La Biblia tiene historias homoeróticas que pasan inadvertidas. Theodore Jennings, teólogo, por ejemplo, encuentra implicaciones eróticas en la historia de José, uno de los doce hijos de Jacob, y sus hermanos. Esta, llevada a musicales, y contada como un cuento rosa, no es lo que parece.

Lo primero que leemos es que José tiene un manto de colores. Pero no es un ropaje común. Tiene mangas largas y llega hasta los pies. Esto se nos repite para darnos a entender que es uno de mujer. La misma descripción de vestido está en los que usan las princesas vírgenes en 2, Samuel 13: 18-18: «Y llevaba ella un vestido de diversos colores, traje que vestían las hijas vírgenes de los reyes. Su criado, pues, la echó fuera, y cerró la puerta tras ella» (Reina-Valera 1960, RVR, 1960). Es indumentaria femenina usada por las vírgenes. Y lo más extraño es que el manto es regalado por su padre, quien prefiere a José por ser el más lindo de sus hijos. Esto es lo que hace que sus hermanos, quienes resienten el favoritismo y el regalo, lleguen a odiarlo (Génesis 37: 3-4).

Aunque fuera prohibido vestirse con el género contrario, existía una larga tradición en la Antigüedad de convertir a un adolescente en un objeto de atracción para un hombre mayor, sea su padre o no. El manto convierte al hermano en fuente de atracción paterna y por esto, sus labores serán femeninas. En lugar del pastoreo de sus hermanos, José acompañará y cuidará a su padre. No es de extrañar que cuando estos atacan a José, lo primero que hacen es destrozar el manto. Pues si no hubiera ya suficiente indicación de homoerotismo, Jacob recoge uno de los pedazos ensangrentados y se lo pone sobre sus genitales. La idea es que ahí es donde le duele la desaparición de José.

Al refugiarse en Egipto, José conoce a Potifar, el capitán de la guardia. Él favorece a José y se nos recuerda que el israelita es «muy guapo». La esposa de Potifar no está ciega y se lo quiere llevar a la cama. A pesar de las presiones de la esposa, José sale huyendo como cualquier gay ante el acoso femenino. Algunos añaden que José lo hace por dignidad y por respeto. Pero cuesta encontrar un hombre en el Antiguo Testamento que no se vaya de bruces ante las propuestas femeninas. ¿Sería discreción o falta de deseo sexual? La mujer lo acusa de violación y lo manda a la cárcel. Aquí nuevamente otro hombre, el carcelero, se siente atraído por José. Este hombre flechado será quien lo lleva a la recámara real a interpretar los sueños del Faraón. El faraón le brinda su anillo, un collar para el cuello y ropa fina. Además, lo hace su consejero.

¿Qué hace a José tan apetecido? Pues ser guapo y un objeto de gozo para los hombres. Si hubiese sido feo, ¿habría llegado al puesto máximo bajo el Faraón? José nunca había mostrado interés por las mujeres en contraste con sus hermanos que hasta le quitan la concubina a su padre. Él ha tenido una vida difícil de atracciones y de rechazos pero sabe que lo que lo salva son sus encantos. La misma Biblia lo indica cuando se va a presentar -por vez primera- ante el faraón: se afeita y se cambia de ropa. Algo común para un hombre, pero que no suele describirse en la Biblia. El narrador insinúa que José está preocupado por su apariencia.

Finalmente cuando José regresa donde su padre, una historia extraña se suscita. Génesis 48:5 (LBLA), 5:

«Ahora pues, tus dos hijos que te nacieron en la tierra de Egipto, antes de que yo viniera a ti a Egipto, míos son; Efraín y Manasés serán míos, como lo son Rubén y Simeón».

Los hijos que ha tenido José son reivindicados por su padre como si uno fuera la madre y el otro, el padre. No existe ninguna razón para que ambos compartan la cría de ellos, a menos que José no pueda brindarles un modelo viril: Él ha sido un transformista y al final se convierte en una especie de madre de probeta para darle -después de la muerte de Raquel- hijos a Jacob.

Así que las transformistas tienen en José una abuela de la que sentirse orgullosas. En la época bíblica, como ahora, los hombres gustan de las transformistas por avispadas, sabias y tener un tercer ojo para adivinar el futuro.