Los meses de confinamiento nos han servido a muchos para volver a disfrutar -sin las prisas y el estrés de la vida diaria- de la pasión por la literatura. Para descubrir nuevos autores y nuevas historias que nos ha ayudado a sobrellevar la incertidumbre de la situación actual. Pero también para rescatar algunos de esos libros que teníamos guardados cogiendo polvo en la estantería. Es lo que he le ha pasado a esta autora con uno de sus escritores de cabecera: Orhan Pamuk.

El autor turco, premio Nobel en 2006, es una de las figuras indispensables de la Literatura de nuestro tiempo. Apasionado, sincero en cada línea que escribe, un retratista único de la sociedad burguesa tuca en la que se crió. Pero, sobre todo, un narrador entregado de las miserias y bondades del alma humana.

Redescubrir una de sus obras mas conocidas ha sido uno de los placeres de mi confinamiento. Se trata de El Museo de la Inocencia, donde el autor lleva a lo sublime el arte de escribir novelas. Una historia de amor en la que Estambul es el escenario perfecto de la melancolía y el dolor que provocan las oportunidades perdidas en la vida. Una ciudad en pleno cambio social hacia una visión más progresista de la la religión, pero que solo disfruta la clase alta.

A Pamuk se le ama o se le detesta, me dijo un día un amigo gran lector de autores contemporáneos. Sí, sus libros se hacen infinitos a ratos, su literatura se vuelve densa como el Bósforo en un día de invierno, pero no puedes dejar de leerlo. Sus historias dejan poso, se quedan en el subconsciente y eres incapaz de borrar de tu memoria ciertas frases, ciertos detalles en los que se refleja el ser humano en toda su grandeza.

Fue el momento más feliz de mi vida y no lo sabía. De haberlo sabido, ¿habría podido proteger dicha felicidad? ¿Habría sucedido todo de otra manera? Sí, de haber comprendido que aquel era el momento más feliz de mi vida, nunca lo habría dejado escapar.

Así comienza El Museo de la Inocencia, toda una declaración de intenciones de lo que será el alma de la novela.

Hay un capítulo inolvidable, que para esta autora resume la grandeza como escritor de Pamuk y hace entender al lector por qué es merecedor de un Nobel. El protagonista Kemal, después de haber perdido el amor de Füsun, y una vez que ésta ya está casada, sigue visitándola en su casa familiar con la excusa de que son primos lejanos. Toda la familia -incluido el marido de Füsun- sabe la historia que hay entre los dos, y el daño que Kemal le hizo a la joven, pero se guardan las apariencias y se esconden los escándalos, como manda la sociedad turca. En el capítulo, Kemal describe, con una mirada de dolor y culpa que encoge el alma, los estados de ánimo de su amada a través de las colillas de los cigarrillos que fuma, y la forma en que los apaga en el cenicero. Un detalle tan nimio, una simple colilla retorcida agónicamente, describe el destino que acabará por pasar factura a los dos protagonistas al final de la historia.

Kemal reúne en un museo todos esos detalles y pertenencias de Füsur, y los recuerdos de la desdichada historia que compartieron juntos.

Qué tiene la literatura, y escritores como Pamuk, que nos hacen abrazar la condición humana con todos sus virtudes y sus defectos, sabiendo que nuestras vidas no son más que un reflejo del museo de Kemal, donde nuestros amores y las vivencias se exponen para recordarnos que somos humanos. Nada más y nada menos.