La sabiduría popular – ese inconsciente colectivo que guarda todos los aprendizajes, todas las experiencias, todos los hechos históricos, todos los miedos pero también todo el progreso de la historia humana – acierta una vez más en sus viejos aforismos de que «no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista» y «que Dios no nos dé lo que podamos soportar». Leyendo Vestidas para un baile en la nieve, de la escritora, periodista y traductora checo- española Monika Zgustova, se comprueba su verdad.

Que la historia de los totalitarismos –de toda ideología y condición- está ya vista para sentencia en el tribunal de la historia como la de una pesadilla sin sentido de crímenes en nombre del control total del individuo, su libertad y sus derechos, es una verdad ya universalmente reconocida. O debiera serlo. Porque hasta hace poco tiempo – hay que recordar que el régimen soviético no cayó hasta el principio de los años 90 del siglo XX, por mucha perestroika y transparencia que se vendiese a nivel internacional- la ideología que se desprendía de éste régimen era muy atractiva para muchos intelectuales reputados en todo Occidente, empezando por filósofos como Jean-Paul Sartre, periodistas, políticos, etc.

Siempre ha habido clases y aunque la realidad sea pobreza, sometimiento ideológico y de facto en todas las facetas de la vida del individuo o incluso la muerte, todo es sagrado si se lleva a cabo en pos de la gran idea utópica del mundo feliz proletario. Una idea en sí noble hasta que entra dentro el leviatán del poder y se crea un Estado policial, vengativo, controlador, mal gestionado bajo los resortes del miedo y de la delación constante como una especie de secta colectiva. Como en una novela distópica. Llegar a negar a una de sus mayores glorias literarias –Boris Pasternak– la recepción de un reconocimiento como el Premio Nobel por considerar que su obra más reconocida (Doctor Zhivago) da una idea equivocada del pueblo ruso refleja el nivel de control esquizofrénico.

Por experiencia personal – llegué a visitar en Polonia el tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz – uno no puede llegar a creerse tal nivel de maldad gratuita hasta que no lo ve con sus propios ojos, o se lo describen a través de la experiencia directa. Y, muy sabiamente, Monika Zgustova ha recopilado de primera mano el testimonio directo de mujeres – médicos, escritoras, músicos, hijas de mujeres señaladas como peligrosas para el régimen- para dar voz completa a esa terrible experiencia del gulag.

Lo interesante es escuchar sus voces, cómo narran serenamente y sin pompa su propia experiencia, cómo se han arreglado para sobrevivir al terror, a la extenuación, la tortura física y psicológica, el hambre, la soledad, al destierro incluso de su propia vida. Del derecho a una vida normal. Porque a veces, el gulag está en tu propia ciudad. Y aunque vuelvas del «campo de trabajo y reeducación», tus vecinos – que o bien han pasado ya por esa experiencia o tienen familiares en ella- desconfiarán por miedo, no te darán un trabajo y no tendrás oportunidad alguna de rehacer tu vida. Ésa es la mayor condena. La mayoría de ellas se refugiaron en la literatura – son ávidas lectoras y a través de los libros construyeron o pudieron vivir las experiencias que en su vida real les arrebataron-.

Hay mujeres convencidas incluso de la importancia clave de esta experiencia como definitoria para sus vidas, y del hecho de que si hubieran vuelto a vivir esa experiencia sería necesaria. Todas destacan el calor de las relaciones humanas que lograban establecerse dentro de esa terrible experiencia – aunque el movimiento continuo de presos en este sistema era básico para asegurar que ninguna relación pudiera prosperar durante demasiado tiempo-. Eso prueba que el ser humano es capaz de colaborar y dar lo mejor de sí mismo, de adaptarse a la supervivencia incluso en las peores circunstancias: a 50 grados bajo cero en la tundra siberiana. Porque la naturaleza también fue un factor clave: Todas describen la belleza de la aurora boreal, la espectacularidad del paisaje nevado a pesar de la inclemencia climática como una experiencia que les ayudaba a sobrellevar el día a día. Es decir, encontrar belleza nos alimenta más que un menú en un restaurante de cinco estrellas Michelin: nos infunde esperanza y nos recuerda que somos humanos.

Queda poco por decir cuando habla una experiencia tan directa, brutal y compleja. Muchas de estas mujeres no lograron reintegrarse bien en lo que llamamos «vida real» precisamente porque toda su vida, su escala de valores, había cambiado para siempre. La superficialidad actual les asusta. Son hijas de una generación educada en el sacrificio, en la falta de importancia del individuo frente al colectivo que no se han quejado jamás de su experiencia. La han intentado asumir como han podido. Y es que ese impasse en la nieve les mostró la realidad de la supervivencia. Fueron las inocentes ovejas encerradas en un régimen de terror que duró 70 años y en el que todo el país era una enorme cárcel, pues todo el mundo es sospechoso de querer ser libre y tener una vida propia.