«... para mí es indiferente que aquello que yo he pensado haya sido pensado por alguien antes que yo...».

(Ludwig Wittgenstein, «Tractatus logico-philosophicus»)

Estoy vacunado contra optimismos y pesimismos que provocan discursos de propósitos anunciados con palabras. La energía potencial del lenguaje hablado, escrito y sus versiones audiovisuales contiene tanto «lo luminoso» como «lo oscuro» -sesgos poéticos de «lo bueno» y «lo malo»-, según se perciban por el «sistema de conveniencias y sesgos particulares» de cada receptor. Y mi cognición tácita – lo conocido como «instinto» -, lo primero que me ha sugerido es evitar interpretar cualquier discurso como victoria o derrota de perdedor o ganador. Y entender, sea el tema, argumento o asunto que sea, como «oportunidad para todos» de no continuar obstinados en equivocarnos (este «todos» es todos, sin exclusión, además de suponer el reto de incluirnos a Todos en El Todo). Es mi única regla del juego para poder aceptar la aún utópica «diversidad», que existe de muchas formas particularidades en las que podamos reconocernos, general e individuamente, quienes nos autodenominamos humanos — Homo sapiens para los paleontólogos —. ¡Obviamente, es exigencia que me hago solo a mi mismo! Porque sé el imposible que es, pedirles, globalmente, a todos los demás seres humanos, que acepten mis normas personales de entender los discursos.

Esa regla, tiene imperfecciones. La mayor de ellas, es que por sí sola no garantiza sobrevivir –comer, techo, trabajo y el poquito de pequeños placeres imprescindibles para vivir dentro de bienestar justo y equitativo-. En este punto comienzan las mutaciones que dan origen a la trinidad de «subespecies críticas» a la que emigrará cada terrícola para cocinar su sardina. Estar clasificado en alguno de los registros de gentilicios nacionales de nacimientos sea o no nativo/a de algún otro de los 193 países que pertenecen -censados oficialmente-, a la Organización de Naciones Unidas -con excepción del Estado más pequeño del mundo, Ciudad del Vaticano, que es solo «miembro observador» sin derecho a voto-, no garantiza quedar excluido de esa manera en que etiqueto a los sapiens.

A pesar de la Globalización en marcha –inevitable-, los problemas y conflictos que cada finca del Planeta tiene que resolver, sigue siendo responsabilidad privada de ciudadanos de «su nación». ¿Pero son iguales entre sí los «ciudadanos» de todas? La pregunta conduce a racimo de respuestas que, además de tener en cuenta particularidades contenidas en las constituciones de «esos lugares» -la Carta Magna, como se le nombra-, también supone otros matices como «niños», «jóvenes», «adultos», «viejos», «pobres», «ricos», «blancos», «rojos», «amarillos», «negros», «obreros», «campesinos», «profesionales», «asalariados», «dueños», «heteros», «gais», «bi», «ciegos», «sordos», «mudos», «inválidos» etc., etc. etc. –incluidos todos en los dos grupos principales: ellos y ellas-, integrantes de género de incalculables familias políticas –partidos- de países del norte y sur, este y oeste (ver ejemplo de cuantos hay en España). Y, además, «los muchos tipos de derechos» creados para luchar por ellos, que poca, alguna o mucha relación tienen con el precio del petróleo –no lo sé-.

Desde la perspectiva que implica todo lo anterior e informado brevemente de los debates específicos de tal laberinto de países con sus culturas privadas, que se ofertan en «paquetes turísticos» -incluidas rarezas de paisajes y bondades de este u otro clima-, siento que enfrentamos «hoy día» una merma de la producción de La Esperanza Mundial cuando razono lo que restará del cruce de todos esos datos y noticias en la cabeza de las audiencia que consumen los discursos que informan sobre «como va el mundo». Y dejando a un lado a la mayoría de quienes aún disfrutan de «la tercera y cuarta edad» -¡pero también a quienes les va bien en «la primera y la segunda»!-, se puede apreciar la nostalgia (en las mayorías de cada uno de esos 4 grupos que «viven mal»), todavía viva por una frase proverbial que acuño un político, militar y escritor español (Jorge Manrique -1440-1479-), quien la incluyó en las Coplas sobre la Muerte de su Padre -el caballero hispano don Rodrigo Manrique-:«Cualquier tiempo pasado fue mejor». Lo que sintió Manrique en el momento en que escribió ese «meme» supone, de su parte, interpretación literaria emocional mal aspectada (en el marco de «la globalización restringida» -América no estaba incluida en su universo referencial-), pues el futuro refrán estaba lejos de entender el Renacimiento europeo tal y como se comprende y promociona ahora, cinco siglos después.

