—¿Pasará hoy por mí la carreta nahua?

—¿Estaré yo en la raya?

Durante las recientes celebraciones de Fin de Año y Día de los Enamorados, un canal latinoamericano de TV por cable transmitió durante día y noche especiales de cocina organizados alrededor de la Noche de Brujas o Halloween. Cómo lograron esta conexión, no tengo idea. Pero me hizo pensar en algunas leyendas tradicionales nicaragüenses de las cuales vale la pena hablar. Así que, estando a menos de dos meses de la Noche de Brujas del 2020 —cuando sin duda este canal prolífico nos ofrecerá programas de cocina enfocados en el Día de los Enamorados— les ofrezco esta pequeña reseña de cuentos que hacían —y todavía hacen— temblar las canillas de más de un(a) chiquitín(a) nica.

I

Cuando yo era chico y ni yo ni mis hermanos teníamos ganas de acostarnos a la hora de dormir, mis padres, abuelos, tíos y tías siempre nos recordaban que, si no nos acostábamos: «La carreta nahua podría venirles a buscar». Ni un segundo pasaba antes de que nos entrara el terror y corríamos directo a la cama, cubriéndonos completamente con las sábanas, rezándole al niño Dios para que la carreta nahua nos dejara en paz esa noche.

Para los que tal vez no la conozcan, la carreta nahua sale alrededor de la una de la madrugada en las noches oscuras y tenebrosas. Al caminar, la carreta nahua hace un gran ruido: no importa cuán nueva sea la calle, porque al escucharla pasar por tu casa la carreta nahua parece rodar sobre un camino viejo empedrado, recibiendo golpes y sacudidas violentas con cada paso. Los perros aúllan al percatarse de su paso; los habitantes que la ven quedan con fiebre y algunos hasta pierden su capacidad de hablar por varios días. Y, en algunos casos, los que dicen haberla visto mueren a los pocos días.

Los que han tenido suficiente valor para asomarse por alguna ventana y sobrevivieron la experiencia de verla pasar dicen que la carreta nahua es una carreta deteriorada y floja, más grande que las carretas corrientes de hoy en día, cubierta con una sábana blanca. Va tirada por dos bueyes enflaquecidos y enfermizos, con las costillas totalmente visibles. Uno de los bueyes es de color negro y el otro es blanco. Otros juran que la carreta nahua no va tirada por ningún tipo de animal, que ella camina por su propia voluntad.

Pero en lo que sí hay acuerdo es en que la carreta nahua va conducida por una «Muerte quirina», envuelta en un sudario blanco, con su guadaña sobre el hombro izquierdo. Algunos dicen que también hay una procesión que encabeza el paso de la carreta, hecha totalmente de huesos de los muertos. A algunas de las personas que han visto pasar la carreta nahua, los muertos de la procesión los llaman y les dicen: «Téngame esta candela», y el que la coge de repente se da cuenta de que lo que lleva en la mano no es una candela, sino un hueso de muerto, misteriosamente encendido.

La terrorífica carreta nahua tampoco puede pasar las cruces que forman algunas de las calles en sus esquinas: al llegar a una cruz, tiene que doblar o desaparecer, pero luego se la oye transitando sobre alguna otra calle. No se sabe qué objetivo tienen las andanzas de la carreta nahua. Según las leyendas de las ciudades de Granada y Masaya, ambas en Nicaragua, se cree que pasa anunciando una próxima muerte.

Existen muchas teorías sobre el origen de la leyenda de la carreta nahua. La mayoría concuerdan que se relaciona con el transporte de indígenas hechos prisioneros por los españoles conquistadores. En verdad, yo no sé de dónde viene; lo que sí sé es que hay que tener mucho cuidado al desvelarse, especialmente en las noches oscuras y tenebrosas…

II

Pero la carreta nahua no es el único espectro del cual hay que tener cuidado; también hay que evitar encontrarse con «el niño del cementerio».

El Cementerio de Granada fue establecido a mediados del siglo XIX. Si en algún momento han conocido los cementerios de la ciudad de Nueva Orleans, Luisiana, EE. UU. y, en especial, el Cementerio San Luis, así de bello —y yo diría todavía más bello— es el Cementerio de Granada. Sus enormes bóvedas construidas sobre el suelo tienen varios estilos arquitectónicos, variando entre un estilo clásico griego a lo más moderno; también tiene esculturas hechas de mármol importadas hasta de Italia. Los árboles que rodean los bulevares son de Malinche, Mango, Veraneras y una variedad denominada, muy apropiadamente, «Monje». Después de pasar por su entrada principal, uno se encuentra con la Capilla de las Animas —basada en el diseño del Panthéon de París, edificada por mi tatarabuelo Carlos Ferrey Aragón— y, al pasear por los amplios bulevares de sus terrenos, uno se encuentra con las tumbas de varios artistas y escritores históricos nicaragüenses como Pablo Antonio Cuadra, Carlos Martínez Rivas y otros, así como, al menos, media docena de ex presidentes de la República. Entre ellos están Frutos Chamorro, primer presidente de la República. Es nuestro propio Père Lachaise, en miniatura.

