¿Son la literatura y el arte en general espacios donde se proyecta la realidad interior? ¿Son la escritura y la poesía, en particular, reinos imaginarios, donde dominan los deseos y los sueños? Y, si fuese así, ¿cómo podríamos demostrarlo? ¿Es la literatura un universo abierto y con menos restricciones donde retumba y se da resonancia al mundo exterior o existe entre estas dos dimensiones: intimidad y realidad externa?; una intensa interacción que dificulta la distinción y donde el papel de la narración es reelaborar las implicaciones a nivel individual y hacerlas colectivas para restaurar márgenes más amplios de libertad personal.

En pocas palabras, ¿qué determina el contenido literario? Una pregunta sin respuesta como muchas otras, pero no obstante interesante. No podremos dar una respuesta definitiva, sería ilusorio, pero sí podríamos bosquejar intentos de respuesta. Cuando Neruda escribe, «cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos», nos trasmite sin lugar a dudas deseos y pasión. Cuando Vallejo declara: «hay golpes en la vida tan fuertes yo no sé», nos narra su dolor existencial del cual busca una salida o una explicación. Los cuentos de Cortázar embisten nuestras estructuras imaginarias y abren las puertas a las dudas y confunden los límites entre el yo y los demás, el mundo interior y exterior, los sentimientos y la realidad como en Casa tomada, donde el protagonista, escapando de sus propios miedos, bota la llave de la casa en el alcantarillado para dejar su mundo atrás.

La literatura nos ofrece perspectivas, nuevas posibles interpretaciones y nos hace pensar, reflexionar sobre temas que consideramos obvios, porque nuestra cotidianidad nos exige dejar de preguntarnos y actuar sin pensar. Pero esta manera brusca y cómoda a la vez de cerrar puertas y ventanas, pretendiendo que el mundo corresponda a lo que imaginamos, no excluye otras posibles interpretaciones y otras realidades.

La contradicción entre lo que pretendemos sea el caso y lo que este podría ser, representa un abismo insuperable habitado por dudas y preguntas que esperan respuesta y nos acosan continuamente. Estas preguntas están siempre presentes en los niños y todos sus porqués. Nuestra normalidad tiene un precio alto y significa mutilar nuestra imaginación. Pero ella es tan fuerte que nos inunda constantemente en forma de sueños, voces, insinuaciones y deseos.

La realidad humana con sus incontables posibilidades crea un mundo paralelo, donde nos medimos, entendemos y nos reflejamos. Este es el mundo vital del juego, la fantasía, la literatura y el arte. La presencia de esta dimensión, que nos sigue como una sombra, nos encierra en una realidad sobrepuesta a la realidad de todos los días, permitiéndonos reelaborar nuestras verdades y reinterpretar el mundo en que nos encontramos.

El arte poético, cuyo significado original es crear, tiene una función primordial y es la de liberarnos de nuestra propia realidad, ampliando y purificando nuestro universo y, sobre todo, el espectro de nuestra sensibilidad. Toda percepción está guiada por una idea y cambiar de idea significa volver a mirar, a ver y descubrir esa parte olvidada que no hemos dejado entrar en el mundo estrecho de nuestra cotidianidad. Esta conversión es el tema del libro El cartero de Neruda y la encontramos en una versión más sofisticada en Metamorfosis. La literatura está empapada de sueños, deseos, impulsos innombrables y su misión por excelencia es hacer que estos fantasmas desterrados vuelvan a poblar nuestro mundo. Volviendo a la pregunta inicial, la literatura y el arte en general son espacios para reformular radicalmente todo lo que denominamos y percibimos como realidad.