El 11 de noviembre de 2018 se cumple un siglo del fin de la Primera Guerra Mundial. Desde el verano del año pasado he ido narrando, a través de una serie de artículos conmemorativos, el papel de mis coterráneos en la Gran Guerra. Como broche, quisiera cerrar el ciclo con la historia de Francisco Carlos Tamayo, quien nació en la ciudad venezolana de Valencia en el año 1889. Fue en abril de este año que conocí a uno de sus descendientes en el bautizo del libro La odisea de la Aeropostal, de mi amigo francés Monsieur Gerard Contard en la ciudad de Caracas. Ya en internet había leído algo de Francisco Tamayo, el héroe de guerra, pero fue gracias a este otro Francisco que me dedico a darle un pequeño tributo.

Volviendo a la Venezuela de finales de siglo XIX, las familias tenían abundantes hijos, y los Tamayo García no eran la excepción. Nueve hermanos dio a luz doña Albina. Francisco fue el primero, y a su segundo cumpleaños se lo llevaron a vivir al estado Táchira. Su padre era aficionado a la poesía y en ello fue educado con mucha suerte y vocación. Tanto así que a los 17 años se gano un primer premio con el cual recorrió la capital, Maracaibo y hasta Quito. En la región de San Cristóbal la situación social no era muy alentadora para la primera década del siglo XX y su padre decidió enviarlo a Nueva York. Como cuenta uno de los portales consultados, Francisco se fue en mula, luego en tren y de allí en vapores que viajaban hasta la gran manzana. En la ciudad norteamericana retomó su educación en el Colorado College, continuó con ingeniería, fue profesor de español, deportista y dibujante hasta el estallido de la gran guerra europea.

Estados Unidos mantuvo una fuerte neutralidad los primeros tres años de la Gran Guerra, pero en 1917 esto acabó con la decisión de enviar tropas a favor de la causa aliada. El aporte americano fue decisivo para la victoria aliada ya que Francia e Inglaterra estaban exhaustas y los alemanes no daban visos de derrota especialmente luego de la ofensiva de 1918. Ya en septiembre, en el veterano sector de Verdun las tropas francesas y yanquis iniciaron el ataque final en la región de Mosa-Argonne. De Francisco no tenemos una narración de esos días de octubre pero sí podemos ver la película Lost Batallion del director Russel Mulcahy (2001) donde se recrean los hechos y el portal sobre uno de sus héroes americanos, El Sargento York.

Ciertamente sucedió que ocho unidades de la división 77 del ejército americano, unos 500 hombres, quedaron flanqueadas por varios grupos teutones, entre ellos el regimiento numero 120 a cargo del teniente Paul Jurgen Vollmer, y un valiente combatiente que enfrento a los alemanes fue el soldado Alvin York, quien cuenta lo sucedido.

Para resumir la batalla de Mosa-Argonne, casi 200 soldados americanos murieron durante el 2 de octubre de 2018, el resto se considero perdido en acción entre los riachuelos, bosques y hondonadas de la zona más la espesa neblina de ese mes. Las tropas alemanas habían cercado a los yankis pero estos resistieron gracias a la acción del mayor Charles White Witthlesey, quien mantuvo la resistencia y evitaba el encierro final, se enviaban emisarios pidiendo refuerzos solo que estos eran eliminados, como el corredor George Quinn. Al tercer día del encierro persistía la falta de comunicación con los refuerzos y así hasta el día 4, cuando la propia artillería aliada les disparo sin cesar. La única comunicación por la falta de radio y corredores eran una paloma mensajera llamada Querida amiga en francés: esta voló sobre las detonaciones y disparos llevando el siguiente texto en sus patas: «Estamos junto al camino paralelo 276.4, Uds. nos disparan, por favor, detengan el fuego».

El fuego amigo se detuvo, aunque los alemanes aprovecharon para atacar con mayor fuerza, ante esto los yankis resistieron e incluso rechazaron una demanda de rendición que llego por mensajeros del eje. Luego de esto, el enemigo envió sus tropas de elite con lanzallamas, esto solo avivó la resistencia que finalmente obtuvo refuerzos que rescataron a 194 norteamericanos. Entre estos sobrevivientes debía estar Francisco Tamayo, quien fue uno de los condecorados con la Medalla Meuse-Argonne.

Luego de la guerra, regresó a los Estados Unidos, se casó con Katherin MacShane y trabajó como guionista de cine produciendo una película famosa para 1930 llamada Sombras de Gloria. Ese mismo año hizo un viaje a su natal Venezuela con su esposa para visitar a sus ancianos padres, al año siguiente tuvo un hijo y regresó a San Cristobal en 1937 con la intención de quedarse en una Venezuela, que prometía democracia. Es director de un liceo cerca de San Cristóbal y en sus ratos libres retoma sus escritos que publica tanto en español como en inglés. Su esposa muere en un accidente casero para 1945, de alguna manera esto afectó a Francisco, quien desarrolló una afección pulmonar, viaja a Maracaibo para atenderse y de allí al hospital de veteranos en Miami y luego el de Nueva York, donde muere el 22 de agosto de 1948.