En 1250 a.C., los antiguos peruanos comenzaron a organizarse en comunidades con identidad propia. En la costa destacaron las culturas Cupisnique, Chavín, Salinar, Vicús, Virú y Paracas, que nos han legado objetos que apelan a temas y conceptos similares, aunque cada colectividad imprimió su propio sello simbólico y estético.

En los andes, la piedra fue la gran metáfora de lo que contiene y permite el orden existente. Delimitaba el agua al interior de los recipientes, pero también abría contacto entre los mundos y permitía restablecer el orden y la armonía. Venerada, admirada y respetada como un ser con vida, la piedra, merced al tratamiento estético, se transformaba en un elemento regulador de armonía.

El mundo natural está en permanente movimiento, en una dinámica estructurada a partir de la tripartición entre los mundos de arriba (hanan pacha), de abajo (uku pacha), y del centro (kay pacha), cada uno con su propio símbolo animal: el ave, la serpiente y el felino, respectivamente. El escalonado es el ícono que define el tránsito humano entre las tres pachas o mundos, y está presente con su estética en innumerables piezas de todas las culturas andinas.

Sutiles líneas graban una cabeza sobre el contenedor de esta fina botella de cerámica. Además, el cuello de la botella es a la vez un cuello humano que culmina en una cabeza que, volteada y con la boca abierta, funciona como pico del recipiente. En todas las sociedades prehispánicas la cabeza humana estuvo cargada de significados relativos a la potencia vital, en el entendido que concentra los sentidos con los cuales se experimenta la realidad exterior y la vida en este mundo. La realidad se altera, tal como ocurre en procesos de creación artística de especial sofisticación.

La sociedad Paracas se desarrolló en la costa sur peruana y tuvo rasgos estilísticos distintos a las sociedades norteñas, aunque se pueden reconocer símbolos recurrentes similares. El acceso al agua y el conocimiento de los ciclos naturales fueron también preocupaciones constantes para esta sociedad, como se puede ver en estos cántaros: en uno observamos peces concatenados relacionados al agua y el mar; y en el otro, símbolos escalonados con volutas, que aluden a la conexión entre mundos y su dinámica cíclica. Representaciones de la naturaleza llevadas a un elevado grado de abstracción artística.

La plasticidad de la arcilla permitió modelar objetos con mucho realismo, así como crear contenedores de las formas más diversas. En este cántaro escultórico Virú que representa un personaje masculino semidesnudo, los rasgos faciales y otros elementos corporales, como los dedos o el ombligo, están modelados con sumo detalle, siguiendo los cánones estilísticos de esta sociedad. La geometría de los rasgos faciales del personaje crea una perfecta unidad con la redondez general de la pieza.