¿Dónde se habla más de paz, amor y solidaridad y, sin embargo, abundan odios, intolerancias y violencias? ¿En qué actividades predominan esquemas mentales y emocionales proclives al fanatismo? Si alguien desea encontrar un lugar donde el oficio preferido sea la manipulación de las emociones y de las ideas ¿dónde debe buscar? Sin más preámbulo, y lo digo lamentándolo, en la política, las ideologías, las religiones y los medios de comunicación. Basta leer los contenidos de ciertas investigaciones periodísticas, o consultar unos pocos libros de historia universal, para encontrar cientos de ejemplos que ilustran esta circunstancia.

Preguntémonos: ¿es factible disminuir los niveles de dogmatismo, intolerancia, fanatismo y manipulación asociados a los ámbitos mencionados? Si lo es, ¿cómo hacerlo? Generalizando –popularizando–, a través de la educación y la cultura, los conocimientos físico-matemáticos, naturales, sociales y humanísticos y, muy especialmente, el tipo de gestión metodológica y de mentalidad que los genera.

Se sabe, por ejemplo, que la persona de «mente dogmática» no escucha a otros, porque esta enamorado como Narciso de su propia voz, se considera dueño de la verdad y presenta sus ideas y sus sentimientos como si fuesen inmutables. El «dogmático» agrupa sus pensamientos y sus experiencias en sistemas de creencias que exigen adhesiones incondicionales y fanáticas. La «mente no dogmática», científica, humanista, funciona distinto; es típica de quienes poseen saberes, valores y principios, pero son capaces, si la evidencia lo aconseja, de revisarlos, dudar de ellos e incluso abandonarlos si la evidencia demuestra su falsedad. Esta es la mentalidad que subyace a los conocimientos en general, a las ciencias en particular y a la sabiduría.

Conocer es descubrir

La mentalidad no dogmática, por lo tanto, genera sistemas de descubrimiento paulatino de la realidad, con capacidad de corrección y evolución. A esto se le llama conocimiento, cuya expresión paradigmática son las ciencias naturales (Astronomía, Cosmología, Biología, Química, Física, Geología), las disciplinas sociales y humanísticas (Antropología, Politología, Sociología, Economía, Historia, Administración, Psicología) y las ciencias formales (Lógica Formal, Lógica Simbólica, Matemática).

Mientras la «mente dogmática» crea dogmas que dividen a las personas, las enfrentan o excluyen, la «mente no dogmática» hace descubrimientos y los muestra, no impone, propone. Este postulado sobre la mente no dogmática, ciertamente, es de difícil y compleja aplicación en disciplinas sociales y humanísticas debido al impacto tan profundo que en esos ámbitos poseen los intereses políticos e ideológicos. La política y la ideología obstaculizan e impiden que en disciplinas sociales y humanísticas prevalezca la prudencia y los conocimientos validados en la experiencia. Esto también ocurre en ciencias físico-matemática y ciencias formales pero es lo cierto que en estos casos a los políticos, comunicólogos e ideólogos se les hace mucho más difícil manipular contenidos y adaptarlos a sus particulares intereses y ambiciones.

¿Qué significa pensar?

¿Cómo piensa una persona de mente no dogmática? Organiza el lenguaje que utiliza; relaciona conocimientos atinentes al tema que aborda y, finalmente, contrasta los significados de las palabras empleadas con las realidades estudiadas. En este proceder acepta, además, un postulado básico: la realidad es más vasta que los fragmentos que conocemos de ella. Sabe que el conocimiento disponible es en extremo limitado, no solo por lo complejo de la realidad, sino porque el cerebro mira tan solo partes de ella y lo hace sobre la base de informaciones incompletas. Semejante situación cerebral determina el carácter probable e incierto de las ideas, sometidas de modo permanente a la prueba de la argumentación racional y la experiencia. Esta realidad del cerebro, que muchos políticos, ideólogos, comunicólogos y religiosos no tienen en cuenta, dado que hablan y actúan como si fuesen encarnaciones divinas, evidencia que el dogmatismo y sus derivados –fanatismo, manipulación emocional, violencia– constituyen una deformación monstruosa.

