René (Rainer) Maria Rilke nació en Praga el 4 de diciembre de 1875. Esta ciudad que pertenecía al Imperio Austrohúngaro, que se extendía a lo largo de 13 países y tenía cerca de 53 millones de habitantes. Praga era un territorio de los checos, un pueblo de origen eslavo en Centro Europa, pero, cuando Rilke nació, no existía todavía la República de Checoslovaquia que lo sería a partir de 1918. Por ello, decir Rilke es un poeta checo es incorrecto. Es un poeta austriaco que escribe en lengua alemana-austriaca.

Como su padre era militar, impuso a su hijo esta carrera y, con once años, el infante Rilke ingresó en la academia militar de Saint-Pölten; luego, en la academia de Mährisch-Weissekirchen. Sin embargo, a los dieciséis años abandonó su educación militar por cuestiones de salud. Esto supuso un contraste feroz entre su sensibilidad natural y la vida castrense.

Entre 1892 y 1895, recibió lecciones privadas para prepararse para el examen de ingreso en la Universidad de Praga, que superó con éxito. Entre 1895 y 1896, estudió Literatura, Historia del arte y Filosofía, y, a continuación, Derecho, primero en Praga y luego en Múnich. En 1897, Rilke conoció en Múnich a la rica escritora rusa natural de San Petersburgo, Lou Andreas-Salomé (1861-1937), quien le cambiaría el nombre de René («renacido», en francés) por Rainer («puro» de pureza, en alemán). Estaba casada con Andreas, un catedrático de lenguas asiáticas (conocido como el marido de Lou). Lou era una escritora de carácter fuerte, colaboradora en los trabajos filosóficos de Nietzsche; era su amiga, crítica y consejera cercana. Fue autora de varios libros de psicoanálisis, discípula y colaboradora del círculo más estrecho de Sigmund Freud. Pienso que la debilidad física y mental de Rilke le venía muy bien a Lou como paciente experimental, y tuvieron un romance. A pesar de su ruptura sentimental con Rilke, mantuvo correspondencia con él a lo largo de toda la vida del poeta.

Rilke se sentía poeta y nada más que poeta; es decir, que limosneaba para, y, por su arte poético de mansión en mansión o de castillo en castillo enamorando con su poesía a princesas, duquesas y condesas, para subsistir de sus amigas de la alta aristocracia. Nunca trabajó en un oficio para su sustento porque fue mantenido por mujeres poderosas, no por sexo sino por admiración del poeta «artista de la palabra».

Rilke viajó durante toda su vida, tanto en su vida como en su obra. Pasó por Praga, Alemania, Francia, Italia, España, Egipto, Suiza y Rusia. En 1900, en un viaje a Rusia con Lou Andreas-Salomé, conoció a León Tolstoi, y tuvo influencias de los escritores rusos.

En 1901, el poeta se casó con la escultora y pintora alemana Clara Westhoff en Worpswede; el mismo año tuvieron una hija llamada Ruth. Clara lo abandonó un año después de casados en 1902, por su egocentrismo, para que el poeta se dedicara en exclusivamente a la escritura; además, Rilke no pudo adaptarse a vivir en un hogar de clase media. Tal vez heredó los delirios de grandeza de su madre, Sophie Entz, de origen judío, quien aseguraba que descendía de la nobleza; abandonó al hijo, cuando este tenía unos nueve años, y a su marido Josef Rilke por otro hombre con el que se fue a residir a la Viena imperial.

La relación entre la madre y su único siempre hijo fue confusa. Parece ser que su madre lo vestía de niña hasta que fue al colegio, porque Rilke tuvo una hermana pequeña que murió al nacer y la madre quería una niña. Cuando Rilke finalizó su estado matrimonial en 1902, marchó a París para escribir un ensayo sobre el escultor francés Augusto Rodin, siendo su secretario entre 1905 y 1906. Rodin dijo del poeta que era «inaguantable por su egocentrismo». Fue en estas fechas cuando conoció en París al pintor español de origen vasco Ignacio Zuloaga, amigo de Rodin, que exponía en París junto a Paul Gauguin, Van Gogh Toulouse-Lautrec y Emil Bernard.

