Al cambiar la organización sociopolítica Paracas, se consolidó en la costa sur del Perú la cultura Nasca (1 d.C. – 800 d.C.). Fue una sociedad jerarquizada en extremo y sostenida en una cosmovisión asociada al agro, actividad que se debió realizar en un hábitat reseco pero con agua subterránea. Esta característica la llevó a elevados niveles de sofisticación en el manejo hidráulico para la irrigación; sin embargo, la perfección Nasca no se limitó a este tipo de infraestructura, sino que su arte alcanzó un alto grado de abstracción.

En el lenguaje coloquial peruano se conoce como huaco a toda pieza de tierra cocida, creada en alguna de las culturas ubicadas entre los orígenes y los Incas, vale decir, en tres mil años de génesis y expansión civilizadora. El término huaco –derivado de huaca, lugar u objeto sagrado, ya sea natural o creado por el hombre– define una estética andina propia y única en el contexto continental.

Estas complejas escenas, recurrentes en el arte Nasca, muestran seres mitológicos sosteniendo cabezas-trofeos. La cabeza humana en el mundo andino se ha vinculado estrechamente a la potencia vital, fertilidad y renacimiento. En la mitología, los personajes sobrenaturales ejercen de decapitadores, tomando las cabezas como quien recupera aquello que les pertenece, quizás como acción necesaria para restaurar ciclos o dar inicio a una nueva regeneración. El artista Nasca domina el uso de texturas y colores que extrae de la tierra.

En la cosmovisión andina, la cabeza era una poderosa metáfora de la potencia vital regeneradora, que al enterrarse en la tierra –el mundo de abajo y de los muertos– aseguraba la regeneración de la vida en el mundo de acá. En el arte Nasca es frecuente hallar ceramios representando cabezas-ofrenda, las cuales usualmente representaban a ancestros de la comunidad. Estos cuencos con rostros de ojos abiertos y labios atravesados por lo que parecen ser espinas fueron depositados en las tumbas como semillas en la tierra. La guerra se ha reflejado en el arte de todos los tiempos, en estas piezas Nasca destaca la sobriedad en la plasmación de la ferocidad y el dolor.

Extraordinario conjunto de vasos que manifiesta la destreza del artista Nasca en el manejo del diseño, la pintura y el color. Estos vasos altos –con diseños geométricos cargados de simbolismos, como escalonados, círculos, cabezas-trofeo, estrellas, chevrones, líneas ondulantes, chakanas y otras líneas geométricas que remiten a montañas o al agua– fueron usados en rituales en los que se brindaba con chicha u otros líquidos. En estas ceremonias se establecían relaciones y compromisos sociales, se propiciaba el encuentro entre mundos y se aseguraba la producción agrícola.