Querido Don Victor:

Espero que esté bien junto con su esposa. Me pregunto y le pregunto: ¿puede el leer y conocer la Segunda Guerra Mundial (SGM) y sus antecedentes totalitarios ayudar a los venezolanos del presente? ¿Puede su diario de hace 80 años decir algo a una cultura de principios del siglo XXI tan distinta a la alemana de la primera mitad del siglo XX? Mi proyecto de revisión de la historiografía y cinematografía de la SGM se sustenta en esta creencia. Es por ello, querido maestro, que el tiempo dedicado a su bitácora no fue en vano. Su testimonio ilumina la oscuridad de los que hoy padecen los zarpazos de los proyectos totalitarios que se empeñan en no morir. Pero es imposible no exclamar: ¡qué distintas son las situaciones y los medios de nuestras respectivas tragedias, pero qué parecidos sus resultados! Siempre el desprecio de la dignidad humana, de los derechos de cada persona. Y el intento de ocultar la realidad (censura, mentira), a menos que esta ayude a fortalecer el terror y el dominio. Por esto debemos dar «testimonio hasta el final».

Es imposible no temer a la muerte. ¡Cuántas vidas que, en condiciones normales, podrían haberse salvado! En todo ello he pensado, no solo por todo lo relativo al genocidio judío del cual usted se salvó gracias a Dios, sino por lo que más de 20 conciudadanos míos sufrieron en un reciente naufragio en Güiria (estado Sucre) apenas le mandé mi anterior carta a principios de diciembre del 2020. Huir de la muerte para terminar encontrándola, ¡qué triste paradoja! Pero la reacción en el pueblo de las víctimas fue increíble, porque a pesar del dolor protestaron con dignidad. Cuando todo parece carcomido por la corrupción y todo tipo de miserias aparece la nobleza humana como un halo de esperanzas. Y la Navidad —estas palabras se las escribo en sus vísperas—, amigo, aunque sea en pobreza se vive. Por esta razón usé sus escritos de estas fechas en los años 39 y 40 para hablar en la SGM, en la serie que le dije, y que puede leer en mi columna del periódico: El Nacional («Las primeras Navidades de la Segunda Guerra Mundial (I) y (II)», 23 y 30 de diciembre, respectivamente) en sus dos últimas entregas del 2020.

Me sentí tan identificado cuando dice que los regalos de Nochebuena fueron comida —¡para un profesor!— y que eso le hizo sentirse adinerado. En el pasado. para usted y para mí los platos típicos eran algo normal en nuestras mesas y por ello nos regalaban libros. ¡Qué cambio tan radical! La tristeza nos acecha, pero es Navidad, ¡no podemos permitírselo! Nuestro Señor nació en la pobreza y en lo sencillo, y él como amor absoluto encarnado es la razón fundamental de nuestra alegría. Es la esperanza de que el mal no triunfará y esta certeza debe guiar cada uno de nuestros días a lo largo del año. Pero retomemos la revisión de su diario donde lo dejamos en mi anterior carta a finales del año de la llegada del «histérico» nazi al poder: 1933.

El primero de enero de 1934 nos dice: «Anoche, a las doce, encendimos el arbolito y bebimos un whisky. Fue una fiesta de fin de año de los más apacible». Estoy convencido que esa actitud puede salvarnos, pero nos vemos rodeados de la propaganda y lo que hoy llamamos «actitudes tóxicas» e incluso de nuestra propia desesperación.

Al leer su diario, como le dije ya llegué hasta 1941 y ahora lo leo día a día a medida que se cumplen 80 años, observo cómo al principio todo era llevarle el pulso a la dictadura a medida que se construía, para después simplemente ignorarla de modo que su maldad no le lleve a la total amargura. Es de esa forma que, el 13 de enero de 1934 (cuando todo era novedad y desesperación), nos dice: «Nadie se atreve a oponerse abiertamente; siempre son individuos aislados que se sienten impotentes» (como usted que no hacía el saludo nazi obligatorio en sus clases). Lo mejor de todo, es la resistencia a través del humor, aunque esos chistes acarrean prisión de varios meses si son descubiertos; una muestra de que el pueblo alemán no aplaudía todo lo que hacían los nazis como muchos piensan. Pero el deterioro de la situación lleva a que «día tras día, Eva está unas horas completamente deprimida, unas horas lo estoy yo y unas horas lo estamos los dos». Es triste, pero me ha hecho gracia. Y después le leo esto que parece escrito por mí: «No quiero pensar más allá de mañana; pero me despierto cada día con esta horrible y angustiosa presión interior. Y mi situación es cada día peor» (25-03-1934).

