Barry Schwartz de la Universidad de Chicago ha escrito un libro sobre cómo la espera es la nueva forma de control. También la forma de identificar las clases sociales. Solemos creer que la cola es un instrumento que regula el intercambio de una demanda y su satisfacción. En vista de que el Estado tiene limitados recursos, reza esta interpretación, hacer fila es la manera más efectiva de equilibrar la oferta y la demanda. Sin embargo, Schwartz opina que los que hacen cola no responden solo a los pocos recursos públicos. Para él, la espera es política.

Sabemos que haciendo filas el Estado nos hace perder más de lo que ahorra. En estudios realizados en Moscú se encontró que con solo hacer colas en las compras, los rusos malgastan billones de dólares al año. Esto palidece si hiciéramos estas matemáticas en los hospitales de nuestros países. La espera, entonces, no se relaciona con la falta de personal. Si podemos pagar pensiones de millones, el Gobierno podría conseguir la plata para terminar con las colas. Pero no, estas, o su ausencia, son los premios actuales. La espera es una manera de disciplinar y manejar a la población. Javier Auyero nos dice que «hacer esperar a los pobres es una herramienta de control para el poder que les permite vigilar y castigar. A la vez, genera una subjetividad en los pobres, quienes creen que ‘deben’ esperar y que, en ese sentido, actúan como buenos esperantes», explica el autor del ensayo Los pacientes del Estado.

La raíz de la palabra paciente tiene dos connotaciones muy relacionadas. La primera habla de quien sufre una enfermedad y tiene una raíz latina pati que significa «sufrimiento». Los tiempos de espera, o de sufrimiento, se alargan y se acortan independientemente de lo material. Todos hemos experimentado el cajero de banco que parece estar dormido y la secretaria del hospital que hace que no nos ve. La espera es un instrumento que opera de forma inconsciente. Algo parecido pasaba, hasta hace poco, con los pacientes terminales de cáncer. No les daban suficiente morfina. Tenían suficiente medicamento pero tenían una excusa para no darlo: decían que era para evitar la adicción. Sin embargo, ¿qué importa si un paciente terminal se hace adicto a la morfina? La verdad era que los médicos querían diferenciarse de los moribundos. Entonces, de manera inconsciente, dejaban que fuera el dolor que los separe de los pacientes. Así ellos se aseguraban que eran los otros los que se morirían.

Pues si algo hacía que no hubiera suficiente morfina, lo mismo se da con las colas. Estas responden al poder y al inconsciente social o al «Gran Otro» de Lacan. Las colas sirven para crear escalas para que aprendamos nuestro valor social. Como una pirámide, cada persona esperará tiempos diferentes. Lo que antes hacía la ropa, que servía para diferenciarnos, lo hace ahora la espera. En tanto que ricos y pobres ya no se pueden distinguir por lo que se ponen, ahora se recurre al tiempo: los ricos esperan menos que los pobres. Cuando solía viajar a Miami aprendí muy rápidamente unirme a la cola de los blancos y de los rubios: la de los negros y de los morenos dura siempre el doble. Y mientras uno hace la interminable cola, otros, los VIP, pasan inmediatamente (¿crees que las Kardashian hacen fila?). Recuerda que el secreto de todo asistente de abogado o de médico es nunca hacerte pasar inmediatamente. Esto se vería como que el cliente y el especialista tienen el mismo valor: la espera es para recordar que no. Irónicamente, hasta los asistentes juegan al poder. Estos pertenecen a una clase inferior a la de los clientes, pero hacerlos esperar les pone por encima. Es el caso de la oficinista que, cuando está a punto de atendernos, decide que es la hora de su café. También es una forma política de reducir la disidencia. Entre más esperas en diferentes departamentos para poner y resolver una queja, más decide uno darse por vencido. La espera, entonces, es una forma de eliminar las denuncias.

Finalmente, la cola tiene como fin reducir la autoestima y también, matarnos. Uno piensa que si tuviéramos dinero, habríamos pagado para que alguien, en lugar nuestro, haga la cola. Sabemos que una espera de uno o dos años para una cita médica, nos manda para el más allá. La cola es la forma posmoderna de eutanasia. Los Gobiernos con sus sistemas de pensión quebrados o a punto de estarlo, no tienen que aumentar los impuestos: la cola resuelve los costos médicos del Estado por medio de aplazar las citas y esperar que la enfermedad siga su curso. Séneca ya lo dijo: «Quien no tiene que esperar, de nada debe desesperarse».