La toponimia de un país es inevitablemente dinámica, de modo que, al igual que de manera continua emergen nuevos nombres, algunos mutan levemente y otros más desaparecen para siempre.

En Costa Rica esto está bien ilustrado en la región de Sarapiquí, la cual durante gran parte del siglo XIX representó la principal zona de entrada al país para quienes evitaban dar la vuelta por el Cabo de Hornos, y preferían llegar por el Caribe, al puerto de San Juan del Norte (Greytown), en Nicaragua. De hecho, cuando surgió mi interés por los naturalistas alemanes que exploraron Costa Rica en el siglo XIX —hace pocos años—, me enteré de que fue justamente por la ruta de Sarapiquí por donde a fines de 1853 arribaron al país los naturalistas Karl Hoffmann, Alexander von Frantzius y Julián Carmiol.

Es sabido que los viajeros remontaban en pequeños botes el río San Juan y llegaban a Punta Hipp o La Trinidad, donde ingresaban al territorio costarricense, también en bote, hasta llegar a un pequeño embarcadero donde había una choza que servía de guarnición militar. En ese punto, llamado Muelle, empezaba una trocha de montaña que de manera progresiva ascendía por las localidades de Rancho Quemado, La Virgen, San Miguel y Cariblanco, hasta superar la alta garganta cordillerana de El Desengaño, para después iniciar el descenso hacia el Valle Central.

No obstante, al cotejar dicha ruta con la actual —que es casi la misma, bastante en paralelo con la ribera izquierda del río Sarapiquí—, se percibe que Muelle perdió toda importancia cuando surgió Puerto Viejo como pueblo ribereño, al cual se sumó el villorrio de Chilamate, localizado entre Puerto Viejo y La Virgen. Pero, ¡cosa curiosa!, Rancho Quemado desapareció de la toponimia local. Tan es así, que los actuales moradores de la zona ignoran su existencia, lo cual es congruente con su ausencia en el mapa de Costa Rica (Hoja cartográfica 071- Río Cuarto, del Instituto Geográfico Nacional), así como en el documento División Territorial Administrativa de la República de Costa Rica de 1914, el primero de esta serie.

Cabe acotar que este sitio figuraba en el itinerario oficial recomendado a los inmigrantes, como consta en el libro Bosquejo de la República de Costa Rica, publicado en inglés en 1851 por Felipe Molina Bedoya por encargo del Gobierno, para la promoción de nuestro país en el extranjero. Ahí el autor consigna que Rancho Quemado estaba a seis millas de Muelle, y separado tan solo tres millas de La Virgen, la siguiente parada, pero no aparece en el mapa de Costa Rica incluido en dicho libro.

A decir verdad, era un lugar de poco interés, pues nadie vivía allí. De hecho, los viajeros Moritz Wagner y Carl Scherzer se refirieron a él así. En efecto, tras llegar a Muelle, en mayo de 1853, «el primer día recorrimos solo un corto trecho de dos leguas. Nuestro primer albergue nocturno se llamaba Rancho Quemado; era una miserable cabaña abierta, situada en la selva más profunda y solo aclarada unos pocos pies alrededor de ella».

Fatigados, durmieron allí, pero «el crujido atronador de un árbol que se precipitaba moribundo nos despertó bastante temprano. Las pobres mulas cansadas tuvieron que contentarse con el pasto escaso que el suelo del bosque les ofrecía; se trataba, las más de las veces, de helechos. Nuestro guía les había atado las patas delanteras para impedir que se fueran de noche, en busca de mejores pastos. Me asombraba que don Sancho [Manuel Sánchez, en realidad] no parecía temer que los jaguares atacaran sus mulas. Esta espesura inhabitada me parecía un paradero ideal para fieras. La cabaña de Rancho Quemado no tiene habitantes; solo unos pocos viajeros, que transitan por este camino, pernoctan con disgusto de vez en cuando aquí».