Sin duda, su diario es una forma de percibir el estado de ánimo de los que no aceptaban el orden nazi que se iba estableciendo todos los días, poco a poco. Justo al año, se elimina todo vestigio de autonomía regional (los Lander) y de los partidos de derecha, sin los cuales, Adolfo Hitler no habría adquirido plenos poderes. Siempre, los cómplices que creen que hacen un bien o que aprovechan cualquier espacio «libre» que deja la dictadura son devorados en algún momento.

Sobre los cambios en la educación que usted vivía de cerca, no niego que me habría gustado leerle con más detalle. Seguramente le era muy doloroso y más cuando veía su jubilación para quitarlo del medio por judío y por no cooperante. Pero, al menos, en medio de ese horror seguía con su trabajo intelectual, con su leer y escribir; ese mantra que a usted y a mí nos mantiene vivos en medio de tantas agresiones. Y nos cuenta una buena noticia: se habían multiplicado las bibliotecas de préstamo circulante, «y sin embargo, en Alemania, nunca ha habido tanto odio al intelecto como hoy» (15-02-1934).

Una vez más volvemos al tema de las similitudes entre fascismo y comunismo al ver el poder de los sindicatos (oficiales, claro), la destrucción de la gran propiedad privada en el campo, entre otros. Nos dice que: «El nacionalsocialismo se ha ido identificando completamente, o casi completamente, con el bolchevismo; esto lo ven con claridad muchos de quienes lo consideraban todavía hace poco un ‘bastión contra el bolchevismo’ y un ‘mal menor’» (19-03-34). Y otra relación que hace —¡otro escándalo, en este caso, para muchos de los judíos!— es con el sionismo «porque en Sion el ario es lo que aquí el judío […] Para mí los sionistas […] con su fisgoneo en las relaciones de sangre, con el ‘viejo ciclo cultural’, con su en parte fingida en parte obtusa marcha atrás del mundo se asemejan a los nacionalsocialistas» (13-06-1934). Respecto a los colectivismos y su dominio sobre la libertad de la persona, al dominio de sus «ideas» y sus organizaciones sobre las relaciones privadas e íntimas, nos cuenta el testimonio de un padre de familia: «No veo ya mucho a mis hijos, están siempre en su organización, además, tengo que ser prudente cuando hablo delante de ellos; han sembrado la desconfianza en las familias» (13-06-1934).

Otro evento que me gustó leerle es lo que la historia llamaría después «la noche de los cuchillos largos», aquella en que Hitler asesinó a compañeros nazis que le incomodaban, empezando por el jefe de las SA: Ernst Rohm. Leída desde su diario se percibe toda la confusión que, incluso, puede transmitir algo de esperanza cuando en la realidad era una «vuelta más de la tuerca» que consolidaba el horror. Pero ese mismo día lo tenía claro: «¡Un canciller que condena y fusila a gente de su ejército personal!» Y después la conclusión: «Lo monstruoso es que un pueblo europeo se haya puesto a merced de tal banda de psicópatas y de criminales y que aún siga aguantándolos» (14-07-1934). Después llega, al morir el presidente Hindenburg, «la desaparición del último contrapeso» y se da la fusión de la jefatura de Estado y de gobierno en la sola persona del Führer y el juramento del ejército a esta figura con nombre y apellido. Y todo alemán debe, al hablar de él o dirigirse a su persona, llamarlo «Mi Führer» (04-08-1934). Más tarde, usted tendrá que jurar también como educador… lo entiendo perfectamente, y hacer el saludo al ir a dependencias estatales, lo entiendo amigo. No se preocupe.

Al menos, en 1934, tuvo la alegría de lograr la hipoteca por medio del apoyo de un amigo que emigró y poder de esa forma construir la casa, y lo más increíble fue lo que describe con sus palabras: «¡Qué liberación! ¡Y qué extrañas coincidencias! Todos mis esfuerzos tan pensados fracasaron y he aquí que viene algo totalmente inesperado. Y viene —¡suprema ironía!— por una ley de los nacionalsocialistas» (14-07-1934). Pudieron mudarse a su casa soñada donde su esposa trabajaba en el jardín que tanto le gustaba. Sus escritos reafirman la idea de que, al padecer una tiranía, solo les queda a las almas libres crear y refugiarse su propio universo («Me aferro al trabajo», 26-09-1934).

Me despido con la promesa de seguir con el año 1935 e intentar avanzar un poco más rápido. Gracias por inspirar a todos los que escribimos un diario y más si es en medio de la tempestad.