Querido Don Victor:

No lo olvido porque su Diario siempre me permite la cercanía y la amistad. Y desde esa distancia, a la luz de sus vivencias, le cuento las mías en este país tropical tan diferente y, a la vez, tan parecido al suyo. Mi segunda carta salió a principios de enero y, ahora, la tercera la escribiré a lo largo de ese primer mes del 2021. ¡Son tantas cosas que quiero contarle! Pero lo primero es que al abrir el «Papel Literario», suplemento de El Nacional, me encuentro con usted. Sí, no le miento, allí estaba su rostro mirándome gracias a una foto que acompaña al excelente escrito sobre sus diarios del director: Nelson Rivera («Victor Klemperer: ‘He aprendido a tartamudear como si fuese mi lengua materna’», 24-01-2021). ¿Seguro que no se imaginaba que tendría tantos admiradores tan lejos de Alemania y 80 años después?

Tal como le dije en mi anterior carta, ya leí su Diario hasta principios de 1941 y lo que hago ahora es releerlo a su lado. Es inevitable repetirse porque así son las bitácoras de vida, aunque intentaré no volver a comentarle viejos temas ya muy bien tratados entre la revisión de los años 1933 al 34. Ahora nos toca de 1935 al 36 en una sola carta, pero la verdad es que no pude pasar del año 35. A dos años por carta solo le debería dos más y, después, tendría que mandarle una por año. No niego que lo extrañaré, pero le cuento, y espero que no piense que no lo estimo por esto, que tengo como plan escribir otras cartas a otros «diaristas» y «escritores» de la Segunda Guerra Mundial. Se preguntará: ¿quiénes son esos otros?, por solo nombrarle los que ahora leo, a medida que se cumple el 80 aniversario de sus entradas en sus respectivos diarios, son: su compatriota socialdemócrata Friedrich Kelner, el italiano conde Galeazzo Ciano, el británico George Orwell y el soviético Vasili Grossman.

El año 2021 comenzó en Venezuela con una noticia que nos recuerda que el monstruo de la inseguridad, aunque ha bajado su intensidad, sigue allí vivito y coleando. De esa forma, la gente sale menos a la calle, hay menos vida ciudadana, menos contactos, más aislamiento y menos vida pública. Entre su mundo y el mío hay importantes diferencias, pero algo en común: el miedo. El temor dominando el día a día, hora a hora, segundo a segundo. Y solo nos queda vivir el momento en los destellos de felicidad de los pequeños detalles, tal como usted nos los recuerda en tantas de sus entradas. En nuestra alma queda el recordatorio de la resistencia para dar testimonio de lo vivido.

En su Diario, el año 1935 comienza con gran nostalgia por los tiempos antes del régimen hitleriano que llama: «La República» y la angustia de la inminente jubilación forzada que llevará su sueldo a la mitad (hecho que ocurre el 2 de mayo: «no me han echado por ahorrar, sino por judío»). Nos dice:

Me hace sufrir mucho ese agobio indigno, cada vez más fuerte, de la penuria económica. Mis camisas, calcetines, cuellos están desgastadísimos, mi único traje completo, totalmente raído; literalmente me falta dinero para comprar más. Lo mismo puede decirse de todo lo relacionado con la vida cotidiana. Y cada día esta carga de ser la muchacha de servicio, cada día el aviso de los ahogos y las molestias cardíacas, cada día la preocupación que me jubilen. Y cada día está más firme el gobierno de Hitler…

Esos tangos y canciones de negros y otras cosas internacionales y exóticas de los años de la República tienen ahora valor histórico y me llenan de emoción y de rabia sorda. Respiran libertad, apertura al mundo. En aquel entonces éramos libres y europeos y humanos. Ahora… (07 de febrero de 1935).

Y dígame que ya no están en hiperinflación. La otra vez leí los precios de la comida de hace 30 años en mi país en relación con el sueldo mínimo. Un kilo de queso estaba en 10 Bs y dicho sueldo por 4 mil Bs. Ahora el sueldo no pasa los dos millones y el queso supera los 8 millones.

