No sé si alguna vez existió una sola lengua. Quizás el punto de partida de todas las lenguas y que permitió su rápida diversificación, fue el hecho que la primera lengua estaba en sus inicios y no se había consolidado como tal y, posteriormente, sometida a fuerzas centrífugas, se transformó en cientos o miles de lenguas, que se diferenciaban siempre más.

Los fenómenos, cualesquiera que sean, tienen la cualidad de aparecer simultáneamente en diferencies espacios, replicándose y distinguiéndose a la vez. La escritura llegó mucho más tarde y formalizó el uso del lenguaje con reglas y convenciones más estables y duraderas:

Facere del latín se convierte en hacer, faire, fazer, y fare en las principales lenguas romances. Y del latín surgieron el español, francés, portugués e italiano (entre muchos otros dialectos o lenguas menores). No sé si la existencia de tantos idiomas sea una barrera que nos separa. Puede ser que sea así, pero prefiero pensar que la lengua es un espacio que habitamos y el hecho que existan una variedad de espacios separados y a la vez interconectados, nos enriquece y hace más grande a la humanidad en el sentido que las lenguas son vivas y se adaptan a nuestras exigencias constantemente y una de estas tantas exigencias es la diversificación, es decir el poder reconocerse como parte de una comunidad, distinta de otras comunidades.

Si existiera una sola lengua, su peso sería mayor y no podríamos adaptarla a nuestras necesidades con la misma facilidad y si pensamos en esto, descubrimos otro aspecto interesante y es que cada uno de nosotros a pesar de poder comunicarse con otras personas, tiene su propia lengua y usa las palabras en manera personal. Más aún, nuestra percepción del mundo, cosas, colores, gustos o aromas es diferente de persona a persona.

La experiencia del rojo o del amarillo limón, nos hace creer, que por el solo hecho de llamarlo rojo y distinguirlo en relación al verde, al blanco o al negro sea igual para todos, pero esto no es más que una absurda ilusión. Pienso que la lengua como espacio tiene dos dimensiones que se tocan pero que no son idénticas: el lado formal y externo de la comunicación y el lado interno de la percepción y la imaginación. Si reconocemos que es así, que las lenguas son solamente un vehículo de significados que exigen una redefinición de situación en situación, no tendríamos problemas en aceptar una diversidad enorme entre ellas, porque aunque ésta fuese una sola, existirá siempre en tantas versiones paralelas, como las realidades subjetivas de cada una de las personas que la habla.

La lengua es un contenedor de significados que tenemos que hacer nuestro en cada conversación y el contenido del lenguaje, una vez entendido, es un acto personal que nos distingue dentro de un mismo universo lingüístico, dando lugar a una infinidad de fenómenos, que llamamos: incomprensión. Mientras más grande es la comunidad de «parlantes», mayor es la distancia entre los interlocutores y menos instrumentos tenemos para superar estos impases y malentendidos sin hacer uso de la violencia o imposición. Porque comunicar es hacer común y desgraciadamente también poder y control. Por otro lado, todo concepto internalizado es una llave y al mismo tiempo una prisión.