Los días 9 y 10 de noviembre de 1938, tropas de asalto nacional socialistas, en conjunto con población civil, ejecutaban uno de los pogromos más radicales contra la población judía alemana, justificado tras el asesinato, dos días atrás de Ernst vom Rath, secretario de la embajada alemana en París, quien fue ultimado por un joven judío polaco de origen alemán, Herschel Grynszpan.

Esto llevó a la destrucción de sinagogas, ataques contra ciudadanos judíos y sus propiedades, donde al menos 91 personas fueron asesinadas y al menos 30.000 habrían sido detenidos y enviados a campos de concentración. La Noche de los cristales rotos, como sería conocido popularmente este pogromo, comenzaría a dar los primeros pasos hacia la solución final que acabó con la vida de al menos seis millones de judíos en toda la Europa que sería ocupada por los nazis y sus aliados.

Sin embargo, la desgracia histórica de la shoá fue la vil huella de un odio exacerbado contra el pueblo judío materializado en vidas humanas y almas arrancadas por la miseria de ese sentimiento repulsivo que ha permanecido vivo aún después de los resultados gestados por la Alemania nazi.

Cuando se creía que el rechazo contra los judíos no tendría más caldo de cultivo después de la tragedia propiciada en la época del III Reich, sorprenden hechos que demuestran cómo aún el monstruo del antisemitismo no ha sido destruido, sino que se adormece por lapsos determinados de tiempo.

Violencia contra comunidades judías en la actualidad mantienen vivo el temor de una nueva oleada de ataques, en algunos casos «justificados» por lo políticamente correcto, cuando los ataques se excusan a través de los sentimientos negativos hacia las políticas del Estado de Israel y se dirigen los dardos del odio contra los colectivos judíos en cualquier lugar del orbe.

El uso de desgastados libelos que se pensaban superados como el mito del deicidio; siendo la excusa más desgastada para repudiar a los judíos, pasando por las teorías conspirativas de control global de masas a través de los medios y los bancos, siguen siendo los favoritos por parte de los antisemitas de turno.

Sin embargo, hay una judeofobia más compleja que puede pasar de modo solapado, y es la oposición a las políticas israelíes que se transforman en las excusas perfectas en el mundo occidental para atacar a las comunidades judías locales, y del mismo modo la utilización en países orientales para expandir propaganda y antipatía contra el judaísmo en general. La delgada línea entre la crítica válida hacia el Gobierno israelí y el llamado a aborrecer a los judíos es en ocasiones muy delgada y cruzarla se hace sencillo en ocasiones.

El uso de caricaturas con estereotipos físicos de judíos de nariz ganchuda, ojos saltones, mirada malvada y buscando su propio beneficio se hace cada vez más común entre la propaganda de medios de comunicación de países musulmanes, como lo ha sido en el antisemitismo medieval europeo.

También la utilización de frases incendiarias como recordar la masacre de los judíos de Jáibar en la conquista realizada por Mahoma en el año 629, demuestra que el grito de Khaybar Khaybar ya yahud jaish Muhammad saya’ud (Jáibar, Jáibar, oh judíos, el ejército de Mahoma regresará) se transforma en un llamado altamente violento no contra la política del Estado de Israel, sino directamente contra los judíos como colectividad.

El antisemitismo moderno tiene elementos de encuentro entre los grupos radicales de diferentes espectros sociales, económicos y políticos, la mampara para justificarlo es el uso indiscriminado de la crítica a las políticas estatales israelíes en su conflicto contra los palestinos y de este modo pueden aplicar revisionismo histórico, negacionismo de la shoá o justificación ante los actos de barbarie, la discriminación y el llamado a golpear a los judíos donde quiera que estén.

Más de ocho décadas después del oprobioso acto de la Noche de los Cristales Rotos, el flagelo judeofóbico sigue vivo y fuerte, lo único que cambia es su careta, y en la actualidad es más sencillo ocultarse en medio de un activismo políticamente aceptado y bien recibido por diferentes frentes de nuestra sociedad actual.