Otro testimonio acerca de la ubicación de ese sitio proviene del viajero alemán Wilhelm Marr, quien recorrió esos parajes dos meses después, en julio de 1853, pero en sentido inverso. Él indicaba que «en un "rancho" llamado La Virgen, adonde llegamos al cabo de cuatro horas, a pesar de que solo dista una legua de San Miguel, descansamos una hora y fuimos a pernoctar en media selva, en Rancho Quemado». Estas palabras dan la impresión de que este sitio y La Virgen estaban muy cerca, lo cual no es tan cierto, como se verá después.

Ahora bien, en su vívido y lírico relato, Marr expresaba acerca de ese sitio que «al mejor de los paisajistas me atrevo a desafiarlo a que invente un paisaje de selva tropical que pueda compararse con la realidad de este lugar. En un descampado de la selva, de un centenar de pies de circunferencia, hay un "rancho" abierto por todos lados sobre un tremedal. Consiste tan solo en un mísero techo de hojas de palma que descansa en seis u ocho postes clavados en el suelo. Árboles colosales rodean el descampado, cuyo lindero adornan las grotescas figuras de los helechos de pantano y coronas gigantes de cañas, en tanto que arriba, en el aire, de rama a rama, forman los "bejucos" los más raros enlaces y parecen rodearnos de una red vegetal aérea confusamente entretejida. Por todas partes la espesura impenetrable. Hasta la estrecha abertura de la "vereda" por la cual se llega a este sitio, se desvanece bajo la impresión del verde intenso de ese túnel de hojas y yerbas».

Eso sí, en coincidencia con las impresiones de Wagner y Scherzer, esa especie de bóveda vegetal era percibida como un lugar tenebroso, según se colige del resto del relato: «Ni aun en las quebradas más salvajes de los Alpes, esas primeras palabras de la Creación me han causado la abrumadora impresión que este, que he de llamar desamparo o abandono, dentro del verde marco que siente el viajero en ese sombrío lugar de descanso. Del suelo brotaban siniestramente, al atardecer, esos vapores ligeros que producen la fiebre; de modo horrible resonaban la voz de bajo de las ranas enormes y el estruendoso rugido de los congos, que tan solo interrumpía de vez en cuando el grito ronco, lanzado al parecer a no muy larga distancia por el león americano, el "puma", que hizo refugiarse a nuestras mulas bajo el techo del rancho, donde arrimadas a nuestras hamacas nos soplaban la cara con su cálido aliento, como pidiéndonos que permaneciésemos en vela para darles protección si llegaba el caso. Sin embargo pasó la noche, como siempre, sin ninguna aventura, y al rayar el día seguimos adelante, bosque adentro, en la atmósfera de plomo de la selva».

Es decir, a los vapores que emanaban de tan cenagoso sitio, imputados entonces como fuente de miasmas o enfermedades contagiosas, se sumaban de manera tétrica los ruidosos resoplidos de la inmensa rana ternero (Leptodactylus savagei), los graves aullidos del mono congo (Alouatta palliata) y los temibles rugidos del jaguar (Panthera onca) y no del puma (Puma concolor), pues éste no tiene la capacidad de emitir ese tipo de sonido. O sea, para salir espantado, en sentido literal.

Bueno, en mi caso ahorita, y por el contrario, ¡suficiente estímulo para, ya de por sí intrigado, proponerme esclarecer el punto geográfico exacto donde estuvo tan enigmático sitio!

Para empezar, se cuenta con buenas referencias en libros acerca de la relación de Rancho Quemado con Muelle, una de Molina —ya citada—, quien anota una distancia de seis millas (9,65 km) entre ambos lugares, trecho que Wagner y Scherzer calcularon en dos leguas (11,14 km).