Deberíamos ser cauteloso cuando pensamos sobre las circunstancias de la Vida Global de nuestra especie, pero parece inevitable que nuestra mente individual se incline a predecir influida más por el Apocalipsis que por el Big Bang. Pero así es, no solo en función de la edad que cargamos a la espalda sino, sobre todo, gracias a la «subespecie crítica particular» que elegimos usar como «pensamiento propio», imaginándonos ser uno de los avatares políticos posibles en los que se nos permite escoger. Avatar que nos transforma a todos de inmediato en implicados, al ser «tocados» por la «varita mágica de una situación global u otra». Es decir TODOS –sea malo o bueno-.

Tal fenómeno –insuficientemente descrito, como sucede con todo lo pintado mediante palabras-, lo entiendo como «el buscar», simultáneamente, el porqué lo justo, equitativo y democrático parece imposible a unos y no a otras personas. «No es fácil», podría pensar o creer usted -en su lengua respectiva-, que es lo que suele responder, comúnmente, la inmediatez de la mente humana a aquel anhelo. bien por ignorancia, voluntarismo u orgullo nacional, aunque algunos sapiens se arriesgan a agregan «…pero se puede…». Y un tercer grupo –más pequeño, pero que crece irrefrenablemente- afirme: «We can», que en español significa: «Podemos»

En nuestro planeta actual, he identificado tres perfiles posibles de subespecies críticas nuevas de sapiens, que la Nueva Evolución Civilizatoria nos ha traído –la más potente de las «Eras» que hemos vivido hasta hoy los homínidos y que algunos geólogos la definen como «Antropoceno» Son estas:

  • La/el objetivo: tiene los dos pies sobre la tierra

Controlan sus «emociones» –sin olvidar buenos y malos momentos del «pasado», pero priorizan «razones de presente» que perjudican o benefician su situación personal actual. Argumentan sus opiniones mediante «valores y/o cifras» procedentes de uno u otro de los bandos enfrentados durante los dos siglos anteriores –cuando se acuñaron las etiquetas de «Izquierda, Derecha y Centro» en el parlamento parido por la Revolución francesa-. Este espécimen, suelen parecer «objetivo», «racional» y, hasta cierto punto, lo es. Es la variedad menos agresiva de estas subespecies, pero no llega a ser «idónea» para liderar lo que requiere un estado de opinión que garantice la salud de «La Nueva Esperanza recién nacida».

  • La/el equitativo: tiene un pie en la tierra y otro en el cielo

Es subespecie crítica que no controla sus «emociones del presente» –olvida no solo buenos y malos momentos del pasado sino también los posibles en el futuro-, y prioriza su «hambre del ahora” sin tener en cuenta «el antes» ni «el después». Sus inquietudes, a pesar de nutrirse de emociones que le embargan en el hoy que le encarcela, no dañan tanto a «La Nueva Esperanza recién nacida» como alimentan a su hermana gemela –«La Vieja Desesperanza Adolescente», a la cual no es saludable dejar de escuchar-.

