicanas y de soberanía popular tanto en Francia como en otros países de Europa y de América. Cuando el expresidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln dijo que la democracia era el «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», estaba profundamente influido por Juan Jacobo Rousseau.

Rousseau comienza su discurso ideológico con sus ideas sobre pacto social. Indica que si pretendemos estudiar los fundamentos de la sociedad es indispensable que nos remontemos a un primer convenio o pacto social. Ese convenio es el acto por el cual un pueblo es un pueblo (Rousseau, Juan Jacobo. El contrato social. Aguilar ediciones. Buenos Aires, Argentina, 1965, pág.63)

Pasemos ahora al estudio de las ideas del ginebrino sobre la soberanía popular. Para Rousseau la soberanía popular es inalienable y por tal no puede representarse. Si un pueblo enajena su soberanía deja de ser un pueblo.

Al respecto escribe:

«Afirmo, pues, que como la soberanía no es otra cosa que el ejercicio de la voluntad general, no puede nunca ser enajenada y que el soberano, que no es más que un ser colectivo, no puede estar representado más que por el mismo; el poder puede muy bien transmitirse, pero no la voluntad».

(Obra citada, pág. 176)

Con lo que claramente se distingue Rousseau de la idea de representación sustentada por John Locke.

Al respecto dice que el pueblo inglés cree ser libre, y se engaña mucho: no lo es sino durante la elección de los miembros del parlamento; desde el momento en que estos son elegidos, el pueblo ya es esclavo, no es nada. El uso que hace de los cortos momentos de su libertad merece que la pierda (obra citada, pág. 176).

Es decir, que el ginebrino no cree en la democracia representativa al estilo inglés.

Sostiene también el carácter indivisible de la soberanía:

«Por la misma razón que la soberanía es inalienable, es indivisible, pues la voluntad es general o no lo es; es la del cuerpo del pueblo o solamente la de una parte. En el primer caso, esa voluntad declarada es un acto de soberanía y hace ley. En el segundo, no es más que una voluntad particular, o un acto de magistratura; es a lo sumo un decreto».

(Obra citada, pág. 79)

En fin, que la soberanía popular es indivisible, una crítica a la yugular de Montesquieu que promueve la división de la soberanía popular con su sistema de división de poderes, frenos y contrapesos.

En fin, que Rousseau critica la noción de soberanía y representación popular de John Locke, pero también los intentos del Barón de Montesquieu para balancear y dividir los poderes. Para el ginebrino el poder legislativo debe pertenecer al pueblo directamente. Es el pueblo soberano quien debe hacer las leyes. Por otra parte, es al gobierno al que le corresponde la aplicación de dichas leyes y a los ciudadanos obedecer al gobierno. Aunque propugna por una democracia directa en manos del pueblo, en ciertos momentos acepta que se pueden nombrar representantes del pueblo para ciertas funciones muy específicas y con un plazo breve, definido de antemano. Por otra parte, el gobierno que es elegido por todo el pueblo directamente puede ser quitado por el soberano cuando lo considere necesario.

Sin embargo, no se debe pensar que el poder del soberano es absoluto, pues éste no puede rebasar los límites de los convenios generales. El respeto a la vida, a los bienes y la libertad de los individuos constituye el límite de la autoridad soberana. Aquí sí se revela claramente la influencia liberal en Rousseau pues le pone límites a la autoridad del soberano y dichos límites son claramente el respeto a la vida, a la propiedad y a la libertad individual.

Las ideas políticas de Rousseau se inspiran en la democracia directa de los atenienses y contribuyeron a la crítica y a la demolición de las monarquías absolutas y al triunfo de la Revolución Francesa. También le dieron un tono más radical al liberalismo de la época frente a las versiones más moderadas de John Locke y Montesquieu que se declaraban satisfechos con una monarquía parlamentaria al estilo inglés.

Rousseau ayuda al avance de las ideas democráticas y republicanas. En los Estados Unidos y en algunas de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, las ideas de Locke y Montesquieu se combinaron con las de Rousseau y surgieron sistemas políticos híbridos, las democracias liberales.

Lo que sí es cierto es que las ideas de Rousseau aplicadas de manera pura también anuncian un nuevo riesgo que es la democracia populista o la posible tiranía de la mayoría o también la aparición de nuevos cesarismos populistas que instauran dictaduras o nuevos absolutismos en nombre de la mayoría, de la soberanía popular o de la voluntad general.

Es decir que la lectura de Rousseau da para mucho. Puede contribuir con la fundación de nuevas democracias liberales o a fortalecer los rasgos participativos y directos de la democracia contemporánea, pero puede servir también de nutriente ideológico de nuevos absolutismos de la mayoría. Tal vez lo más recomendable es no leer El Contrato Social como libro único, sino como uno de los textos importantes de la Ilustración.

Entre las frases célebres de Rousseau recordamos:

«El hombre es bueno por naturaleza».

«El hombre ha nacido libre y por doquier se encuentra encadenado».

«Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes».

El ginebrino fallece a los 66 años de un paro cardiaco o de un ataque de apoplejía, según diferentes versiones, el 2 de julio de 1778 en Ermenonville, Francia. Sus restos permanecen en el Panteón de París. En 1782 se publicaron como obra póstuma sus Confesiones, una autobiografía.

Como dijo Goethe: «con Voltaire termina un mundo, con Rousseau comienza otro».