Hablemos de religión. Por cierto, puedes leer un libro de mi autoría sobre el tema en este enlace. Lacan, en sus últimos escritos, especuló que estamos ya muertos y que esto es el más allá. No lo tomemos a la ligera porque la teoría cuántica lo considera posible. Es factible que alguna vez estuviéramos vivos, pero ahora ya no.

La pregunta, entonces, no es cómo será nuestra vida eterna sino que en qué lugar de nuestra muerte estamos. Y si ya estamos en el más allá, ¿era esto lo que esperábamos? La Biblia dice que la morada de Dios es de paz y que en «los cielos» hay «ángeles» (1 Reyes 8:30; Mateo 18:10).

No hay que ser muy listo para darse cuenta que este no puede ser el Cielo. Cada día en nuestro país se da uno o múltiples asesinatos y actos de crueldad. Hoy mismo estaba yo en un restaurante con una escritora famosa, la mujer se descompuso, se atragantó y estuvo a punto de morirse. Había un doctor que conozco que se llama Henry D. El tipo siguió almorzando como si nada pasara. Pero salió un ángel que pudo salvar a mi amiga. Ante un acto de indiferencia de un médico y otro de altruismo de un fisioterapista, me quedé con la duda de dónde estaba. Ante estos dos actos que Zizek caracteriza como «paralaje», o sea que no pueden converger, ni siquiera tocarse, mucho menos ser uno el opuesto del otro, uno queda angustiado.

Si este no es el Cielo, ¿estamos en el Purgatorio?

El purgatorio se define como un estado del alma transitorio de purificación y expiación donde, después de la muerte, las personas que no han muerto en pecado mortal, pero que han cometido pecados leves, tienen que purificarse. Sin embargo, no creo que aquí nadie se esté limpiando de pecados. Elegimos un nuevo Gobierno para ver si nos purifica y ya tenemos a ministros con hijos sembrando marihuana, cancilleres nombrando ahijados, personeros del ICE (Instituto de Electricidad) repartiendo liquidaciones como si fueran escapularios y un presidente que se confiesa con el Papa y con el Diablo. Y ninguno de los pecados se puede considerar leve. Un pecado ligero, definido por los reglamentos del Cielo, es no pagar una multa de tránsito. Pero llevarse todo el oro de Venezuela, por ejemplo, es un pecado capital.

Bueno, si esto no es el Purgatorio, no nos queda otra que admitir que estamos en el mismísimo infierno. El infierno o el Tártaro, término griego que se usa en Pedro 2.4 para designar el lugar donde se encuentran cautivos una clase especial de almas en pena. Judas 1.6 le llama «prisiones eternas para los ángeles que no guardaron su dignidad» o que tomaron malas decisiones en sus vidas. Esto parece ser nuestro sitio. En las dos últimas elecciones no supimos elegir bien. Y tampoco lo haremos en las próximas. De la misma forma que el resto de América Latina, vamos de la derecha a la izquierda y de la izquierda a la derecha. La primera roba no pagando impuestos y la segunda se nos roba los impuestos.

Si ya estamos en el infierno, ¿nos podemos consolar con la idea de que nada se puede empeorar? ¡Para nada! En el infierno, siempre puede aumentar la temperatura.

Un día Dios nos reúne a los latinos para pedirnos que escojamos vivir en el Cielo o en el Infierno. Primero, nos enseña lo hermoso del Cielo, Los Ángeles cantando, las nubes comodísimas para reposar y hermosos rezos de día y de noche. Luego, nos lleva al Infierno. Ahí están los bacanales, el licor, las drogas y hermosos hombres y mujeres para tentarnos hasta la eternidad. Dios nos pregunta dónde queremos ir. Todos optamos por el infierno. Pero cuando Dios nos fleta ahí, no aparece nada de lo que vimos. Las almas viven atormentadas, hay fuego quemando los cuerpos y las almas, y diablillos que se la pasan dándonos latigazos.

«¡Pero Dios, nos has engañado, esto no es lo que nos mostraste», gritamos los latinoamericanos. «¡Nos llevaste y nos mostraste algo que no es cierto!», añaden estas almas en pena. «Nadie les dijo que creyeran lo que se les promete cuando estamos en campaña electoral», respondió Nuestro Señor.