Ha sido un año muy difícil. De eso no hay duda.

Quizás sea bueno detenerse y dedicar las últimas lecturas del año a temas ajenos a las múltiples crisis que nos acechan. Es el final de año, merecemos un descanso y, cuando enero llegue, los problemas seguirán allí.

En prácticamente todo el mundo el final del año viene acompañado de un singular personaje. Vestido de rojo, larga barba blanca y manejando un trineo mágico tirado por renos, Santa Claus se ha convertido en uno de los protagonistas más importantes de la actual celebración secular de la Navidad. Y, si nos aproximamos al personaje, podremos descubrir muchos aspectos, quizás olvidados u ocultos de las fiestas decembrinas.

Primero, un poco de historia.

El actual Santa Claus, como nuestra fiesta de Navidad, es el resultado de la combinación e influencia de distintas tradiciones culturales. La primera influencia es el obispo cristiano San Nicolás de Bari que vivió en el siglo IV en Anatolia. Aún hoy se conservan sus reliquias en la basílica de San Nicolás de Bari, Italia.

Era hijo de una familia acomodada y creció bajo los tirantes deseos de sus padres. Durante un brote de peste, mueren sus padres mientras trataban de ayudar a los enfermos de su ciudad. Nicolas, conmovido por la desgraciada situación de su gente ante semejante enfermedad, repartió sus bienes entre los necesitados y partió hacia Mira para ordenarse sacerdote. Años después fue elegido obispo.

Se cuenta de él una gran preocupación por la gente pobre. Además, Nicolás tenía especial inclinación por los niños. Se cuenta que en alguna ocasión un posadero acuchilló a varios niños. Entonces el santo rezó por ellos y obtuvo su curación casi inmediatamente.

Su mítica fama de repartidor de obsequios se basa en otra historia, que cuenta que un empobrecido hombre padre de tres hijas no podía casarlas por no tener la dote necesaria. Al carecer las muchachas de la dote, parecían condenadas a ser «solteronas». Enterado de esto, Nicolás le entregó, al obtener la edad de casarse, una bolsa llena de monedas de oro a cada una de ellas. Se cuenta que todo esto fue hecho en secreto por el sacerdote, quien entraba por una ventana y ponía la bolsa de oro dentro de los calcetines de las niñas, que colgaban sobre la chimenea para secarlos.

Al extenderse el cristianismo por Europa, fue reemplazando y asimilando las tradiciones paganas. Esta es una de las virtudes más importantes del cristianismo católico: bajo la premisa de que el Evangelio es un mensaje universal, no limitado a un contexto cultural determinado, el cristianismo puede hacer propias las costumbres y tradiciones de las culturas y los pueblos que busca evangelizar. En el caso de Santa Claus, la figura de San Nicolás se entremezcla con figuras invernales, seres del folclor noreuropeo quienes visitaban a las personas en las solitarias noches del crudo invierno: Odín, dios de los vikingos quien recorre las noches invernales, duendes, hadas, elfos y, más tarde, Father Christmas de Inglaterra (famoso por su aparición en Canción de Navidad de Charles Dickens).

Estos personajes coexisten en las tradiciones navideñas europeas hasta que emigran a América, acompañando a los ingleses, alemanes, irlandeses y nórdicos que formarían a los EE. UU. Es en Nueva York donde todos estos personajes terminaron por mezclarse y formar al actual Santa Claus, un ciudadano más del melting pot. Dos neoyorquinos son responsables de esta combinación. En primer lugar, fue el poeta Clement Clarke Moore con su poema; «A Visit from St. Nicholas», también llamado «The Night Before Christmas», donde San Nicolás es una clase de duende vestido de rojo, lleva un saco con regalos, es muy pequeño y maneja un trineo tirado por renos.

El segundo neoyorquino en transformar a San Nicolás en Santa Claus fue el caricaturista o cartonista Thomas Nast. En 1863, fue encargado por la revista Harper’s Weekly para ilustrar sus especiales navideños. Fue allí donde Nast transformó al personaje de Moore en lo que hoy conocemos: le dio su lista de niños buenos y malos, su taller en el Polo Norte y sus elfos, entre otros elementos.

