El verano es, sin duda, el tiempo de lectura por excelencia. No sólo disponemos de más tiempo, cuando estamos alejados de la retahíla de responsabilidades diarias, sino que nos sentimos llamados a cubrir tantas horas de relax y ocio mecidas por el sonido de las olas y la luz brillante del sol con buenas historias que nos hagan volar, ir aún más lejos en ese momento mágico de escape de la realidad.

Hay historias de todo tipo: breves y ligeras que te llevan a descansar en el lado amable de la vida, historias duras con trasfondo realista y sabio, historias dolorosas y tristes, historias intrigantes… Precisamente en todas esas categorías encajarían algunas de mis lecturas de este verano.

La carga de un apellido

En el apartado de historia compleja, dura, con un gran mensaje y un testimonio de verdad y autenticidad, me quedo con la biografía novelada que la checa Mónica Zgustova hace de la hija de Stalin, Svetlana Alilúyeva, en Las Rosas de Stalin. No es fácil –tampoco ha sido elegido libremente- ser hija de uno de los mayores genocidas del siglo XX. El retrato de una mujer compleja, sensible, curiosa e inteligente que buscó siempre la verdad, el conocimiento, el amor y el calor de su familia – aunque perdiera esto último en su camino hacia la libertad - es realmente impactante y conmovedor por lo humano.

Hay mucha soledad, mucho dolor, mucho miedo detrás de una mujer de carne y hueso, que intentó vivir su vida, forjarse a sí misma, aunque fuera a un precio tan alto como perder parte de su alma (a sus hijos, a quienes tuvo que dejar en la URSS en su huida). Quizá la sombra del nombre de su padre fue demasiado alargada. Es una lectura obligada para recordarnos el poder de la libertad y la responsabilidad en las decisiones que tomamos y que, pese a que todas las circunstancias sean oscuras, podemos construir una vida que tenga sentido.

Las hijas del capitán

La siguiente historia va de destierros y del instinto de supervivencia. De nuevo, de cómo construirse a uno mismo. Porque vivir es un acto heroico. En este caso, la gran María Dueñas que nos tiene acostumbrados a historias épicas, amores peligrosos, viajes en el tiempo y por todo el mundo en sus novelas nos lleva en esta ocasión al Nueva York de los años 30. Allí donde el gran Xavier Cugat era el King of Rumba en la Sert Room del Waldorf Astoria o donde un príncipe destronado de ojos azules se alejaba de su familia y sus problemas poniendo un océano de por medio.

Allí narra la historia de tres grandes mujeres – nada dóciles, mujeres con carácter. Mujeres que, aunque analfabetas, saben sobrevivir incluso en una jungla de rapidez y cambios como es Nueva York, aunque ni siquiera hablen inglés. Dejando a un lado el estilo – que a mí me parece mucho más depurado en cualquiera de sus novelas anteriores – y de que quizá peque de ambiciosa en su intento de acaparar tantos personajes y forzar algunas tramas e historias, el trasfondo es un homenaje enorme a todos aquellos emigrantes. Personas que, por pobreza y falta de opciones en su propio país, han tenido que huir lejos, a mundos completamente alejados de su zona de confort. De sus comidas, de sus olores, de su luz, de sus conversaciones y gentes. En definitiva, un homenaje más que merecido a la supervivencia.