Para los argentinos, China es, a la vez, un socio comercial indiscutible y un gran desconocido. Los economistas han derramado mucha tinta sobre la conveniencia o no de comerciar con China y en qué condiciones. Sin embargo, la geopolítica indica que Argentina es a China, lo que México, Centroamérica y Caribe a EE. UU. y Brasil, a Alemania y Japón: su base ideal de operaciones en América Latina.

Nos inundan con datos económicos sobre China, al tiempo que ignoramos datos esenciales de su cultura, su idiosincrasia y sus valores. Esta no es una singularidad argentina, sino un rasgo común de todo el Occidente.

Ya, en el siglo XIX, Hegel, nada más y nada menos, constata en los chinos una tendencia a la mentira, los acusa de ser grandes inmorales y de carecer de sentido del honor. Para justificar la base de esta vileza moral se remite al budismo, que tiene a la nada (el Nirvana) como lo supremo y absoluto, como equivalente de lo sagrado, mientras exige el menosprecio del individuo. Hegel entiende que tras la negatividad del «vacío» budista se esconde una nada nihilista. Ella es la responsable de la «gran inmoralidad» de los chinos.

En realidad, el vacío del budismo chino se refiere a la negatividad de la des-creación y la ausencia de creación original. El universo no tiene principio ni fin, de manera que no existe interés alguno en explicar la creación y su Creador. Ello, vacía y deja sin sustancia al Ser (ousia), que es la base de la permanencia. Eso que está en la base de todo cambio y transformación como lo «mismo»: Dios. La idea de la inmutabilidad y permanencia de la sustancia responde a la idea de subjetividad moral y objetividad normativa occidentales.

En cambio, el pensamiento chino, desde sus comienzos, es «deconstructivo», ya que rompe radicalmente con el Ser (Sein) y la esencia (Wesen). Para los chinos no hay principio o creación, sino un proceso o camino infinito que se ajusta a los cambios, mientras la esencia se opone a la transformación. La idea de proceso, con sus transformaciones incesantes, también domina la conciencia china del tiempo y la historia. De ahí que el pensamiento chino no se preocupe de las ruinas, porque no existe la idea del «original», puesto que la originalidad presupone un comienzo o creación en sentido estricto. Para el pensamiento chino no se puede concebir una creación a partir de un principio absoluto, sino por el proceso continuo, sin comienzo ni final, sin nacimiento ni muerte. El Ser se des-sustancializa haciéndose camino (Como decía Machado: «caminante no hay caminos, se hace camino al andar»).

El pensamiento chino resulta pragmático en un sentido singular. No pierde tiempo en rastrear al ser u origen, sino la constelación cambiante de las cosas. Se trata de reconocer la impermanencia, el transcurrir mutable de las cosas, para acceder a él en función de la situación y sacar provecho. El pensamiento chino desconfía profundamente de las esencias inmutables o principios. Esta flexibilidad que remite a la falta de esencia, al vacío, era para Hegel una muestra de astucia, hipocresía o inmoralidad, pero, más bien, es una muestra más de cómo Occidente juzga al Oriente desde la perspectiva de sus propios valores, que considera universales.

Para los chinos el poder se distingue de la fuerza, pues a diferencia de ésta última, no representa una dimensión estática, sino dinámica. Aquel que es capaz de valerse y aprovechar el potencial de la situación, alcanza el poder. El poder no responde a una subjetividad, sino a una situación. Depende, de hecho, de la coyuntura.

¿Qué entienden los chinos por originalidad?

Como vemos la cultura china no cree en una creación ex nihilo (de la Nada), sino en la deconstrucción de ese concepto y su sustitución por un proceso de innovación permanente, al que llaman shanzhai. ¿Qué es, pues, el shanzhai?

Es el neologismo chino que se emplea para designar lo falso (fake). En China el shanzhai abarca todos los terrenos de la vida. Hay libros shanzhai, Premios Nobel shanzhai, películas shanzhai, diputados shanzhai o estrellas del espectáculo shanzhai.

Al principio, el término shanzhai se refería a los teléfonos, a falsificaciones de productos de marcas como Nokia o Samsumg que se comercializaban bajo el nombre de Nokir, Samsing o Anycat. En realidad, son más que meras falsificaciones baratas. Su diseño y funcionalidad no tienen nada que envidiar al original. Las modificaciones técnicas o estéticas les confieren una identidad propia. Son multifuncionales y están a la moda. Los productos shanzhai se caracterizan por su gran flexibilidad. Se pueden adaptar muy rápidamente a las necesidades o las situaciones concretas, cosa que no está al alcance de una gran empresa, pues sus procesos de producción están fijados a largo plazo. El shanzhai aprovecha el potencial de la situación. Este motivo es suficiente para considerar que estamos ante un fenómeno genuinamente chino.