Todos los días, hay una prohibición nueva y, de esa forma, se topa el 13 de febrero que en la biblioteca hay una larga lista de textos que deben ser sacados de la circulación. Todo lo judío, pero también, para dar otro ejemplo, Ernest Hemingway, Adiós a las armas; «seguramente demasiado pacifista», nos comenta. Acá decimos: «es algo prohibitivo», cuando no podemos comprarlo por su precio o acceder debido a que no se importa, como la mayor parte de los libros. Otra censura que se consolidó a solo dos años de haber llegado el nacionalsocialismo fue su control sobre los contenidos de la educación. Digamos que, como testigo, tuvo el mérito de vivirlo, pero lamentablemente quedar horrorizado. El plan era reducir al mínimo lo intelectual y fortalecer «las facultades del cuerpo y del carácter» (17 de abril).

Un elemento que nos ofrecen los Diarios es observar lo limitados que estamos para conocer la totalidad de lo que ocurre. Siempre adquirimos retazos y eso da pie a confusiones e, incluso, a alimentar las terribles teorías conspirativas o falsas noticias (el 31 de octubre le dicen que Hitler tiene cáncer de laringe). No digo que sea su caso, pero es normal ver cómo sigue ese ciclo de esperanza-desesperanza ante cada suceso en relación con el régimen. Padece la persecución de los judíos (la propaganda avanza repitiendo: «Los judíos son nuestra desgracia, quien conoce al judío conoce al diablo, etc.» e incluso el 21 de julio comenta la frase de Goebbels: «¡exterminarlos como a pulgas y piojos!»), pero se entera, gracias a la visita de un amigo sacerdote católico, que también dicha Iglesia está siendo perseguida y que, en general, las cárceles están abarrotadas. El totalitarismo es un país-prisión e impregna cada aspecto de la vida con la ideología, de esa forma nos relata cómo hasta la revista sobre gatos habla de «las diferencias entre del gato alemán y el extranjero siguiendo el pensamiento del Führer» (17 de abril). Parece un chiste, pero lo triste es que no lo fue.

De julio a agosto la campaña antijudía se hizo en sus palabras: «absolutamente desaforada», «cada vez más demencial» y por ello el inevitable temor a que «pronto nos maten aquí a golpes» y todos los carteles y letreros rebosan de propaganda: «no queremos judíos en nuestro hermoso barrio», entre otros (11 de agosto). Pero también otros grupos son perseguidos, como los católicos «políticos» y todo el que se considere «enemigo del Estado». Era el preludio de las Leyes de Nuremberg «sobre la sangre y el honor alemán» (15 de septiembre) que comenta a los dos días con un contundente: «El asco le pone a uno enfermo», después de enumerar lo más importante: «privación de los derechos cívicos a los judíos» y la cárcel para los que mantengan relaciones y matrimonio entre judíos y «alemanes». Y ya el futuro era evidente, de esa forma, nos dice el 29 de septiembre: «Tengo la impresión de que algo va a explotar, cuento con pogromos, guetos, confiscación del dinero y de la casa, con todo. O más bien no cuento con nada. Espero apático e impotente».

En medio del horror, querido amigo, sigue siempre su pequeño refugio: su esposa, los libros y la escritura. «Más enclaustrado, con más sosiego que nunca. Si no fuese a diario esas molestias y ese memento, no sería una vida desdichada» (15 de septiembre). ¡Sabe que tengo una total identificación con usted! Es distinto, lo sé, no pretendo exagerar, pero en medio del sufrimiento siempre nuestros seres queridos y nuestros libros. Siempre los libros que leemos y escribimos.

Me despido de usted hasta mi próxima carta en la que hablaremos del año 36 (y si se puede el 37) con las últimas estrofas del verso que no terminó de mandar a sus amigos, los Blumenfeld, quienes lograron emigrar a América. Esas palabras demuestran por qué hoy acá en el Caribe se le recuerda:

¿Tienes nostalgia de Europa?
En los trópicos está:
Puesto que Europa es idea.

(12 de agosto de 1935).