«No puedes mejorar el mundo donde vives más allá de las palabras con que lo entiendes».

(Lázaro Buría, muro de Facebook, 23/7/2018)

Un conocido refrán (¿popular o culto? ¡Poco importa!), advierte, sin dudas, sobre el conflicto cognitivo que los sapiens, supongo, enfrentaron desde que apareció -al comienzo de su historia evolutiva-, la cualidad que lo distingue hoy como primus inter pares de las especies de la Tierra: «pensar». Aunque todavía se ignora, si tal comportamiento del «cerebro humano» es anterior o posterior al uso del «segundo sistema de señales» (SSS)1.

Ni siquiera tras cientos de miles de años de uso, progreso y desarrollo de esa «auto-biotecnología» — pensar —, y otras tecnologías solidarias con ella para trasmitirnos y comunicarnos entre unos y otras personas lo que «pensamos», (última novedad es la computadora cuántica, presentada en el mercado por el gigante IBM, pero solo para uso científico y comercial –de momento-, prometiendo multiplicar potencia y rapidez del procesamiento de datos en varias veces de cómo lo hacen los ordenadores tradicionales), no puede decirse que el aforismo de los árboles no dejan ver el bosque — o su inverso, el bosque no deja apreciar los árboles, haya perdido valor argumentativo, sobre todo en debate y discusión para ganar «mayoría» y evitar ser «minoría», en los sistemas gobernativos de convivencia que se agrupan bajo la distinguida palabra «democracia. ¡Tampoco en los demonizados como «totalitarismos»!

¿Qué significa bosque y qué significa árboles en la esotérica metáfora polisémica, devenida meme epigenético que sobrevive en la retórica de generaciones evolutivas de nuestro particular Big Bang de homínidos? No encontré información sobre el origen de ese «axioma» -la paleolíngüistica parece no haberse ocupado de asunto tan insignificante-, que posiblemente nació — en la formación de palabras que lo conocemos hoy —, tras muchísimas combinaciones y mutaciones de los primeros articulados lingüísticas entre sensorialidad y SSS (el proceso de construcción que inició la creación de «significante/significado» imposible de saber actualmente cómo ocurrió-, cuando los ancestros de los actuales «humanos» comenzaron a abstraer sonoramente lo que sus otros 4 sentidos básicos le revelaban como realidad tangible –más allá de sus propios cuerpos, o incluso como «sensaciones peculiares dentro de su propia anatomía»-, para crear «lengua-je» sobre el primer soporte en que este fue impreso: el cerebro).

Pero es posible imaginar que la primera de las dos formas posibles de expresar el apotegma los árboles no dejan ver el bosque, pudo haberse usado, por primera vez, para denotar «cosas» no abstractas — o sea, imágenes reales y concretas de «bosque» y «árbol» —, y no a las que suele connotar cuando ese tropo se emplea de «forma metafórica» como parte de algún discurso en cuestiones de Civilización, Cultura, Economía... etc. O alude a cualquier otra forma organizativa de una sociedad a la que nos acerquemos para interpretarla, estudiarla y entenderla como conjunto formado por partes, o «algo» que analogamos a «árboles» y «bosque» en cuestión. ¿Qué ocurre cuando se hace esa «operación mental»? Simplemente, pensar. Pero de manera «biotecnológica avanzada».

El primer sapiens que usó el término «biotecnología» fue el ingeniero húngaro Karl Ereky, en 1919. Y una definición de ese término aceptada actual e internacionalmente es la siguiente:

«La biotecnología se refiere a toda aplicación tecnológica que utilice sistemas biológicos y organismos vivos o sus derivados para la creación o modificación de productos o procesos para usos específicos».

(«Convention on Biological Diversity», Article 2. Use of Terms, United Nations. 1992)

Ajustándome a ese patrón semántico, considere «posible» incluir diferentes, variadas y distintas «formas de pensar» dentro del campo de investigación y estudio de que se ocupa tal especialidad científica. Sin olvidar que cuando lo hago mezclo «áreas diferentes» de un orden establecido de «saberes» que facilita la producción, en uno u otro campo de los conocimientos científicos. Es decir, fusiono «cosas distintas» que una tecnología particular de la manera de pensar creó para entender «la Realidad de Las Cosas por parte» y no como «bosque», donde cada «árbol» en particular es indistinguible.

Por ejemplo, la pregunta «¿para qué nacemos los sapiens?», carece totalmente de «sentido y significación», si la hacemos en el marco temporal anterior a la aparición del lenguaje humano que usamos hoy para explicar «nuestro sistema realidad». ¡La frase subrayada solo los tiene dentro del ámbito fronterizo de nuestra vanidad terrícola, pero no para lo que existe más allá: en el Universo sordo y mudo!