Pero deben de tener cuidado al pasar por ahí en las tempranas horas de la madrugada, especialmente si son caballeros que han estado tomando y gozando de la compañía de damas que no son sus esposas. Si no, es posible que se encuentren con el niño del cementerio:

A finales del siglo XIX, un granadino conocido por su capacidad de tomar y gozar de la vida iba deambulando hacia su casa en horas tan tempranas de la mañana que el sol todavía no daba señales de aparecer. Al llegar a la entrada del Cementerio, decidió sentarse a descansar por un momento, ya que le faltaba una buena caminata para llegar a su casa, donde su esposa todavía lo esperaba desde la noche anterior. Se había detenido ahí en muchas ocasiones anteriormente, pero en esta escuchó lo que parecía ser el llanto de un niño pequeño. Comenzó a buscarlo y, finalmente, lo halló todo encogido y sentado contra el gran muro que rodea el cementerio. Parecía no tener más de cinco o seis años y estaba en muy mal estado: sucio, con la cara media llena de barro, gracias a la mezcla de lágrimas con tierra; andaba sin zapatos, con un cuerpecito que dejaba claro que, con suerte, comía una vez al día. La ropa la tenía sucia y rota.

—Pero ¿qué te pasa, chiquitín? ¿Por qué lloras tanto? —el señor le preguntó al niño. El niño lo miró y le dijo: —Me he lastimado el tobillo y no puedo caminar. Tengo que llegar a mi casa o mi padre me pegará, ¡pero no puedo caminar!

Con eso, el niño comenzó a llorar nuevamente y nuestro pobre amigo, que ya no se encontraba tan ebrio, decidió que prefería ayudarle al niño en vez de llegar directamente a los gritos que recibiría en su propia casa.

—No te preocupés, niñito. Súbete a mi espalda y yo te llevaré hasta tu casa.

—Oh —respondió el niño—, pero mi casa queda tan lejos.

—¿Cuán lejos? —le preguntó el caballero.

—Vivo en las orillas del lago —contestó el chiquitín.

—Eso me será fácil. De aquí hasta llegar ahí no dilataría más de media hora y no pesas mucho. Te ayudaré a subirte a mi espalda para que no te duela tanto, y vamos hacia allá. ¿Te parece?”

Con eso, el niñito aceptó la oferta del caballero, se subió a sus espaldas y salieron del cementerio hacia el lago. Al comienzo, el caballero silbaba melodías de canciones conocidas y, después de las primeras cuadras, comenzó a contarle cuentos al niño sobre los diferentes personajes que vivían o habían vivido en las diferentes calles por las que pasaban. Al llegar a la Calle Real, a como un cuarto del camino, el caballero comenzó a sentirse un poco más cansado de lo que se habría imaginado. Decidió que era efecto de trasnochar, y al no querer trastornar más al niño siguió caminando, contando sus anécdotas.

Una vez llegados al Parque Colón, la antigua Plaza de Armas de Granada que quedaba a poco menos del medio camino, el señor le dijo al niño:

—No sé qué me pasa, será que no estaba tan listo para esta caminata. Detengámonos por un momento para descansar y después seguiremos por nuestro camino.

—¡No! ¡No! ¡Por favor no! —gritó con toda fuerza el niño, todavía montado sobre la espalda del señor—. ¡Ya casi está subido el sol y si no llego pronto mi papá me pegará, y estamos tan cerca! ¡Además, la caminata es cuesta abajo, así que no le costará mucho más llegar hasta allá! ¡Por favor, señor, no me abandone!

Así que el señor siguió hacia el lago sin detenerse a descansar.

Ya no conversaba o cantaba nuestro amigo, ya que con cada paso le parecía que el peso del niño aumentaba más y más. Pero sabía que eso no podía ser, el niño era tan pequeño y flacuchento. Se animó al ver que pronto llegarían a la Iglesia de Guadalupe —fundada en 1624-26— y el señor sabía que pronto también verían el lago. Pero mientras más cerca llegaban de la Iglesia, más inquieto y pesado sentía al niño que cargaba. Al ver las escaleras de la iglesia, nuevamente el señor pidió al niño que se detuvieran a descansar, pero esta vez la respuesta fue todavía más fuerte y con una voz que le parecía al señor casi como un gruñido. Espantado, el señor no se detuvo y siguió todavía más encorvado hacia delante.

Dos minutos más tarde, el lago apareció en su vista. El señor le dijo al niño que ya estaban por llegar, pero que tenía que detenerse; ya no aguantaba más su peso —que parecía haber aumentado tremendamente durante el transcurso de la caminata. El pobre caminaba tan encorvado que sentía que sus rodillas darían contra la calle en cualquier instante.

