En la década del setenta se inicia en muchos países un proceso marcado por la aceleración, financiarización y concentración de la propiedad en diversos sectores económicos. Este proceso no solo ha transformado las economías locales, sino que ha contribuido a la aparición de sujetos e instituciones en los sistemas globales de trabajo, consumo y generación de capital (Harvey, 2010). En este marco, el universo de la producción simbólica, en general, y de la edición de libros, en particular, también ha afrontado grandes transformaciones que van desde la forma en que se producen y comercializan los libros hasta la aparición de actores y productos culturales hasta entonces inéditos.

En América Latina fue la entrada del capital extranjero —favorecida por políticas económicas neoliberales recrudecidas durante los noventa— la principal responsable de la reconfiguración del espacio editorial. Empresas extranjeras de diversos orígenes, atraídas por la expansión de estos mercados, llegaron para disputar espacios con los actores ya existentes en los mercados locales o, directamente, para absorber buena parte de ellos. Algunas de las empresas que hoy en día operan y dominan el mercado en la región son aquellas que pueden reconocerse como los grupos editoriales más grandes del mundo. Entre ellas se destacan las de origen español, responsables también de la implementación de una política lingüística implícita pero no menos agresiva y neocolonialista que protege y perpetúa el uso del castellano —en su variedad peninsular— como lengua dominante.

En función de este proceso y gracias a él, se produjeron diferentes fusiones, adquisiciones y aperturas de franquicias, y aquellas editoriales que antes competían entre sí pasaron a formar parte de una misma empresa, lo que dio lugar a una drástica reducción de la diversidad de fuentes y cultura en los catálogos, a pesar de que los títulos publicados fueran en aumento. No obstante, frente al crecimiento y la consolidación de estos conglomerados transnacionales, resistieron o surgieron nuevos emprendimientos de menor escala entre los cuales se destacan las llamadas editoriales «independientes» o «alternativas», la mayoría de ellas a cargo de grupos cuyo modus operandi se parece más al de un gestor cultural que al de un CEO empresarial. La convivencia de los grandes grupos editoriales con proyectos cuantitativamente más pequeños inaugura un período caracterizado por la «polarización» (Botto, 2014) de la industria del libro, que en América Latina adquiere connotaciones especiales.

Este fenómeno se relaciona de manera directa con las posibilidades que aportan las nuevas tecnologías a las diferentes instancias implicadas en la producción de libros. Hoy en día, un ordenador y algunos recursos digitales pueden ser suficientes para sentar las bases del quehacer editorial, al menos, en lo que a la confección del libro de refiere. Sin embargo, no solo las editoriales con tiradas menores se beneficiaron de las posibilidades que brinda un mundo digitalizado: los grandes grupos también han demostrado un proceso de adaptación, aunque, quizás, mucho más cauteloso, más atento a los pasos marcados por las grandes corporaciones como Google o Amazon. En cualquier caso, tanto en uno u en otro polo de la escena editorial, el libro digital viene ganando terreno con un crecimiento sostenido, pero, aunque no existan opiniones concluyentes al respecto, muchos de los viejos augurios sobre el libro electrónico no necesariamente se vienen cumpliendo. El fenómeno, que ha dado lugar a nuevas formas de entender el ecosistema editorial, se viene reservando para sí un espacio propio que no constituye —como muchas veces se pensó— una amenaza para el libro tradicional.

¿Leemos e-books del mismo modo en que leemos libros tradicionales? Como hemos dicho más arriba, no existen verdades al respecto y las posibles respuestas quedarán reservadas al ámbito privado de cada lector. No obstante, las cifras parecen indicar que se trata de un mercado todavía en pleno desarrollo y que aún no representa un porcentaje comercial significativo en los países latinoamericanos. Sin embargo, las derivas de lo digital no son menores: han cambiado los modos de producción, el modelo de negocio y los conocimientos necesarios para editar, publicar y distribuir libros. No obstante, este cambio no supuso hasta ahora una implantación de las formas tradicionales de editar o leer. De momento se trata, más bien, de una coexistencia y una convivencia entre lo impreso y lo digital en la cual cada forma se reserva un público —a veces, compartido— y unas formas de consumo específicas.

Al margen de las estrategias implementadas por los grandes grupos editoriales en función de las posibilidades que otorga la digitalización, es indiscutible la oportunidad que esta representa para la supervivencia y proliferación de editoriales cuyo nivel de competitividad será siempre menor al de los grandes conglomerados internacionales que cuentan con una infraestructura suficiente para expandir su mercado a la vez que con los recursos legales y económicos necesarios para comprar derechos de autor.

En este contexto, la edición digital —en lo que a libros se refiere— sigue siendo percibida, aún hoy, como una mera novedad tecnológica. Si bien es cierto que representa, en relación a la edición tradicional, una forma nueva de producir, distribuir y consumir productos culturales, ya existen editoriales exclusivamente virtuales que saben aprovechar las ventajas de logística y costos que la digitalización trae consigo. A la par suyo, y como señala Botto (2014, p. 5), crece un circuito alternativo del libro que se sale de las librerías y de las formas de comercialización establecidas, para privilegiar nuevos espacios de socialización donde el objeto libro se vincula con otros productos y manifestaciones culturales.

Notas

Botto, M. (2014). «Concentración, polarización y después» en De Diego, José Luis (dir.) Editores y políticas editoriales en Argentina (1880-2010). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Harvey, D. (2010): Condição pós-moderna: uma pesquisa sobre as origens da mudança cultural. San Pablo: Loyola.