¿Cree usted en las profecías? Yo no, pero a menudo las uso para que las personas que sí creen en ellas vean las cosas desde un punto de vista diferente. Desde su punto de vista.

¿Por qué lo hago? Porque cuando una persona se obceca u obsesiona con una idea o concepto, como lo es el de una profecía, es la única forma de hacerla ver la realidad fuera de ese «don sobrenatural» que viene de una «inspiración divina». Es haciendo que se forme otro juicio o conjetura de algo que, él o ella, considere que se forma por las mismas señales que se observan o deducen de la supuesta profecía.

Es algo ilógico, lo sé, pero es lo que ocurre cuando la gente cree en una ideología. Y, al fin y al cabo, las profecías, todas ellas, no importa de dónde provengan: Nostradamus, el Libro de la Revelaciones en la Biblia, un misterioso Calendario Maya escrito en piedra, no son más que, pura y simple ideología. La idea de que «Dios tiene que ver con una religión en particular»; la idea de que, «el fin, justifica los medios»; la idea de que, la «riqueza y el poder van de la mano»; la idea de que, «es todo lo contrario».

Es así como un extremista político religioso piensa, hasta el mínimo detalle, cómo realizar un atentado terrorista. Es así como su acólito seguidor se pone el «chaleco bomba» y se hace inmolar, «en nombre de Dios», o conduce un «carro bomba» y hace lo mismo. Para «lograr más réditos», ante el «dios de su religión».

Nada más falso; no existe el «dios de la religión tal». Dios es uno solo y no pertenece a ninguna religión.

El terrorista político religioso no busca «reivindicar a su pueblo» o «defender a su dios» ante el otro que es «falso y sacrílego». El terrorista político religioso solo busca el poder con P mayúscula. Porque su único deseo es imponerse y dominar sobre los demás.

El «acólito servidor» tristemente, muy tristemente, solo es una víctima del engaño, en todo el sentido de la palabra. Engañado al creer que servía a Dios; engañado al creer que hacía su voluntad; engañado al creer que ayudaría a su pueblo, a su familia, a su país; engañado al creer el engaño del terrorista político religioso.

También es así como, quienes creen que, «el fin justifica los medios». Convencen a otros de que, «el consumismo es bueno». Pese a que, estamos acabando con el planeta, literalmente. Convencen a otros de que, «debemos seguir creciendo económicamente». Pese a que, está demostrado que eso solo aumenta la desigualdad social y económica a nivel mundial. «Hace a los ricos del mundo, más ricos y en menor cantidad, y a los pobres del mundo, más pobres y en mayor cantidad».

Pero eso no es todo, el mayor y más profundo problema que traen consigo las ideologías a las masas humanas que las siguen «al pie de la letra» es el fanatismo. Decía Voltaire: «Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable». Y agregaba, «El fanatismo es un monstruo que osa decirse, hijo de la religión». ¿Por qué? Porque, desde mucho antes de Voltaire, «política y religión han ido de la mano», «como anillo al dedo». De hecho, así fue como nació la religión católica de la mano de Constantino I, apodado el Grande.

Y es que, como ocurre con los dogmas políticos y religiosos, el fanático no los cuestiona, no los discute, no razona si pueden ser ciertos, o si pueden tener algo de falsedad, tan solo los acepta. Y eso es lo más peligroso e insensato que puede cometer cualquier ser humano. Porque pone en peligro, no solo su vida, sino también la de los demás, la de sus allegados, la de su familia. Y, si eso se extiende a muchos, a miles, a millones; como bien puede hacerlo, una idea, un concepto, una ideología. Eso podría ser el fin de la humanidad. ¡RIP humanidad! Un fin lastimoso causado por nosotros mismos, por nuestra insensatez, al creer en las palabras de falsos profetas y líderes políticos populistas y demagogos, con ínfulas de dioses terrenales. Justo como lo profetizan las profecías.

Pero no todo es malo, la esperanza es lo último que se pierde. Y, así como la humanidad es capaz de generar y producir mucho mal, también es capaz de hacer todo lo contrario: mucho bien. Y así es como, coincidentemente, terminan todas las profecías. Con el bien triunfando sobre el mal y la humanidad renovándose a sí misma, en un nuevo ciclo, al final de los tiempos.

Es por eso por lo que, aprovechando los tiempos decembrinos, les recuerdo a todos que el verdadero significado de la Natividad o Navidad es la «esperanza en el nacimiento de la humanidad», representada en el nacimiento de Jesús de Nazaret. Les recuerdo que, la esperanza en la humanidad muere cuando el alma del hombre se vende por riqueza, ideología y poder; ese es el RIP de la humanidad. Y les recuerdo que, la esperanza en la humanidad renace cuando abrimos los ojos y la mente a la realidad y nos alejamos del fanatismo; dejando de creer en las palabras y los engaños de falsos profetas y políticos demagogos que solo buscan riqueza, ideología y poder.

Así que, celebrando el nacimiento y la resurrección de Jesús Cristo, digamos No al RIP de la humanidad y sí al nuevo RIP: ¡resurgimiento, innovación y perduración!