La reconquista de España se concretó después de setecientos años, los moros, que habían ocupado la península ibérica desde el norte de África, fueron arrojados en enero de 1492. Ese año, en marzo, Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, toman la polémica decisión de expulsar a los judíos, tras años de hostil segregación. Los judíos que no abandonan España se declaran conversos para evitar ser desterrados. En realidad, practican sincretismo mientras profesan una de las religiones en secreto. Años después, la Inquisición persiguió a los conversos y las ejecuciones se sucedieron con prácticas despiadadas, abusos e infidencias.

Para culminar ese año, en octubre, el navegante genovés Cristóbal Colón, llega a una isla del Caribe. En los años siguientes, la presencia de España en las costas americanas se incrementa de manera constante.

La conquista de América fue un largo proceso, que coincidió con la necesidad de obtener ingresos para financiar los radicales cambios. Junto al capital de ricos mercaderes, se suman los esfuerzos de la monarquía por invertir en la búsqueda de tesoros: se crean compañías para explorar el nuevo mundo, riesgosa apuesta que volvería ricos a muchos de ellos.

El siguiente paso fue buscar aventureros con experiencia en guerras. Francisco Pizarro, a sus treintaicinco años, era uno de ellos: avezado capitán que acompaña a Vasco Núñez de Balboa en el descubrimiento del océano Pacífico, y la exploración de los bosques de un Panamá prístino.

Todo esto sucede en un lapso de veinte años tras la llegada a América, los españoles se aproximan, de a poco, a riquezas que cambiaran la historia de Europa. Pizarro fue un militar que se establece en Panamá en su búsqueda de oportunidades para enriquecerse. Para que la conquista de los Incas se lleve a cabo, pasarían otras dos décadas; Pizarro, ya de cincuenta y cinco años, tenía la fórmula para lograrlo: una combinación de suerte, ambición y paciencia.

Después de múltiples expediciones, Pizarro y su socio Almagro hallaron indicios de un sofisticado imperio al sur de la línea ecuatorial. Hernán Cortés, ya había doblegado a los aztecas, y la concepción de América para los europeos, había cambiado. Cuando se produjo el encuentro con una balsa de velas en la costa norte del Perú, ya nadie dudaba de que era el producto de una avanzada civilización. Tres indígenas, de un total de veinte, fueron tomados prisioneros con el plan de llevarlos a Europa, y entrenarlos como intérpretes.

Algunos años antes, el Inca Huayna Cápac se había enamorado de una princesa quiteña y se fue a vivir a Quito, tras abandonar la capital del imperio: Cusco. Así, fue como una historia de amor se iba a convertir en tragedia.

Lo cierto, es que Tumibamba era una región muy rica y su preponderancia acarreaba problemas políticos al incario. A la muerte de Huayna Cápac, contagiado de la viruela europea, ya se había elegido un sucesor; para mala suerte, este también falleció al poco tiempo, junto con miles de víctimas de la epidemia. La sucesión al trono era regida por un complejo protocolo, se produjo un vacío de poder y surgieron pugnas entre dos bandos. Dos hermanastros, Atahualpa, representando al norte con un vasto control del ejército profesional, y Huáscar, representante del sur y la corte cusqueña, iniciaron el conflicto armado. Nada más terrible para una sociedad que verse dividida en una guerra civil.

En la sociedad incaica, el inca tenía una coya (reina) y muchas concubinas. Solo los orejones, llamados así por la elongación del lóbulo auricular tras colgarse adornos de metal, y miembros de la nobleza, eran polígamos. El pueblo era monógamo y la tierra era distribuida entre las nuevas parejas, con cada hijo engendrado aumentaban las parcelas del terreno, incentivando así la multiplicación de familias o ayllus. Todos los hijos de concubinas provincianas podían competir para ascender al poder. Atahualpa era el favorito del inca Huayna Cápac, aunque la corte tradicional prefería a Huáscar.

Cuando Atahualpa se fue a entrevistar con su hermano, sospechó una traición y decidió rebelarse, iniciando así una lucha de innumerables batallas durante un tiempo aproximado de dos años y medio. Es imposible saber el número de víctimas mortales, pero no es descabellado pensar que un diez por ciento de la población, estimada en diez millones de habitantes, perdió la vida en el conflicto, lo cual sumado a las enfermedades traídas por los españoles exterminó gran parte de la población. Al final, la habilidad militar de Atahualpa y el soporte de sus generales triunfó en esta sangrienta guerra interna cuando Huáscar fue capturado.

