El pasado 14 de diciembre conmemoramos el día de la muerte de San Juan de la Cruz, fallecido en Úbeda, Jaén, España, el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años.

Juan Yépez Álvarez (San Juan de la Cruz), nació en Fontiveros (Ávila, Castilla, España), en 1542. De pequeño tuvo que trabajar como sastre, carpintero, tallista y pintor.

Su vocación religiosa lo llevó a estudiar con los Padres Jesuitas, luego ingresó en la Orden de los Carmelitas. Se ordenó sacerdote en 1567, dedicándose a reformar la orden religiosa a la que pertenecía, junto con su compueblana Santa Teresa de Jesús.

Del 4 de diciembre de 1577 hasta el 15 de agosto del 1578 estuvo prisionero en Toledo.

San Juan es el maestro de la ciencia práctica de la contemplación, considerado como el gran Doctor del supremo saber incomunicable.

«Cuando contemplemos a Dios cara a cara, tendremos un conocimiento intelectual claro y límpido de la esencia divina; más ese conocimiento será incomunicable, pues la misma esencia divina será la que actúe inmediatamente en nuestra inteligencia, sin intermedio de ninguna especie o idea,(porque ninguna idea, sea angélica ni humana podría representar adecuadamente la esencia divina); ahora bien, nuestro conocimiento es comunicable por las ideas o conceptos».

Mientras Santo Tomás explica, San Juan de la Cruz hace ver. El primero conduce, el segundo guía.

Santo Tomás proyecta sobre el ser las luces inteligibles, San Juan guía la libertad a través de las noches de desprendimientos.

Uno demuestra, el otro es la práctica de la sabiduría. Esto es lo que los distingue a ambos, con sus auténticas personalidades.

Santo Tomás de Aquino y San Juan de la Cruz se unen en el objeto final de la vida humana, que es la transformación en Dios, «hacernos dioses por participación»*.

Ellos están unidos en el concepto de que la contemplación es un conocimiento experimental de amor y de unión, además en el uso de las facultades superiores como el entendimiento, la memoria y la voluntad, utilizando los sentidos y la imaginación, ellos son paralelos y están unidos en la búsqueda de Dios.

Las obras de San Juan de la Cruz, el místico, son poemas inspirados y «declaraciones» o comentarios de enseñanzas; que su esencia es práctica, no es para explicarnos la perfección, sino llevarnos a ella.

Sus poemas son inspiración divina, que lo condujo a la escritura para expresar la experiencia mística vivida por él. Comunica la contemplación, utilizando símbolos líricos.

Fue en la prisión de Toledo, en 1576, donde escribió el Cántico primitivo en 30 estrofas, al que luego le agregó cuatro y después cinco nuevas estrofas.

La prosa de San Juan de la Cruz son explicaciones de su poesía, como La noche oscura del alma, Canto espiritual entre el alma y el esposo. Son comentarios o declaraciones que se convierten en enseñanzas, hechas a solicitud de sus hijas espirituales, su doctrina es práctica, un ejemplo de la ciencia, un eminente teólogo.

Inspirado en el Cantar de los Cantares escribió una obra maravillosa.

San Juan de la Cruz es todo un místico.

«Es una ciencia misteriosa, mística teológica que en secreto enseña Dios al alma, y le instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada más que atender a Dios, oírle y recibir su luz, sin entender cómo es esa contemplación infusa».

Sin tener nada y poseyéndolo todo, así recorre el camino para encontrarse con la nada de San Juan de la Cruz.

«Después que me he puesto en nada
hallo que nada me falta».

Y prosigue el modo de tener el Todo:

«Para venir a saberlo todo,
no quieras saber algo de nada,
para venir a gastarlo todo
no quieras gastar algo de nada».

También el modo de no impedir el todo:

«Cuando reparas en algo,
dejas de arrojarte al todo,
porque para venir del todo al todo,
haz de dejar del todo el todo.

Y cuando vengas todo a tener,
haz de tenerlo sin nada querer.
Porque si quieres tener algo en todo,
no tienes puro en Dios tu tesoro».

San Juan de la Cruz trata de dos impurezas que lleva el sentido.

Una que es opuesta a la vida de virtudes. La otra contraria a la unión contemplativa. Pero él tiene los remedios:

Uno es el acto de la virtud.

El otro es movimiento de amor y el afecto a la unión con Dios.

Aquí es donde San Juan de la Cruz desarrolló la doctrina de la noche del sentido, donde penetra para responder a la contemplación.

«Cuando la noche del espíritu ha sido bastante profunda, cuando la sustancia del alma ha sido bastante disuelta; ansío ser disuelto y estar contigo».

Entonces lo que constituye su deseo- estar contigo- llega a ser sentido y tocado; es la invasión de la paz.

Es el estado que San Juan llama los desposorios espirituales, la contemplación se torna luminosa, crepúsculo de la mañana.

Sin ver a Dios en su esencia, el alma experimenta no obstante, que Él es todo.

San Juan de la Cruz, místico por excelencia, es un ejemplo de espiritualidad, de poesía y de santidad.