Rilke supo rodearse y dejarse proteger por mujeres cultas, de fuertes economías y sensibles a su arte poético, como la pintora Albert-Lasard, la poetisa suiza Regina Ullmann, Gertrudis Ouskama Kmoop, la princesa Marie von Thurn und Taxis, la editora de Insel Catalina Kippernber, la condesa Aline Dietrichstein, y su esposa la escultora Clara Westhoff.

Durante sus últimos años, desde 1919 hasta su muerte, tuvo una relación de pareja en Suiza con la pintora de origen judío-polaco Baladine Klossowski (Elisabeth Dorotea Spiro, de soltera) a la que llamaba «Merline» en su correspondencia. Baladine tenía dos hijos Balthus y Pierre Klossowki de su matrimonio con el pintor e historiador del arte Erich Klossowski, del que se divorció. Rilke desarrolla una buena relación con los hijos: Pierre escritor y filósofo, conocido por sus trabajos sobre el Marqués de Sade, y Balthazar conocido como «Balthus» el pintor de las niñas en posturas eróticas, lesbianas y gatos.

Epítome de las Elegías de Duino

Rilke conoció a la princesa alemana Maria von Thurn und Taxis-Holenlohe, que fue su gran valedora y mecenas, en el palacio de Loucen, próximo a Praga, en diciembre 1909. Ella era propietaria del castillo de Duino del siglo XIV, residencia veraniega en un acantilado de la costa del mar Adriático cerca de la ciudad de Duino en Trieste (perteneciente entonces al Imperio Austrohúngaro, hasta que después de la Primera Guerra mundial pasó a formar parte de Italia). Entre 1911 y 1912, Rilke se refugió en este castillo para sanar de sus depresiones e inició la composición de sus famosas Elegías de Duino el 12 de enero de 1912. En agradecimiento a esta estancia las Elegías de Duino están dedicadas a la princesa Maria von Thurn und Taxis-Holenlohe.

Los primeros versos dicen: «¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes / angelicales? Y aun si de repente algún ángel / me apretara contra su corazón, me suprimiría…». El tema principal de las elegías es el hombre y la inaccesibilidad de lo divino, pero hemos de situarnos en la mentalidad de principios del siglo XX, donde predominaba la religión, lo divino y sobre todo el espiritismo. Cuando Rilke, en el castillo, le leyó a la princesa la primera elegía que acaba de componer, ésta lloró de emoción.

Sabemos que las elegías son cantos de duelo; sin embargo, Rilke utiliza este género poético para cantar a la soledad de la humanidad, la perfección de los ángeles, la vida y la muerte, el amor y los amantes, y la tarea del poeta como ejecutor conceptual del espacio tiempo terrenal: expresar lo que siente como si fuera un iluminado. Como escribiera la crítica francesa Lieselott Delfiner-Leopold en su ensayo Rilke, ese incomprendido: «Rilke no vivía en este mundo: se movía constantemente entre ‘el más acá’ y ‘el más allá’».

Según Rilke las elegías le fueron inspiradas por la anunciación de un ángel que se le apareció dando un paseo por los acandilados del castillo, el cual tenía una escalera hacia la playa.

