Admitámoslo, todos hemos sido víctimas del ghosting alguna vez en mayor o menor medida. Ya sea por una empresa que, tras una entrevista de trabajo, nos dijo que nos regresaría la llamada; por una pareja que, de un día a otro, deja simplemente de responderte, o por algún amigo que nos deja en visto. Pero también, seguramente, todos lo hemos imitado.

Si bien el que alguien deje de contestar o desaparezca es cosa de siempre, el término anglosajón ha cobrado recientemente gran importancia desde que las aplicaciones de ligue comenzaron a viralizarse y a formar parte de nuestra nueva normalidad. Incluso, la palabra fue elegida como uno de los vocablos del 2015 por el diccionario Collins.

Ahora bien, el ghosting (literalmente «hacerse el fantasma») implica más que esfumarse; es cortar la comunicación, ya sea de manera progresiva o abrupta, pero aprovechando la incorporeidad que ofrece la tecnología. Y es que la tecnología y las redes sociales juegan actualmente un papel fundamental en todas nuestras relaciones. Incluso tan solo un «me gusta» podría hacer que una pareja comenzase a andar o, por el contrario, podría terminar con un noviazgo. Una publicación en tu perfil tal vez no podría conseguirte un trabajo, pero sí quitártelo.

Es extraño, a primera vista, que se esté volviendo rutinario el esfumarse cuando estamos viviendo una interconexión sin precedentes. Nunca había sido tan fácil y rápido ponerse en contacto con alguien. Ya no hay que esperar noticias a través de cartas que llegan cada año, ni siquiera aguantar horas para leer un correo electrónico. Todo se puede en el aquí y en el ahora, sin embargo, cada vez más personas prefieren no responder.

En el mundo del cortejo electrónico es una práctica usual en las primeras etapas de la comunicación. En la mayoría de las conversaciones, uno de los involucrados deja de responder antes de intercambiarse números, incluso, en muchas ocasiones, ni siquiera se pasa del hola inicial o del saludo rompe-hielos de su preferencia. Esto puede generar algunas dudas sobre lo que se ha hecho mal, pero no va más allá de unas cavilaciones de minutos, pues no es el resultado de algo personal; quien te ha dejado en visto todavía no te conoce.

Lo anterior se explica por la extensa variedad de opciones que hay en el catálogo, pues, finalmente, eso parecemos ser una vez que ingresamos en estas redes de citas; si no fue con esta persona con la siguiente podría funcionar. En realidad, resulta irrelevante pues el intercambio es genérico, fugaz, etéreo y líquido al inicio; desaparecer es fácil en ese mundo superficial de avatares irreales. ¿Pero qué pasa cuando es alguien con quien ya habías construido una relación afectiva? O, peor aún, ¿qué pasa cuando es tu misma pareja la que se esfuma en el aire?

Cada vez más personas prefieren evitarse la engorrosa escena de llantos, ira y reproches que suele conllevar el acto de ruptura y simplemente dejar de contestar. Según un estudio del Journal of Social and Personal Relationships, un 25% de los participantes afirman haber sido «ghosteados», mientras que un 21% admite haberlo hecho.

Esto deriva, inevitablemente, en que la persona que ha sido botada se quede en un limbo schrödingeano de incertidumbres y confusión: si no se ha pronunciado la palabra «cortar», ¿lo hemos dejado o no?, ¿debo empezar a llorar o debo preocuparme porque tal vez le pasó algo?

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han explica en su libro La desaparición de los rituales: una topología del presente (2020) que los rituales configuran las transiciones de las fases de la vida y, sin formas de cierre, nos deslizaríamos de fase a fase sin solución de continuidad. Se necesita la magia del umbral que se traspasa, pues si no solo queda el infierno de lo igual.

Los rituales son importantes pues dan orden y estabilidad a nuestra vida. Terminar una relación es un ritual más, ya que se está por transitar de una etapa a otra. Si no se pone un punto final, sin una conclusión y sin respuestas, no se puede dejar algo atrás ni empezar adecuadamente una nueva etapa. ¿Cómo puede el cerebro procesar información que no se le ha dado? ¿Cómo puede uno aprender y madurar si desconoce por completo el problema?

Además, la fase natural de duelo, fundamental para exorcizar los males, no solo no se vive a plenitud, sino que, al ser un rechazo vago, se alarga, como explica la psicoterapeuta Elisabeth J. LaMotte para BBC Mundo. Eso sin mencionar el daño a la autoestima de la persona. Ignorar es un acto a consciencia de quien lo practica y no darse el tiempo de terminar algo devela el poco respeto y estima que se tiene para el prójimo.

En estos tiempos en los que prima el individualismo y el narcisismo, lo fugaz y lo etéreo, busquemos cosechar la empatía y el respeto como armas de resistencia. Sí, regresemos de ir a la tienda, al menos para avisar que ya nos vamos.