Economía, ética y cultura en tiempos pandémicos

Un tema, a propósito del cual es de mucho provecho aplicar la mentalidad no dogmática, científica, es el de las relaciones entre economía, ética y cultura. Las disciplinas sociales postulan la existencia de vínculos positivos entre variables económicas, morales y culturales, pero aún no se cuenta con un paradigma que identifique esas relaciones y contribuya a transformarlas en soluciones técnicas de problemas socioeconómicos. Esta insuficiencia se ha traducido en tres dogmas profundamente dañinos: primero, la economía y la ética son incompatibles; segundo, la cultura y los mercados se excluyen entre sí, y, tercero, crecimiento y distribución de la riqueza no pueden abordarse simultáneamente. Frente a estos dogmas conviene formular una síntesis de variables económicas, éticas y culturales, como fundamento del desarrollo. Por esa vía es posible superar los falsos dualismos que oponen economía y cultura, Estado y mercado, rentabilidad y ética, crecimiento y distribución, así como abandonar el mito de que en las sociedades existen incompatibles proyectos de desarrollo, cuando lo que falta es generosidad para sintetizar las distintas alternativas. Coordinar los contrarios.

¿A través de qué vía es factible crear una sociedad cuya evolución esté basada en la mentalidad no-dogmática y en los conocimientos derivados? Sugiero convertir el lenguaje, la lógica, las ciencias y sus métodos de investigación, y el desarrollo de una cultura humanística y científico-tecnológica, en el cuerpo central del proceso educativo y cultural; a lo que debe sumarse un aumento sustantivo de la inversión en investigación, así como políticas institucionales que premien la innovación y la capacidad emprendedora. De este modo es posible edificar una sociedad educadora, creadora de conocimientos. Conviene, además, como parte de la sociedad creadora de conocimientos, asegurar que políticos, ideólogos y clérigos dejen de edificar capillas para iluminados dedicados al insulto y el maquiavelismo. Exigirles que se transformen en instrumentos para la consolidación y expansión de la mentalidad no- dogmática, racional, científica y humanística.

¿Qué pasa con la religión?

En cuanto a la religión, no existe razón que justifique alimentar en ella ninguna reserva o rechazo respecto a la sociedad creadora de conocimientos. En Occidente, desde los tiempos de Alberto Magno, Tomás de Aquino y los maestros de Oxford (Grosseteste, Bacon, Kilwardby, Peckham), tan interesados en el método científico y la investigación experimental de la naturaleza, es claro que la mentalidad científico-racional funciona con independencia del poder religioso. En Europa la mente no dogmática, científica, que la modernidad de esos lares propicia, nacida con Copérnico, Galileo, Kepler, Newton, Darwin y otros, encuentra en aquellos personajes religiosos uno de sus orígenes. Y si miramos a los habitantes originarios de lo que hoy se conoce como América Latina, por ejemplo, también se observa el apego a la racionalidad, entendiendo por tal una racionalidad logo-erótica, logo-afectiva, que incorpora al unísono la lógica formal, la lógica simbólica, la lógica dialéctica, el afecto y el sentimiento.

No debe olvidarse, además, que científicos contemporáneos como Eddington, Planck, Pauli, Schrödinger, Einstein y Heisenberg, escribieron textos de indudable matiz religioso y metafísico, que trascienden la combinación de matemática y empirismo de sus trabajos habituales, y valga recordar que Ludwig Wittgenstein, figura clave del positivismo lógico, analítico y científico, no rechazó el hecho religioso y metafísico; afirmó, por el contrario, que estos ámbitos, si bien no pueden expresarse en el lenguaje de la ciencia experimental, son penetrados a través de otros tipos de racionalidad.

Si a pesar de lo dicho, ni clérigos, ni políticos ni ideólogos, ni comunicólogos son capaces de hacer suya la mentalidad no dogmática e interactuar con la generación de conocimientos y la cultura científico-tecnológica y humanística, se debe a las distorsiones y ficciones en las que habitan. Ojalá el virus, la pandemia y la pospandemia sean oportunidades para trascender tan primitiva condición.