How fine to die in Denia
young in the ardent strength of sun,
calm in the burning blue of the sea.

Algo se remueve en tu interior cuando descubres estos versos de John Dos Passos que se pueden leer en una placa de 1922, colocada en un monolito con su dignidad intacta —a pesar del vandalismo—, en el cementerio inglés de Denia. Dicho monolito fue erigido por la familia Rankin en recuerdo de su hijo Reginald, fallecido a la edad de un año.

Y te vuelves a estremecer cuando descubres que ese cementerio se abandonó en 1918. ¿Qué manos anónimas y amorosas colocaron la placa allí solo cuatro años después? ¿Había alguna relación entre la familia inglesa y el escritor? ¿Por qué todo yace entre maleza y olvido?

Los ingleses llegaron a la comarca de la Marina Alta en el siglo XIX para comercializar la uva pasa, cuya variedad moscatel fue introducida por los romanos, aunque fueron los árabes los que le dieron impulso. La producción de dicha pasa, muy solicitada por sus especiales características gastronómicas, se exportaba a través del puerto de Denia hacia Estados Unidos, Canadá, Francia y, sobre todo, a Inglaterra, donde se utilizaba como ingrediente del plum cake. Estas exportaciones originaron una gran bonanza económica que transformó a toda la zona, para hundirse abruptamente a primeros del XX por la plaga de la filoxera que acabó con la totalidad de las viñas.

Dos Passos vino a Denia en 1916, dentro de un viaje que realizó por el litoral valenciano. Tenía entonces veinte años. Atraído por la cultura hispanoárabe, le impresionó la luz del Mediterráneo y nos transmitió esa fascinación en A Pushcart at the Curb, su único libro de poemas.

En Denia, había una estación de tren que ha sido derribada; metáfora de tanto desatino que se ha hecho en aras de una modernidad mal entendida, arrasando lo que fue un paraíso. Él llegó con billete de tercera y vagan sus versos por las calles de una ciudad que nunca lo ha recordado como se merece.

He caminado por el puerto bajo los plataneros centenarios que un día vieron al escritor y que comienzan a desprender las primeras hojas en este otoño indeciso y penoso donde la pandemia de la COVID-19 nos acosa sin piedad.

Vuelvo a playa Marieta Cassiana, lugar donde está el cementerio y por donde paseó John. Entonces, era una pequeña meseta con una pendiente suave que descendía al mar; hoy un paseo marítimo la saja y atropella la memoria.

Él nos dejó escrito que no todo termina con la muerte con este sentido poema:

Sería hermoso morir en Denia
joven, bajo el abrazo del sol
tumbado junto al azul ardiente del mar
y el reclamo permanente de los cerros de hierro.
Denia, donde la tierra es roja como la herrumbre
y las colinas son del color de la ceniza.
Oh, podrirse en el suelo áspero
y fundirse en el fuego omnipotente
de ese dios blanco y joven y ardiente, el incandescente dios solar
para encontrar una súbita resurrección
en la cálida uva nacida de la tierra y la luz
que las mujeres jóvenes y los niños pisan
convirtiéndola en un mosto que hará fluir para generaciones futuras
un vino lleno de la tierra
del sol.

La poesía de Dos Passos habita en este lugar recóndito, donde la vegetación va ocupando lo que un día le fue arrebatado para construir el cementerio de los ingleses que llegaron a Denia. Y entre las tumbas, cubiertas de musgo y hojarasca, el monolito de la familia Rankin, testigo de vida que nos reafirma que al tiempo solo se le puede vencer con los recuerdos.