La riqueza imaginativa de los productos shanzhai es, en muchas ocasiones, superior a la del producto original. Por ejemplo, existen teléfonos shanzhai con una función adicional para reconocer dinero falso. Eso los convierte en un original. Lo nuevo emerge de una serie de variaciones y combinaciones sorprendentes. El shanzhai incorpora un tipo singular de creatividad. Sus productos van apartándose del original sucesivamente, hasta mutar en originales. Las marcas establecidas se modifican sin cesar. Adidas se convierte en Adidos, Adadas, Adadis, Adis, Dasida, etc. Juegan con las marcas a la manera dadaísta, lo cual no solo se revela como una expresión de creatividad, sino que también tiene un efecto paródico o subversivo frente al poder económico de los monopolios.

Las apariciones shanzhai en Internet, que parodian a las de los medios estatales controlados por el Partido, se interpretan como actos subversivos contra el monopolio de la opinión y la representación. Es expresión de la esperanza de que el movimiento shanzhai deconstruya el poder de la autoridad estatal a nivel político y libere las energías democráticas.

En el terreno de la literatura china actual se observa un proceder parecido. Si una novela tiene éxito, no tardan en aparecer novelas shanzhai. No siempre se trata de imitaciones de nivel inferior que no disimulan su proximidad con el original. Junto a las falsificaciones manifiestas, también hay fakes que transforman el original, ubicándolo en un nuevo contexto o dotándolo de un giro sorprendente. Su creatividad pasa por una transformación y variación activas. El éxito de Harry Potter, por ejemplo, puso en marcha una dinámica de ese tipo. Hoy existe una gran cantidad de fakes de Harry Potter, que dan continuidad al original transformándolo: Harry Potter y la muñeca de porcelana presenta una sinización de la historia.

Los productos shanzhai no pretenden engañar a nadie. Su atractivo consiste, precisamente, en que ellos mismos indican de manera expresa que no son el original, sino que juegan con este. El juego que habita en el interior del shanzhai genera energías deconstructivas. Las marcas shanzhai muestran también rasgos humorísticos. La etiqueta del teléfono shanzhai iPncne se parece a la de iPhone original, aunque un poco usada. Los productos shanzhai tienen, a menudo, su propio encanto. Su creatividad, que es innegable, no se define por la discontinuidad y la creación imprevista de lo nuevo, que rompe por completo con lo antiguo, sino por su gusto juguetón por el cambio, la variación, la combinación y la transformación.

La historia del arte chino también se caracteriza por el proceso y la transformación. Hace siglos que pintan faisanes y carecen de la obstinación por la novedad que caracteriza el arte abstracto occidental. Todas las recreaciones u obras posteriores, que modifican la obra de un maestro o la adaptan a nuevas circunstancias, no son más que productos shanzhai magistrales. En China, la transformación continuada está instaurada como método de originalidad y creatividad. El movimiento shanzhai deconstruye la creación como creatio ex nihilo (de la nada). Shanzhai es des-creación. Frente a la identidad, reivindica la diferencia transformadora, el diferir activo y activador; frente al ser, el camino. Así es como manifiesta el shanzhai el genuino espíritu chino.

El shanzhai se presenta como una forma híbrida intensiva. El propio maoísmo chino era una forma de marxismo shanzhai. Al no haber obreros ni proletarios industriales en China, se transformaron las enseñanzas marxistas originarias. Su capacidad de hibridación hace que el comunismo chino se apropie del turbo-capitalismo. Los chinos no ven ninguna contradicción entre capitalismo y comunismo. En realidad, la contradicción no forma parte de las categorías del pensamiento chino. Este se inclina, más bien, al «tanto esto como lo otro». El comunismo chino muestra la misma capacidad de transformación que cualquier obra de los grandes maestros, que se abre a la transformación incesante; se presenta como un cuerpo híbrido. El antiesencialismo característico del proceso de pensamiento chino no da lugar a ninguna fijación ideológica. De ahí que también se pueda prever que en China aparecerán formas shanzhai políticas híbridas y sorprendentes. El sistema político chino actual ya ofrece rasgos marcados de hibridación. Con el tiempo, el comunismo shanzhai chino probablemente mutará en una forma política, que podría denominarse democracia shanzhai, sobre todo, si el movimiento shanzhai libera las energías antiautoritarias y subversivas.

Estimados lectores, permítanme terminar esta nota con una anécdota. Hace algunos años, acompañaba yo a una distinguida dama, pariente mía, que reside en Boston. Mientras caminábamos por el Parque Central, un vendedor callejero ofrecía una colección de carteras Louis Vuitton con monograma a US$ 80, que en cualquier tienda de Newbury Street valdría US$ 970, si estuviera en oferta. Para mi sorpresa, la dama se detuvo, examinó la cartera detenidamente y la compró en 80 dólares. Cuando le pregunté si estaba consciente de que era fake, me respondió: «En primer lugar, es una reproducción perfecta y, por otra parte, si yo la llevo colgada de mi brazo, ¿quién va a dudar que es original?» Una verdadera lógica shanzhai.