Es innumerable la cantidad de personajes que aparecen en la mente. Personajes ficticios, encontrados en lectura de novelas, o vistos en obras de teatro o fílmicas, personajes desconocidos referidos en noticias o en la historia, descritos en cuentos y leyendas, imaginados, estando despiertos, o soñados cuando dormimos; héroes, villanos, amantes, ignorantes, geniales, creativos, cómicos, ridículos, con reconocimiento global o totalmente desconocidos. Personajes.

Todos se entremezclan, en la llamada «realidad» de la mente. Allá está Don Quijote, flaco, alto, de barbas ralas y rostro enjuto; tanta gente sabe cómo describir a este personaje imaginario de novela y pocos, muy pocos saben cómo describir a Don Miguel de Cervantes Saavedra, quien se lo imaginó. Los famosos personajes de la literatura cobran textura en la imaginación, sus creadores pasan a ser personajes secundarios del desfile. Personas y personajes. Entidades de personalidad momentánea, que se diferencian unos entre otros, aparecen, cobran vida, nacen y se mueren en los múltiples escenarios, los de la vida, los del teatro y el cine, los de la mente imaginativa, los de los sueños de cada uno.

Soy uno entre ellos.

Dicen las referencias que personaje se deriva de la palabra latina, persona, probablemente una elaboración del vocablo etrusco phersu y este tal vez del término griego prósôpon. Este último vocablo significa «máscara» y se compone de pros, «adelante», y opos, «rostro»: aquello que se coloca delante del rostro.

Personas son las máscaras infinitamente diversas que cubren el ser. Personas y personajes que interactúan en un mundo-escenario, en un universo de una tremebunda belleza e infinita multiplicidad y dimensión, percibido por los sentidos, pensado e imaginado por las mentes, y sentido por cada corazón; en una inmensa, interminable y compleja historia de historias, la mayoría de las cuales se quedan sin expresar, detrás de las máscaras que cada persona presenta al caminar. ¡Imaginen lo que somos: miles de millones de imaginaciones dispersas!

Somos gotas efímeras de mar que aparecemos y desaparecemos en un flujo interminable, en una corriente con tantas definiciones como mentes, algunas consensuadas, otras radicales, otras tan raras que, a los pocos que las subscriben, les llamamos locos, como a nuestro amigo Don Quijote.

Muchos, o quizás todos o algunos, se hacen alguna vez la pregunta de ¿qué es todo esto, ¿cuál es el fin, si alguno, de este baile de máscaras? y quizás todos, o muchos o algunos, se aventuran a responder con sus mentes, o sienten corazonadas con su corazón, del sentido de la vida y la existencia. Y terminamos con dos grandes modelos, uno en donde hay un ser superior, o sea una persona, que no tiene máscara, que es todo ser, al cual llamamos en español Dios, que crea las máscaras y el escenario, para básicamente no estar solo, o porque sí. Porque así es.

Hay variantes de este modelo, desde un Dios remoto e indiferente hasta uno que interviene en los asuntos de su obra y hasta se hace presente, a veces, disfrazado de persona. Entonces la gente, las personas, a veces se abanderizan y creen que este o aquel es el enviado, la persona entre las personas, y construyen un mundo de reglas, requisitos, observancias creencias y ceremonias que son la manera correcta de ver el sentido de la vida. Muchos, a tal grado que, a la fuerza piensan que quienes no lo ven así tienen que ser salvados de sí mismos. Luchan estos modelos entre sí y son parte de la historia y del baile de máscaras y la vida.

El otro modelo es menos emotivo, más cerebral, es donde todo surge de la nada, como un árbol surge de una semilla, explota de un punto y, por un proceso de azar, coincidencia y casualidad va evolucionando formas, que en un momento alcanzan a ser estas burbujas de autoconciencia, estos personajes y personas que somos. Todo es un ciclo de ida y vuelta que, al desaparecer estas burbujas, estas personas se disuelven de nuevo en esas subpartículas de la nada explotada y diversa y vuelven a reformarse en otras formas, ya sean humanas o no. Que esto es así, porque es así. Y, bueno, que no hay otra cosa que hacer excepto vivir lo mejor que se puede en armonía con todo y con uno mismo. En este modelo hay también variantes que van desde el «sálvese quien pueda», ya que todo es un azar de la materia, hasta una responsabilidad ontológica, porque todo es parte del mismo cosmos evolucionado y evolucionando.

Pensando como persona yo siento que hay más en común entre estos modelos opuestos de lo que parece y siento que los instrumentos del pensamiento y los sentidos no son suficientes para abarcar el verdadero sentido de la vida. Creo que el sentido de la vida hay que sentirlo, es un darse cuenta de un darse cuenta, una revelación interna, un no sé qué que uno trata de explicar, pero que está más allá de la explicación.

Pienso que los pensamientos, cuando conceptualizan por los ríos del lenguaje, no alcanzan a ver la existencia en su totalidad holística; que hay un ingrediente en todo lo percibido, pensado o sentido, un ingrediente de unicidad, al cual llamamos en español «amor», que permea todas las esferas y que, en la esfera de la autoconciencia, se manifiesta como una profunda realización del continuo que somos al existir. Es una realización que va creciendo gradualmente, no como concepto, no como un razonamiento, sino como un sentir, un darse cuenta. Este darse cuenta trasciende las percepciones sensoriales, las imaginaciones de la mente, la separación individual de la conciencia.

No tengo lenguaje, para explicar lo que aun no entiendo, pero que a veces siento. Pero me aventuro, para añadir al cuento de los contados, que siento que «la vida es un cuento de la existencia», que es un juego de escondidas «para manifestar y expresar el amor» y que, a través de este juego, la existencia se hace persona; es decir, que la máscara que esconde la existencia es el universo con todos sus innumerables contenidos y que todos los personajes con nuestras respectivas máscaras no somos sino el eco, el reflejo de la persona de la existencia.

Como gotas de lluvia en una vidriera, resbalamos en nuestras trayectorias, interactuando, y nos fundimos a la larga en corrientes y, finalmente, en las desembocaduras, donde llegamos al Océano y dejamos de ser gotas. Porque las gotas solo son gotas cuando están separadas del mar. En el mar cada gota es el mar. Cada personaje es la Persona.