Es curioso que alguien se proponga escribir sobre un oficinista. A primera vista, parecen individuos tan grises y anodinos que costase pensar que esta sencilla existencia diese para rellenar las páginas de un libro. A no ser que intuyamos que tras estas fachadas se ocultan misteriosos o excitantes personajes, seres extravagantes que luchan por esconder una vida a todas luces reprobable tras el aspecto del aburrido oficinista.

Desde la oficina es el libro que recoge una serie de veinte escritos, a caballo entre el relato y el ensayo, dedicados en exclusiva al oficinista. Ese oficinista cumplidor de su deber, comedido y puntual, que no necesariamente posee una singular vida paralela de la que poder regocijarse en silencio. Aunque también está el oficinista creativo que se deja conquistar por sus tendencias artísticas en horas de trabajo.

«Obedece con gusto y se opone con facilidad», dice sobre la figura del oficinista quien se formó durante varios años como empleado de banca, sin poderse resistir a las contradicciones a las que sus propios personajes se ven sometidos: la oficina es el lugar en el que la vida pasa determinada por voluntades ajenas, pero también es donde uno da rienda suelta a la imaginación y las aspiraciones del bohemio creador. Su primer texto conservado,El oficinista, escrito en 1902 (se desconoce si por encargo o no), de gran repercusión, aparece en primera plana de la publicación, acompañado de una nota del redactor responsable que advierte de posibles malentendidos. Comienza así:

«Pese a ser un personaje muy conocido en la vida, al oficinista nunca le han dedicado un comentario escrito. Al menos, que yo sepa. Acaso sea demasiado cotidiano, demasiado inocente, muy poco pálido y depravado, de escaso interés, ese joven hombre tímido, con la pluma y la tabla de cálculo en la mano, como para convertirse en tema de los señores literatos. Sin embargo, a mí me viene que ni pintado».

De Robert Walser sabemos poco. Que lidió entre el desequilibrio y la cordura, y que optó por huir de lo convencional para resguardarse del mundo y vivir de manera clandestina a solas consigo mismo. Con catorce años dejó los estudios para comenzar a trabajar en un banco. Pero en su proyecto de vida estaba la idea de hacerse actor, por lo que viajó hasta Stuttgart para presentarse a una única audición, que resultaría tan humillante que ya no lo volvió a intentar.

Fue hasta Berlín en busca de su hermano mayor, diseñador de escenarios e ilustrador. Allí tuvo trabajos de diversa índole (lo que será decisivo en sus textos), a la vez que escribía bocetos, poemas, obras de teatro de cierta relevancia, hasta que fue conocedor de que podía mantenerse con su propia escritura. Así estuvo colaborando es revistas literarias y pasó a formar parte de grupos artísticos, en donde fue muy bien recibido. Pero algo en él le impedía disfrutar de la vida de intelectual y poco a poco se fue retirando hacia una vida más tranquila a las afueras.

A pesar de que Berlín le había abierto las puertas para dejar de lado sus orígenes sociales, su compromiso con la clase de la que provenía le llevó a rechazarlo y regresar a la Suiza de provincias de la que procedía. Zúrich, Berna, Biel, Stuttgart, Basilea..., estuvo yendo de un sitio a otro, alternando con sus colaboraciones para prensa (publica centenares de poemas, prosas y escenas dialogadas) con otro tipo de empleos. Su tendencia narrativa se vuelve cada vez más hacia el paisaje suizo social y natural.

Con antecedentes psiquiátricos, sufre de insomnio, ataques de ansiedad, comienza a oír voces y llega a intentar suicidarse. En 1925 acepta ser internado en un sanatorio, donde valoran una considerable depresión. Más tarde, le animan a que vuelva al exterior al haberse cerciorado de que ya todo estaba bien en él, pero la rutina institucional se ha vuelto tan indispensable que elige quedarse.

Lejos del mundanal ruido, protegido entre las pareces del centro psiquiátrico permaneció durante un cuarto de siglo, siempre en total dominio de sus facultades mentales, dedicado a la lectura y la escritura, hasta 1932, año en que dejó de hacerlo (o al menos, ya nada se conserva a partir de entonces), alegando que el tiempo de los literatos ya había finalizado. Desde entonces, su única ocupación serían las largas caminatas por el campo.

El día de Navidad de 1956 Robert Walser es encontrado en el campo, en Herisau, cubierto de nieve, por un grupo de niños que, alarmados ante tal hallazgo, avisan a la policía.

Todo lo que Walser escribe es extraído de su propia experiencia vital, su tranquila pero angustiosa vida. De este modo, muy coherentemente sugiere que sus obras sean leídas como capítulos de una misma historia, «real, larga y sin argumento».

Walser comienza a escribir siendo adolescente, y parece que es ya entonces cuando decide apartarse del mundo: están presentes el deseo de no querer ser nadie, de pasar desapercibido, de desdibujarse. El estilo que emplea le permite tomar cierto distanciamiento, al cubrir los sentimientos de un tono de parodia, para así poder enfrentarse a la indefensión que le suponía el estar en los márgenes de la sociedad. A la vez que siente desencanto por lo que rodea, siente interés por lo cotidiano y trivial.

Es autor de una obra amplia, con mucho de autobiográfico y con un estilo propio inconfundible: poético, con digresiones y tono de burla. Con algo de Rousseau y de Dostoievski, y también del héroe tradicional alemán de los cuentos.

Algo más característico en Walser es la escritura a lápiz, fundamental en su proceso creativo. Dejó montones de textos, muchos escritos con una letra mínima, difícil de descifrar. Se trata de anotaciones que el autor escribe de manera desordenada, en papeles sueltos, sin ánimo de ser publicado (lo que han llamado microgramas y que aparecerían de manera póstuma). Antes de su muerte se inició un proceso de recuperación y recopilación de todos sus textos, pero no fue terminado hasta después de esta, en 1966.

Desde aquí animo a conocer a Rober Walser, el hombre que pasó de ser escribiente a ser escritor, el curioso personaje cuya vida nos provoca interés y desconcierto a partes iguales; conocerle a través de lo que de él nos muestran sus obras, con gran destreza, humor y calidad narrativa. Y, si se quiere, descubrir su particular tipología de empleados (cumplidores, conformistas, díscolos, creativos), que dibuja con sagacidad y burlonas observaciones, y que, entre lo cómico y lo trágico, viven al límite su existencia en el insustancial escenario que es la oficina.