En cuanto al contexto histórico de la composición de las Elegías de Duino, hemos de tener en cuenta que Rilke se hallaba en el preludio de la Primera Guerra Mundial, por el desmoronamiento del Imperio Austrohúngaro, cuyas estructuras políticas estaban obsoletas al comenzar el siglo XX. Se trataba de un sistema monárquico absolutista por parte del emperador Francisco José I y su esposa Isabel de Austria (conocida por Sissi Emperatriz), un gobierno no representativo y solamente apoyado por los pilares del sistema dominante: la aristocracia, el ejército, la iglesia y los conservadores. La oposición de nacionalistas, socialistas y demócratas se fue agudizando, hasta desembocar en la Primera Guerra Mundial con el asesinato en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, del archiduque Francisco Fernando de Austria —quien había sido designado heredero al tono tras el suicidio, en 1889, del príncipe Rodolfo de Habsburgo-Lorena, hijo del emperador y de Isabel de Austria.

Sería la princesa von Thurn und Taxis quien salvaría a Rilke de ir al frente de la Primera Guerra Mundial cuando, en 1916, fue movilizado por el Ejército imperial austrohúngaro, pese a su nula capacidad de soldado. Rilke pudo haber acabado muerto en alguna trinchera, pero su protectora consiguió que lo destinaran al Archivo de Guerra, en Viena, donde pasó la guerra. Es cierto que se salvó de morir en el frente, aunque ello no impidió que Rilke sufriera un bloqueo literario por años y que su poesía enmudeciera.

Finalizó la guerra con la derrota alemana y la firma del armisticio en un tren en el bosque de Comapiègne (Francia), en 1918. La guerra dejó entre nueve y diez millones de muertos y unos veinte millones de soldados heridos. Un año después, en el Tratado de Versalles del 18 de junio de 1919, se acordó que Alemania debía desarmarse, realizar importantes concesiones territoriales y pagar exorbitantes indemnizaciones económicas a los Estados victoriosos. Esta humillante derrota se refleja en las Elegías de Duino.

Después de las primeras elegías, el ángel inspirador se ausentó de la vida de Rilke por casi diez años. Fue hasta 1922 cuando se le volvió a aparecer y las finalizó en el castillo de Mudoz en Valais, Suiza. Es decir, se podría computar un año por elegía, pero no es así. Hubo años en que no escribió ninguna; de la VII a la X las escribe prácticamente seguidas (computan 853 versos) y se publican en 1923, bajo un sustantivo anticipo, por la editorial Insel-Verlag de Anton Kippenberg, que las esperaba con ansiedad puesto que las iba adelantando en su correspondencia con su editor y sus amigas, todas sabían que estaba en ello, como la condesa Margot Sizzi-Norris-Crouy.

Rilke falleció el 29 de diciembre de 1926 en el sanatorio suizo de Val-Mont de leucemia, supuestamente causada por haberse herido con la espina de una rosa. Esto es una ironía, ya que es el autor de uno de los poemas más profundos sobre las rosas. Su epitafio traducido del alemán dice:

Rosa, oh contradicción pura, deleite
de ser sueño de nadie bajo tantos
párpados.

Conclusión

La obra maestra de Rilke es sin duda el poemario Elegías de Duino (1912-1922), de la que me he permitido escribir un ensayo titulado Exégesis de las Elegías de Duino de Rilke, con ilustraciones de cada una de las diez elegías, puesto que las ilustraciones ayudan a visualizar algunas escenas complejas de esta obra. Me costó años de lecturas e interpretaciones, pues las elegías son surrealistas. No obstante, el esfuerzo y el tiempo empleado mereció la pena, por lo mucho que aprendí. Decía Rilke en una carta a una de sus admiradoras que «la poesía no se escribe para ser comprendida sino para ser sentida». Como dijera su traductor, José María Valverde: «Rilke suprime un equívoco: no se puede leer la poesía como un artículo de fondo, buscando conclusiones».

Rilke es, sin duda alguna, un poeta de los llamados puros, no contaminados por las tendencias de modernismo o posteriores. Es uno de los poetas más admirados y reputados universalmente. Fue considerado uno de los poetas y novelistas más importantes en lengua alemana, tan importante como Johann Wolfgang von Goethe, aunque, a partir de 1924, escribió en francés por residir en Suiza.