Asimismo, en el Archivo Nacional hallé un documento (Fomento- 9094) con formato de cuadro, intitulado Distancias horizontales y desniveles de los puntos más notables del camino andado por el que suscribe desde el rancho del muelle de Sarapiquí, hasta la Ciudad de Heredia, con algunas observaciones termométricas tomadas durante la expedición, en los meses de Julio y Agosto de 1848. Fechado el 26 de agosto de 1848, y firmado por Ramón de Minondo, Director de Obras Públicas, fue reproducido dos meses después, en sendos ejemplares consecutivos del periódico El Costa-Ricense (Nos. 98 y 99, del 21-X-1848 y 28-X-1848). Es un documento de gran valor, pues incluye meticulosos cálculos de distancias y altitudes a lo largo de la citada ruta, más algunas mediciones de temperaturas máximas y mínimas en ciertas localidades. Para mis propósitos, son de interés las distancias de Muelle a Rancho Quemado, de 11.607 varas (9,6 km), así como de 9.127 varas (7,57 km) entre Rancho Quemado y La Virgen; esta última cifra contradice a Molina, que consignó tres millas (4,8 km) para ese trecho.

En todo caso, lo importante es que los tres datos cuantitativos disponibles aluden a una distancia de unos 10 km entre Rancho Quemado y Muelle, hacia el suroeste, que era el rumbo de la ruta. Pero Minondo además aporta tres valiosas pistas geográficas, pues consigna la altitud de Rancho Quemado y menciona que poco antes de esta localidad estaban la quebrada del Chilamate y la cuesta de Rancho Quemado; en cuanto a la altitud, indica que está 160 pies sobre el nivel de Muelle, el cual no especifica, pero hoy sabemos que es de unos 30 m, de modo que Rancho Quemado estaba a unos 80 m de altura. Nótese el uso del nombre Chilamate, que ahora corresponde a un poblado de la zona, aunque ninguna quebrada porta ese nombre hoy.

Ahora bien, aunque debe haberla, no encontré más documentación acerca de Rancho Quemado, con excepción de los siguientes dos datos.

El primero corresponde a una carta al ministro de Hacienda, Manuel José Carazo, disponible en el Archivo Nacional y fechada el 5 de mayo de 1852; fue rubricada con el sello de la Dirección de la Compañía de Sarapiquí y suscrita por Santiago Fernández Hidalgo y Florentino Zeledón Mora, como presidente y secretario de dicho ente, respectivamente. En ella indican que la reparación del deteriorado tramo entre Rancho Quemado y Muelle, necesario para el «tránsito de correos, pasajeros y mercancías», no es responsabilidad de su compañía concesionaria, pero que están dispuestos a colaborar con el Gobierno, a un costo que no exceda 200 pesos.

Pero más interesante aún es la mención de que para entonces la compañía ya estaba trabajando «en abrir un nuevo camino dentro de un dilatado tiempo, y cuya línea acaso no seguirá la antigua vereda». Es decir, de manera implícita se indica que Rancho Quemado quedaría fuera de la nueva ruta, quizás por sus terrenos tan anegados. Y, en efecto, para fines de agosto de 1853 el camino de mulas estaba concluido, según consta en una nota publicada en el Boletín Oficial (N° 2, 24-XI-1853, p. 6), suscrita por Vicente Aguilar Cubero y José Ignacio Larrea, presidente y secretario de la Compañía de Sarapiquí, respectivamente.

En tal sentido, al ver las actuales imágenes aéreas de esa zona, como la ruta corría casi paralela al río Sarapiquí, es de suponer que el camino de mulas fue trazado un poco hacia el norte. Al ocurrir esto, Rancho Quemado dejó de ser un hito y una posada a la vera del camino. De hecho, en los primeros mapas algo detallados de Costa Rica, como los elaborados por los alemanes Alexander von Frantzius (1861) y Luis Friederichsen (1876), aparecen Muelle, La Virgen y San Miguel —sobre una ruta muy parecida a la actual—, pero no Rancho Quemado.

Ahora bien, entre la escasa documentación disponible en el Archivo Nacional, pude localizar tres expedientes referidos a denuncios de terrenos baldíos ahí (Juzgado Contencioso Administrativo 4611, 5248 y 5250), los cuales datan de octubre de 1857 el primero, y de 1885 los otros dos.

En el primero de éstos, el área correspondía a cuatro caballerías (180 hectáreas), en Rancho Quemado, «ubicadas en dicho sitio, lindantes al nordeste con el río Sarapiquí, y por los demás vientos con terrenos baldíos». Fueron denunciadas por el agricultor José María Martínez, quien ya residía en esa zona, pero le fueron denegadas por Luciano Peralta, Intendente General, pues para entonces la legislación no permitía acoger nuevas solicitudes de denuncios. En todo caso, para nuestros fines, la información consignada es totalmente insuficiente para localizar ese sitio hoy.