Fue la influencia cultural y comercial de los Estados Unidos lo que logró llevar al nuevo Santa Claus a todo el mundo. La industrialización, su poder comercial y el atractivo de la cultura americana llevaron al nuevo Santa Claus a prácticamente todos los rincones del mundo. En los 30, Coca Cola adopta al personaje para ayudarse a vender más en su periodo de bajas ventas (algunos lo llaman colonización, otros preferimos llamarlo influencia cultural).

Y su impacto cultural es innegable. Para muestra, un botón: en países donde el clima no justifica vestir con un abrigo, donde no nieva o donde de plano la navidad cae en verano, Santa Claus viste su tradicional abrigo rojo y maneja un trineo.

El juego del secreto

Más allá de su origen, Santa Claus (junto con los tres Reyes Magos y el Ratón de los dientes) es un fenómeno social muy interesante. Se ha vuelto un engaño, una noble jugarreta que le hacemos a los niños todos los adultos del mundo. Sin la necesidad de la intervención de autoridades, ni de reglas formales, todos participamos de un hermoso juego donde cuidamos el pensamiento mágico de nuestros niños.

El mundo puede dividirse en dos tipos de personas; aquellos que creen en Santa Claus y aquellos que somos Santa Claus. Y es de hacer notar que no somos solo los que somos padres quienes jugamos: tíos y amigos solteros de los papás también deben guardar el secreto y, hasta empresas como Google, anualmente en su mapa mundial van siguiendo la ruta de Santa Claus por todo el mundo.

El engaño de Santa Claus solo tiene una regla; no rompas el secreto. Y es una regla espontánea que no necesita autoridades centrales que la guarden o dirijan o reconozcan. Y, junto con la historia de Santa Claus, ha ido creciendo del mismo modo, nadie tiene sus derechos de autor ni es guardián de su canon. Hay una narrativa aceptada espontáneamente por la mayoría de nosotros, y todo elemento nuevo debe no contradecir lo ya establecido y tener la fuerza para ser aceptado por la mayoría de nosotros.

La importancia del pensamiento fantástico

Es fundamental que los adultos cuidemos el secreto de Santa Claus y que hagamos todo lo que podamos por fortalecer el pensamiento fantástico o mágico de los niños. Es fundamental para la infancia.

El pensamiento mágico es un reflejo de la inocencia de aquellos que aún cuentan con pocas experiencias previas para entender el mundo. Es un paradigma donde casi todo pasa, donde magia, princesas y superhéroes de otros planetas conviven. La inocencia permite vivir en un mundo mucho más grande. Pocos son los límites.

Por otro lado, es la respuesta infantil ante lo asombroso que es nuestro mundo. El pensamiento fantástico no es emocionalmente neutro; todo lo contrario, siempre está cargado de fascinación, interés, admiración y estupor por la realidad. Son los ojos incrédulos y maravillados de un niño ante algo que lo supera y deslumbra.

Pero quizás más importante, el pensamiento mágico permite a los niños tener cierto control y capacidad de entendimiento del mundo. Los niños son muy frágiles, rodeados de peligros y circunstancias que los afectan sin que ellos puedan siquiera comprender. La vulnerabilidad define a la infancia, es por eso por lo que los niños deben generar una serie de respuestas e historias que les den algún control sobre su mundo. En este sentido el pensamiento fantástico o mágico; es un mecanismo de defensa frente a una realidad hostil e incomprensible.

Y qué mejor defensa que la bondad y caridad de un duende-santo-espíritu gordo y bonachón, vestido de rojo, quien una vez al año te deja presentes mientras tú duermes.

Pero la infancia no debe ser un estado permanente, se debe superar. Uno debe volverse adulto y hacerse responsable de su vida y acciones. Un día debe de dejarse el pensamiento fantástico, cambiarse por una visión realista, material y crítica. La ciencia ocupa su lugar. Sin embargo, nuestra búsqueda por superar los límites, nuestro asombro e intento por domar la realidad jamás deben abandonarse.

Feliz Navidad.

P. D. Querido Santa Claus, yo solo quiero pedirte una cosa: que mi familia y yo nos podamos vacunar contra el covid lo antes posible.