Mientras esto sucedía, Pizarro, que ya había llegado a la costa de Piura, se enteró de la pugna de poder, y tomó una decisión que le valió la Conquista: sentarse a esperar a un triunfador. Esta paciente espera fue determinante para un resultado favorable. Cuando se enteró de que el norte había vencido, subió al encuentro en Cajamarca.

Atahualpa estaba obnubilado con la victoria y, en su soberbia, dejó que los españoles llegaran hacia él, ignorando las recomendaciones de atacar y detenerlos mientras ascendían los Andes. Fue curiosidad, también, la que permitió este inverosímil encuentro. A través de sus informantes, Pizarro se enteró de que Atahualpa descansaba en las aguas termales. Al llegar a Cajamarca, Pizarro se instaló y le envió una invitación. Atahualpa seguía celebrando la victoria; mientras, los españoles urdían un plan para atraparlo.

En Sevilla, tiempo atrás, Pizarro tuvo una entrevista con Hernán Cortés, quien había conquistado a los aztecas once años antes, y este le dio una importante información: «Es como jugar al ajedrez, captura al rey y el juego termina, ¡jaque mate!».

El improbable triunfo de ciento sesenta y ocho hombres con sesenta y dos caballos sucedió tras una fugaz batalla. Los dominicos, que llegaron al mando del padre Valverde, dieron la orden de atacar cuando Atahualpa tiró la Biblia al suelo. Felipillo, que fungía de traductor y odiaba a los incas, fue quien engañó a los españoles y a Atahualpa tergiversando todo, consumando así su venganza. Parece ser, que Atahualpa iba completamente embriagado con la chicha de maíz, cuando fue capturado, perdiendo valioso tiempo sin reaccionar.

Los libros de historia han sido escritos por los vencedores y son propensos a omitir detalles. Ignoran mencionar los cientos de indios nicaragüenses que venían con los españoles y cómo se usó el descontento de muchas tribus. Como dice un viejo adagio: «El enemigo de tu enemigo es tu amigo». Muchos reinos odiaban a los tiránicos incas y estas fuerzas ayudaron a los españoles. Los arcabuces y caballos también influenciaron. Los incas estaban en la edad de bronce, los españoles llegaban con el acero.

Atahualpa pudo haber cambiado el curso de la historia, pero se acobardó de morir y no dio la orden de atacar tras ser hecho prisionero; ningún otro mando militar se atrevió a tomar decisiones. Al enterarse de que los españoles buscaban metales preciosos, comenzó a negociar su libertad para ofrecer una fantástica cantidad de oro y plata. Los incas usaban el oro en los templos del Sol, el reflejo del astro en las láminas doradas era señal de conexión con sus dioses y desconocían su valor comercial.

Llegó la orden de desmantelar los templos y obtener todo el oro posible, demorándose ocho meses en lograr el monto del rescate, que fue distribuido según el rango de los soldados y sus caballos, los equinos también recibieron el rescate. Durante la larga espera, Atahualpa aprendió a jugar ajedrez mientras soñaba con su libertad para hacer tambores con el pellejo de sus captores.

Una vez recibido el pago, separaron el quinto del rey, es decir el veinte por ciento de lo recaudado, menos lo que algún corrupto oficial pellizcaba, digamos el diez por ciento; así, tal vez, empezó la coima y la corrupción en el Perú.

Una vez libre, juzgaron a Atahualpa por haber dado muerte a Huáscar y lo condenaron a la hoguera. Los incas creían en la vida después de la muerte y que el fuego impediría su embalsamamiento, indispensable para una vida en otro plano. Atahualpa negoció para ser estrangulado después de bautizarse cristiano.

En resumen, hubo múltiples factores: el acero, armamento superior, virus y gérmenes, los caballos, la guerra interna del incario que se suman en contra de los incas. Si no hubieran sido los españoles, tal vez los ingleses, portugueses u holandeses los hubieran doblegado. Tarde o temprano hubieran sucumbido ante el despliegue de tecnología europea, como sucedió en todo el orbe.