Cuando el presidente Juan Rafael (Juanito) Mora convocó a su pueblo para ir a enfrentar a las huestes filibusteras lideradas por William Walker, el 1° de marzo de 1856, el ejército convencional se engrosó con centenares de reclutas, para conformar el denominado Ejército Expedicionario, de unos 4.000 soldados. Sin embargo, para ser enrolado, todo individuo debía cumplir varios requisitos, como su estado de salud, su destreza con las armas, el estado civil, la existencia de hijos —si eran casados—, la edad, etc. Por tanto, aunque fervientemente deseosos de ir a defender la patria amenazada por los promotores de la esclavitud, muchos candidatos fueron rechazados.

Sin embargo, conocemos al menos dos casos de adolescentes que obviaron el requisito de la edad y se las ingeniaron para involucrarse en las filas de combatientes. De hecho, ambos participaron en la memorable batalla del 20 de marzo en la hacienda Santa Rosa, en Guanacaste, donde las hordas invasoras —comandadas por el húngaro Louis Schlessinger—, serían rápidamente derrotadas y expulsadas del territorio nacional.

Uno de ellos fue el guanacasteco Guadalupe Martínez, de apenas unos 11 años. Se ignora cómo logró ser aceptado como tambor mientras nuestro ejército acampaba en Liberia, pero él estaba en Santa Rosa cuando el general José Joaquín Mora ordenó un toque a degüello. Es decir, se debía tomar la casona de la hacienda —donde se atrincheraban los filibusteros— mediante un ataque implacable, y se degollaría a los que sobrevivieran, de modo que no quedara ni uno vivo. Para comunicar esa orden las cornetas debían sonar al unísono, complementadas por unos pocos y certeros golpes de tambor. Sin embargo, quizás ante la emoción de oírlas timbrar y ver al batallón del coronel Lorenzo Salazar avanzar con decisión hacia la casona, sin que tuviera la autorización de los jefes militares Guadalupe empezó a tocar su redoblante con más fuerza de la cuenta. Esto era improcedente, y pudo haber causado confusión en las tropas, pero como la batalla se ganó, su acto resultó más simpático que censurable.

El otro caso fue el de un adolescente capitalino, cuya conmovedora historia apareció relatada en el diario Boletín Oficial del 27 de marzo, apenas una semana después de la batalla. Con el subtítulo Rasgo patriótico, ahí se lee lo siguiente:

«El joven José Salazar, de San José, de 17 años de edad, se presentó a servir de Oficial en el Ejército expedicionario, pero tuvo el sentimiento de que el General D. José Joaquín Mora no lo recibiese. Instó de varios modos hasta conseguir que le permitiesen marchar de agregado. Después de la jornada de Santa Rosa escribe a su padre Sr. Juan Salazar una carta que en sustancia dice así: "Querido tata: Le noticio a U. que en la batalla me he portado como un hombre, y que he tenido la dicha de ganar un premio". Como era natural, en vista de esta carta, el padre y familia creyeron que el joven habría adquirido alguna cosa de provecho, y decían: ¿Qué será lo que ha ganado José? Puede ser que sea un grado, o dinero; mas no pudieron saciar su curiosidad sino hasta el siguiente correo, que, por noticia de sus conocidos, se supo que José estaba herido, y este era el premio de que se gloriaba. Esto, mejor que largas descripciones, pinta el carácter del costarricense, a que solo podría llegar un Espartano».

Sobran las palabras ante el fehaciente y convincente testimonio personal de este jovencito, para quien la defensa de Costa Rica era más importante que su propia vida.

En fin, sin conocerse previamente, nacidos a unos 200 kilómetros de distancia y cuando vivían la adolescencia que la brutal guerra vino a lastimar, el destino hizo converger a Guadalupe y a José en la hoy legendaria Santa Rosa. Valerosos muchachitos —indeleble ejemplo para las juventudes de ayer y de hoy—, no dudaron en enfrentarse al poder de fuego de los torvos y temibles filibusteros con tal de ver libre su amado terruño, así como de saber que sus seres más queridos podían seguir disfrutando de la calidez hogareña de los apacibles días de otrora.