«Historia del Mundo» podría ser, también, advocación que sugiera «bosque», conjunto de iguales diversos (por ejemplo, como lo son «las once mil vírgenes» de la primigenia María, bosque imaginario creado por equívoco numérico de un traductor que traicionó a cada «una» de las once mujeres reales que rechazaron entregar sus hímenes intactos al apetito salvaje de las tropas de Atila — ver Historia de Úrsula, convertida, tras su enfrentamiento a los hunos en Colonia en el siglo V, en santa —, con «mil» vírgenes.

En el lugar del martirio, Clematius, un ciudadano de rango senatorial que vivía en Colonia, erigió una basílica dedicada a las «once mil vírgenes», entre ellas Úrsula. En la inscripción de dedicación de este edificio se nombra a las otras doncellas (Aurelia, Brítula, Cordola, Cunegonda, Cunera, Pinnosa, Saturnina, Paladia y Odialia de Britania), de las cuales la última es llamada undecimilla («undecimilla» o «undecimita», en latín).

La idea errónea de que las compañeras de martirio de Úrsula fuesen once mil surge en un documento datado en el año 922 que se conserva en un monasterio cerca de Colonia, donde se hace referencia a la historia de Santa Úrsula y sus compañeras. En el citado documento entre otras cosas se decía:

«Dei et Sanctas Mariae ac ipsarum XI m virginum"», donde «XI m virginum» debía leerse como «undecim martyres virginum» (once mártires vírgenes) y en su lugar leyeron «undecim millia virginum» (once mil vírgenes).

«Durante siglos esta confusión se extendió sin que nadie la pusiera en duda, dando lugar así a la leyenda de las once mil vírgenes».

En la interacción entre funciones mentales y arquitectura neuronal, Lev Vygostsky (psicólogo ruso de origen judío, 1896/1934), denomino al lenguaje como «el instrumento de los instrumentos». Bautizo que abrió la puerta a considerar La Palabra como «instrumento biotecnológico», por el papel causal que juega en la producción de las estructuras de acción del «pensamiento» construidas y controladas por ese instrumento.

El planeta de los sapiens está lleno, casi totalmente, de «Bosques» (bosques de parlamentos y gobiernos nacionales, bosques de transnacionales, empresas locales, bosques de bancos e instituciones financieras, bosques de religiones y creyentes en este Dios o en aquel, bosques de lenguas e ignorancias particulares, bosques de ideologías útiles e inútiles, bosques de peculiaridades étnicas, psicológicas y culturales, bosques de frío, calor y temperaturas templadas). Y todos esos «bosques de arboles» forman, para el caminante único que quiera explorarlos sin la cooperación de otras mentes que le ayuden, «Una Selva imposible de desentrañar y distinguir en cada una de sus partes específicas». Por ello, el proyecto de conquista que los humanos han imaginado cuando fue creado el término «Globalización» -subsidiario de la concepto/imagen «Bosque»-, pasa, inevitablemente, sí es que realmente buscan y quieren alcanzar a ver «El Bosque Total de la Tierra», en pensar en cada «Árbol» que hay en cada Bosque particular. Y para ello, repito lo que sabe cada árbol del «Bosque Humanidad» capaz de pensar: Hay que sustituir el significado de la palabra «Diversidad» por lo que supone ser «Unidad». Y atribuir a esta lo que significa la primera. Es simple permuta de cómo usamos esas dos palabras en nuestra actividad mental. Pero por lo que se deduce de lo que «oímos y vemos» diariamente en los medios, parece muy, muy difícil.

A propósito del párrafo anterior, me sorprendió una idea expresada por Ignacio Sánchez Cuenca -Director del Instituto Carlos III-Juan March de Ciencias Sociales de la Universidad Carlos III de Madrid y Profesor de Ciencia Política en la misma universidad-, que anuncia lo siguiente:

«... la ideología tiene menos que ver con la posición social del individuo que con su preferencia por unos u otros valores morales…».

Y ampliando «su pensamiento», explica por qué lo piensa «así»:

«Las ideas las podemos comparar, podemos determinar cuáles son mejores. Pero una persona, por el hecho de defender unas ciertas ideas, no es mejor. Una persona puede tener ideas muy bellas, o muy bienintencionadas, y luego comportarse de acuerdo con principios que no tienen nada que ver con ellas. En ese sentido, quiero dejar muy claro que esto no es una crítica a las personas de derechas, sino una comparación entre ideas políticas».