  • La/el ideal: tiene ambos pies en el cielo y quiere ponerlos en la tierra

Es subespecie que más allá de sentimiento y razón tiene convicción sosegada –ajena a «principios y finales»-, y una sola preocupación: separar «lo bueno» de «lo malo» en las palabras y «en los hechos», estimulando únicamente «lo útil» y «lo bueno» -en ese orden-. El propósito de esta subespecie, abundante tanto en el norte o el sur de cualquier territorio litigado de sus tierras cardinales a izquierdas y derechas respectiva -¡tampoco se ciñe a pertenencias anotadas en registros de nacimientos!-, es, quizá, la ideal (¡no piense en «ideales intocables» sino «prácticos»!) para que «La Nueva Esperanza recién nacida» crezca hasta alcanzar –al menos en sus primeros años de vida-, la suficiente salud que la transforme, normalmente, en «El hecho que todos deseamos ver multiplicarse» para poder sentirnos verdaderamente orgullosos de estar contribuyendo al futuro que aspiramos a dar a hijos, nietos y sucesivas generaciones (aunque -¡estoy seguro!-, inexorablemente, llegarán a olvidarnos respetuosamente para continuar reproduciendo la vida y hacerla mucho mejor -¡aunque siempre de manera insuficiente para las exigencias de la Ley de Selección Natural!). Tod lo cual es lo mismo que hicieron nuestros predecesores y lo que hacemos nosotros ahora, cuando «creemos» estar haciéndolo bien.

La Esperanza a la que me refiero tiene un solo mensaje sencillo y simple: no insistir en lo que no seamos capaces de perfeccionar. Es oportunidad que no debe desaprovecharse, sea cual sea «la subespecie crítica» que elijamos para que nos represente.

Nuevas ideas y lenguaje (experimentos del pensamiento sapiens)

El miedo es sentimiento-emoción único. Pero existen variados medios y agentes –reales e imaginarios-, para producirlo en nosotros. En tipos e intensidades diferentes. El miedo «atemoriza». Es objetivo que asociamos a las muchísimas formas de «Poder» dentro de las que estamos obligados a existir inmersos. La lista de ellos es interminable. Pero afortunadamente, los hay desde algunos muy pequeños, hasta los colosales que emanan de grandes estructuras –políticas, financieras, religiosas, militares y hasta sexuales-.

Las probabilidades que tenemos de «vencer al Miedo», son proporcionales al conocimiento que tengamos sobre el miedo al que escojamos enfrentarnos y a los medios materiales de que disponemos para hacerlo. Pero lo que más importa –¡define el éxito o el fracaso!-, es librar la batalla «acompañado». No puedes desafiar solo a ningún Miedo. Tal idea de «independencia solitaria» es el mito que más daño hace a nuestra Especie actualmente.

Si nuestra especie llegara a estar constituida solo por individualidades que cumplieran El Canon de lo que actualmente «La Cognición Universal de Un Ser Perfecto» afirma que deberíamos ser todos y todas, sería verdadero milagro que no nos extinguiéramos. Y la «Evolución Cuantitativa», reflejada en el enorme aumento de unidades de seres humanos que hemos experimentado los sapiens en los últimos 50.000 años, no es síntoma de que estemos mejorando sino más bien que nuestro fin –como «tipo de modelo de animal»- está aproximándose. ¿Imaginan cómo de aburrida seria la coexistencia que deberíamos sufrir los terrícolas, si la totalidad de cómo somos cada uno de nosotros fuese calcada sobre lo que propone la deidad monoteísta más famosa de las que compiten en el «Mercado de las creencias religiosas» -¿la del Supremo Dios Cristiano?-.

Esta es La Razón (no aristotélica, ni platoniana, ni agustiniana, ni cartesiana, ni kantiana, ni hegeliana, ni siquiera marxista o habernasniana –tampoco einsteniana, maxplactiana o hackingteniana-, y mucho menos «mía»), por la que propongo rendir homenaje a dos tontos insustituibles que están en el origen del «todo lo que somos»: Doña Óvulo y Don Espermatozoide Anónimos. Tontos que garantizan que todavía estemos aquí, aunque no sepamos exactamente por cuánto tiempo.

Hoy —18 de junio de 2019 —, mientras escribo ese penúltimo párrafo de este artículo, me doy cuenta que es uno de los cada vez menos días en que siento que mi empatía por los que pertenecen a mi especie es total. ¡Maldita vanidad!

Nota

El Tractatus logico-philosophicus es el único texto que publicó en vida Ludwig Wittgenstein. Lo escribió entre 1914-16, mientras servía como soldado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y después como prisionero de guerra en Italia. Tiene apenas 70 páginas y se considera obra de las más influyentes en la Filosofía del Lenguaje del siglo XX.