El gran escritor, periodista, polemista, e intelectual que fue Gilbert Keith Chesterton (Londres, 1874- Buckinghamshire 1936) se hizo esta misma afirmación que da título a este artículo a lo largo de su extensa obra, pero concretamente a través de un pequeño libro sociológico que tituló What`s wrong with the world.

Que un hombre casi más cercano al siglo XIX que al XXI nos pueda dar algunas claves o incluso ideas lúcidas para enfrentar nuestro caótico mundo tecnificado actual, puede parecer más bien ciencia ficción. Pero sus afirmaciones –nada políticamente correctas incluso en su época- no dejan de demostrar además de un ingenio sublime, una gran capacidad de abstracción y un conocimiento enciclopédico de la realidad en la que está inmerso que le hace hablar con una autoridad pasmosa. Evidentemente, en algunas de sus afirmaciones, sin convertirse en fanático nunca aunque defienda fielmente los valores en los que cree, sí que muestra que es hijo de su época. Como en su visión del papel arcaico de la mujer y su posición sobre el voto femenino. Pero es que todos somos humanos y no podemos juzgar una época desde el espejo de la realidad en la que vivimos en la nuestra.

Viendo cada día en noticieros de televisión cómo ministros de países avanzados como el nuestro equiparan hacer política con tirar piedras, insultar y humillar o simplemente tener que callarse acogotados ante quienes asesinen para amedrentar al ciudadano libre o defender a quienes atacan a través de la prevaricación las leyes que fundamentan la convivencia en común, resulta refrescante releer a Chesterton. Hablar de conceptos universales y de realidades que son eternas sin cortapisas ni censura. Llamando a cada realidad por su nombre. Porque el espacio público, el de la política en el parlamento o en el pueblo, es el espacio de todos. Lo único que no cabe es la zafiedad, la mentira deliberada y la violencia.

La libertad y la dignidad son dos atributos – mucho más allá de la religión, pero muy enraizados en ella – fundamentales del ser humano. Y cuando se falsea la realidad, o se la tergiversa, el beneficio no será para la mayoría de ciudadanos. Decir que no somos perfectos, admitir que no somos dioses ni superhombres pero que hemos diseñado un sistema social fundamentado en una idea de eficiencia que es casi imposible precisamente por nuestra imperfección y porque mata la creatividad que es inherente al ser humano, es una gran verdad.

Frente al fanatismo – en una idea, en una moda, en una acción política- sólo cabe la fe racional y la afirmación de un ideal humano. Huimos hacia el futuro pero sin ningún plan establecido, sin ser capaces de poner en práctica el hecho de que precisamente la libertad y la dignidad que son la base de la convivencia se respeten. Por eso estamos constantemente aterrados.

Analizando la realidad inglesa a principios del siglo XX, Chesterton afirma que allí se estableció una aristocracia de familias que siempre se han mantenido en el poder porque siempre han estado al día moviéndose con las tendencias de cada época. Una realidad visible en pleno siglo XXI y en cualquier lugar del mundo.

Ahora bien, esas tendencias en pocas ocasiones serán beneficiosas para la mayoría, porque tienden a proteger precisamente a esa clase reverenciada como líder simplemente porque tiene dinero que les hacía presuntamente incorruptibles – un mito desmontado en pleno siglo XXI- y medios.

El debate es siempre fructífero mientras cada interlocutor aporte verdad, compromiso con el bien común y soluciones acordes con la libertad y la dignidad humanas. De otra forma, la democracia no tendría sentido, porque sería el régimen tiránico de una minoría que oprime a una mayoría que debe sufrir sus consecuencias.

Cuando se intenta reescribir la historia desde la falta de argumentos o la tergiversación de los hechos por ignorancia, el fanatismo, la estupidez o el oportunismo el resultado es catastrófico para la libertad, la igualdad, la dignidad de toda persona y la convivencia social. Mirar hacia otro lado y no afrontar problemas tampoco es una solución. Sólo desde la educación, y el respeto verdadero por los valores universales que definen al ser humano en cualquier época se pueden construir proyectos comunes que merezcan la pena. Y «proyecto» es una palabra mágica que contiene presente y futuro, compromiso, trabajo colectivo hacia una meta. Algo que hoy buscamos desesperadamente.