(Véase el enlace)

«La Fábrica Global de Pensamiento y Lenguaje de Los Sapiens» está influida por numerosísimas biotecnologías individuales de cómo y qué pensar, que se confrontaban entre sí desde muchísimo antes de la aparición de Internet –donde todos los/las que queremos y podemos ser parte del tejido neuronal de ese «cerebro planetario» y sentirnos, imaginariamente, «conectados». Pero el Web World Wide ha multiplicado «N» veces la producción tanto de saberes como de confrontaciones entre ellos y entre sapiens, acelerando la no tan evidente verdad de que cada persona es «un bosque único» que contiene «un solo árbol», los seres humanos (calificativo sustantivo que usamos frecuentemente como sinónimo de «sapiens», aunque no lo es, exactamente pues entre «un tipo y otro de materia viviente» hay el mismo abismo que existe entre «Naturaleza» y «Cultura» –es decir, entre «animal natural» y «derechos y deberes humanos»), confrontan un obstáculo casi insalvable para alcanzar a comunicar, con «total exactitud y precisión», lo que cada uno de ellas y ellos «piensa y entiende» como Realidad –tanto la que le es próxima como la que no puede alcanzar directamente con sus sentidos-. Todas tienen forma diferente, incluso cuando parten de fuentes de datos e información semejantes, iguales y hasta aceptadas por consenso cognitivo que, a veces, es incluso el de Todos (un ejemplo extremo de ello es que existen aún, entre nosotros, dos grupos que definen al planeta en que residimos, de dos formas geométricas contrapuestas: uno, los que lo piensan «redondo», más o menos; otro, los que insisten en que es «plana» (¡la causa de pensar tal diferencia, poca o ninguna relación tiene con la «Mecánica Celeste» ni con las «Matemáticas –tal desigualdad es producto de para qué utilizamos «el instrumento biotecnológico» con que se nos dotó al nacer-).

¿Cuál es la razón de tal diferencia extrema entre «una manera de decir las cosas de uno o de la otra»?. Supongo que una gran parte de «nosotros» estaría de acuerdo en que es la Palabra — ¡o mejor, «las Palabras»! —, quienes provocan, influyen, propician, en fin son Causa Primera de ese fenómeno -¡más allá de diferencias genéticas estructurales de la arquitectura biológica de cada uno de los «seres humanos»!-. Pero ojo –y oído-, lo que acabo de explicar, mediante «mi manera particular» de pensar y explicar (uso aquí la redundancia para evitar confusiones que, lo sé, serán inevitables e imposibles de evitar por mi parte y por la tuya, lector), con lo escrito no quiere decir –es decir, «no significa»-, que todos los conflictos reales y tangibles –y también los que no lo son- a los que se enfrenta la especie a la que pertenezco tengan su origen en la Palabra. Ni debería incluírseme entre quienes hacen de «la Semántica» la fuente principal y única de todo lo que hacemos mal, equivocadamente, «estulticiamente» (¡acabo de recordar a Erasmus de Róterdam!).

Mi comprensión de lo que he expuesto anteriormente, se sostiene en «las bases gnoseológicas» mismas que me han motivado a escribir este artículo y a utilizar una oración que no es «típica» para identificarlo -¡quizás ni adecuada!-, para sugerir al lector una idea clara y simple de lo que contiene el texto/bosque que todavía no ha terminado de leer completamente. Pero que ya, casi está terminando de comprender para «formarse una idea en su mente» de lo que ha consumido cómo «conocimiento, noticia, novedad, tontería, insulto a la inteligencia», o cualquier otra calificación que él o ella puedan construir en su mente cuando termine la lectura.

Sí algo notable y de provecho me ha enseñado la interrelación que he mantenido con Internet durante el cuarto de siglo transcurrido desde que usé sus servicios de esa tecnología por primera vez, mis palabras lo explican así:

«…cada día que pasa y continuo disfrutando de los saberes que la Red contiene — ¡también de sus divertimentos, ignorancias y estupideces! —, me confirman una verdad absolutamente obvia que olvido cuando me relaciono con otros cibernautas (así nos definen, ¿no?): todos somos diferentes apreciablemente. Y la consecuencia que de ello se deriva inevitablemente, es que estamos obligados a descubrir en qué podríamos estar de acuerdo todos, sin que nadie se sienta excluido. Seguramente, ¡también es inevitable!, no faltará quien o quienes griten: ¡imposible, eso no puede suceder, siempre habrá partidos! Lo cual supone que se nos condena a existir partidos. Pero aun cuando no creo en dioses ni milagros, sé que ellos –y también las diosas-, existen para hacer posible “La Unidad de La Diversidad”. Y tarde o temprano, ocurrirá el Milagro Cognitivo que contaminará a toda nuestra especie» 2.

Notas

1 García Carrasco, J. y Juanes Méndez, J. A. (2013). «El cerebro y las TICS» . Revista Teoría de la Educación: Educación y Cultura en la Sociedad de la Información. 14(2), 42-84 [Fecha de consulta: 14-17/01/2019].

2 El cirujano Mario Alonso Puig discursa sobre una afirmación que guarda cierta semejanza con lo que he deseado comunicar en este artículo: «todo está conectado con todo». Si el lector puede invertir 30 minutos de su capital de vida disponible y escuchar lo que explica este experto, no dudo de que produciría su «pensar» propio al respecto.