Por primera vez desde que partieron del cementerio, el señor miró hacia atrás para hablar con el niño. Pero lo que vio montado sobre su espalda no era un niño. Era el Diablo, enorme, todo rojo, de sonrisa malévola y con garras negras, largas y afiladas que se aferraban con toda fuerza a las costillas de nuestro amigo. Con ese gruñido, que el señor ya había escuchado antes, el Diablo le dijo:

—No debiste mirar hacia atrás, amigo mío. Debiste llevarme hasta el lago. Pero ahora no me queda otra opción.

El señor, horrorizado y con los ojos tan grandes como platillos solo tuvo tiempo para abrir la boca antes de que todo lo que veía fuera la enorme boca abierta y llena de dientes largos y afilados del Diablo rodeando su cabeza. Nunca se escuchó su grito y nunca llegó de regreso a su casa.

III

Pero no eran solo cuentos de miedo los que nos contaban. Los franceses tienen las fabulas de Jean de la Fontaine y, nosotros, los cuentos de tradición oral de Tío Coyote y Tío Conejo. Algunos más pícaros que otros, el Tío Conejo siempre logra meterse en problemas y, gracias a su astucia y capacidad de vividor, logra casi siempre salir ganando, pero con el Tío Coyote pagando el precio.

El cuento de «Tío Tigre, Tío Buey y Tío Conejo» lo reproduzco aquí como lo contó una trabajadora doméstica de Granada, Nicaragua. Aparece en la antología Literatura Para niños en Nicaragua (Ediciones Distribuidora Cultural, Managua, 1998).

Estera una vez Tío Tigre que venía en la ronda de una hacienda buscando que cazar. En eso soplo un viento grande de huracán y desprendiendo un árbol que al caer encima a Tío Tigre lo retuvo prensado contra la calzada.

Y Tío Tigre empieza a gritar pidiendo ayuda, en lo que pasa Tío Buey.

—¡Ay, Tío Buey, sáqueme de aquí!

—¡No, Tío Tigre, usté es malo!

—Por Dios, Tío Buey, le prometo ser bueno. No me lo voy a comer nunca.

Entonces Tío Buey, que tenía buen corazón, se acercó al árbol caído y dijo a Tío Tigre:

—Yo voy a levantar la rama parriba, y en lo que yo empuje, usté se safa.

Y así fue. Pero Tío Tigre ya liberado se olvidó de su promesa y se quería comer al Tío Buey.

—¡Eso no es justo Tío Tigre!

—Es que tengo hambre, Tío Buey —decía Tío Tigre.

Y en esa alegata estaban cuando pasa Tío Conejo.

—¿Qué la discutedera?

—Sirva de juez, Tío Conejo, dijo Tío Buey.

—¡A ver! ¡Cuénteme el asunto! —les dijo Tío Conejo, sentándose sobre una piedra del camino.

Y Tío Buey le contó el caso.

—¡No lo entiendo! —dijo Tío Conejo.

—¡Jesús, Tío Conejo! —le dijo entonces Tío Tigre—, si está más claro. Y le contó también el pleito.

—No lo entiendo —dijo otra vez Tío Conejo.

—Se lo vamos a explicar —le dijeron Tío Tigre y Tío Buey. —Tío Tigre estaba debajo de esta rama que lo tenía prensado… Vamos a hacerlo, pues, para que lo veya —le dijo Tío Tigre.

Y el Buey procedió a levantar la rama y Tío Tigre se puso debajo, tal a como le había ocurrido. Entonces Tío Conejo le dijo a Tío Buey:

—¡Suelte la rama, Tío Buey!

Y Tío Tigre quedó otra vez prensado.

—¡Ese es mi fallo! —dijo Tío Conejo. —Usté Tío Buey, váyase libre, y que Tío Tigre se quede prensado por desgraciado.

Y ahí se quedó Tío Tigre más bravo que una holocica.1

He de agradecer aquí la ayuda de familiares y amistades que recordaron estos y otros cuentos que nos hacían reír y que nos dieron más que una noche escalofriante, y la lectura, desde hace mucho tiempo, de artículos sobre nuestra literatura tradicional en los periódicos El Nuevo Diario y La Prensa. Además, para acordarme de algunos detalles del cuento de la carreta nahua, es importante reconocer Folklore de Nicaragua del gran académico y escritor nicaragüense, Enrique Peña-Hernández (Editorial Unión, Masaya, 1968), y Senderos Míticos de Nicaragua de la antropóloga y editora, Milagros Palma (Editorial Nueva América, Bogotá, 1987).

Nota

1 Holocica (Paraponera clavat): Tambien denominada «hormiga bala» o «tocantera» (Paraponera clavata) es una especie de insecto himenóptero. El dolor de su picadura es 30 veces más intenso que el de una abeja o una avispa.