En los otros dos casos, se hacía la ubicación de las tierras denunciadas «en el punto denominado "Rancho Quemado", jurisdicción de la aldea de Sarapiquí», por entonces parte de la provincia de Alajuela y no de Heredia. El denuncio abarcaba 3.600 manzanas (unas 2.500 ha), y fue planteado por los heredianos José Víquez Murillo, Clotilde y Susana Víquez Zamora, Amelia Víquez Jara, Amadeo Madriz Morales y Jesús Solera Arias; los linderos de tan vasta propiedad eran otros baldíos, tanto por el norte como por el oeste, el río Sarapiquí por el este, y la propiedad de Filadelfo Víquez Zamora por el sur. Para ese mismo año, Filadelfo —que ya tenía el citado terreno— y su coterráneo barveño Nicolás Flores Álvarez, hacían un denuncio de 2.400 manzanas (1.700 ha), colindante con áreas baldías por el norte y el oeste, el río Sarapiquí por el este, y un predio de Ricardo Trejos por el sur.

Debe resaltarse que las dos últimas propiedades limitaban con el río Sarapiquí por el este, lo cual indica que estaban después de Rancho Quemado, ya hacia La Virgen. Es decir, la mención de aquel topónimo quizás era apenas un punto de referencia con fines catastrales, posiblemente debido a que era bastante conocido en términos históricos; al parecer, las propiedades se ubicaban entre la ruta de entonces y dicho río. Esta explicación también sería válida para entender que en un mapa publicado por el naturalista suizo Henri Pittier en 1903 conste el topónimo de Rancho Quemado, pero lo incluyó quizás por referencias de otras personas, pues las evidencias sugieren que desde medio siglo antes había dejado de existir, como recién se indicó.

Con toda esta información, consulté con varias personas que conocen la zona, de manera infructuosa. Sin embargo, una de ellas aportó valiosas pistas; fue el lugareño Evaristo Borbón Huertas, quien vende sus piñas en la feria del agricultor que visito con mi esposa todos los sábados, en Santo Domingo de Heredia. Al contarle lo relatado por Minondo, me expresó que la quebrada del Chilamate podría corresponder a un insignificante riachuelo que corre al lado de la carretera actual (ruta 4), y que la cuesta de Rancho Quemado podría ser una que está poco antes del actual caserío de La Chilera, en Bajos de Chilamate.

Fue por ello que hace unos años, junto con Luis Esquivel, chofer de la Municipalidad de Sarapiquí —que ha hecho grandes esfuerzos por el rescate de la historia del cantón—, nos dimos a la tarea de realizar un recorrido por la carretera actual, para tratar de precisar la ubicación del extinto Rancho Quemado. Tuvimos la oportunidad de toparnos con don Franco Madrigal, quien vive cerca del hotel Selva Verde Lodge. Aunque minucioso conocedor de la zona, gracias a sus más de 80 años de edad y casi 70 de residir en Chilamate, nunca había escuchado el nombre Rancho Quemado, ni siquiera de parte de sus ancestros, lo cual confirma que ese topónimo desapareció hace más de un siglo.

Para concluir, si bien un poco desencantado por mis magros hallazgos, tengo la fuerte sospecha de que, en efecto, Rancho Quemado no estaba muy distante del caserío de La Chilera. Sin embargo, habría que efectuar un seguimiento del historial catastral a partir de los denuncios antes mencionados —una labor lenta y tediosa, que no está en mi ánimo—, así como solicitar permiso para internarse en algunas grandes propiedades privadas, para determinar si aún persisten las ciénagas a las que aludiera el alemán Marr en su relato, y que hace unos 165 años justificó que la Compañía de Sarapiquí variara la ruta de Sarapiquí.

En todo caso, lo cierto es que, como sitio y como topónimo, el otrora lóbrego e intimidante Rancho Quemado quedó para siempre sumido en el olvido.