Muchas veces tengo la impresión de que vivo dentro de una historia. Tenemos historias de ficción y otras reales. Cada cierto tiempo pienso en mi vida como una historia, una película, pero real.

Naces, creces, estudias, te casas, tienes hijos, estudian, empiezan a hacer su propia vida, todo vuelve a empezar una y otra vez, todo excepto tú mismo. Eres el protagonista de esa historia. Creo que nos pasa a todos, es como The Truman Show pero sin ser un show, es de verdad. Me olvido de esa idea loca durante la mayor parte del tiempo y solo me acuerdo cada dos o tres años… Me acuerdo cuando me doy cuenta de que puede que muera.

Hace dos años me intubaron por primera vez, una operación nada complicada, pero, el solo hecho de que me pusieran anestesia general, me hizo pensar en qué pasaría si no volviera a despertar. Ayer me pusieron la vacuna contra la COVID-19 y existe un mínimo riesgo de trombo, ¿qué pasaría si tengo un trombo en el cerebro y se apaga la luz para siempre?

La reencarnación no existe

Preparen, apunten, fuego. La vida transcurre como si nada mientras todo va bien. Pero tarde o temprano alguien a nuestro alrededor muere. Es el final de su historia y el final de nuestra historia con esa persona. Cuando es alguien muy cercano nos duele muy adentro y no hay dudas de que lo que sentimos es un dolor egoísta. Él o ella ya no sienten nada. Han desaparecido. Si creen en alguna religión pueden pensar en la trascendencia de esa persona más allá del cuerpo que habitaba, pero ¿qué significa eso si ya no la ven? Es una esperanza, un deseo y poco más. Aunque con el tiempo se dan cuenta de que no era tan trágico… porque no eran ustedes.

¡Corte!

En un momento el director grita: «¡Corte!» y se apaga la luz. No hay nada más. Game over. Adiós. Chau. Fuimos. Ese es el final que indefectiblemente tememos, porque ya nadie seguirá contando esta historia en primera persona.

Cada mañana me levanto, abro los ojos y todo este mundo que me rodea vuelve a funcionar, pero cuando todo se acaba puede que otras historias sigan adelante, pero yo no me voy a enterar. Es el gran apagón, es el final de esta historia y no es como cuando alguien más muere, que me duele y sigo viviendo hasta que el dolor, poco a poco va pasando. Cuando se apague del todo la luz no habrá más escenas que ver, no habrá ni dolor ni alegría.

O tal vez sí…

Nadie lo sabe y a veces pienso que las religiones tratan de religarnos con algo de lo que no estamos seguros. La trascendencia del ser humano le hace permanecer más allá de su propia existencia, pero ¿por qué? ¿Qué sentido tiene la trascendencia tan deseada si no nos vamos a enterar? Otras veces pienso que es un invento de los que más tienen para que los desfavorecidos no se quejen tanto y sueñen con un futuro inexplicable en el que seguramente vivirán mejor (dado que en esa vida no tienen forma de salir del pozo).

Puede que no tenga un trombo y no muera, como no morí hace dos años cuando desperté de la anestesia, pero tengo claro que no dejaré de pensar, cada dos o tres años en el final de mi historia. Una historia real contada en primera persona y que sin duda tendrá un final. Me haría mucha ilusión cerrar los ojos, desaparecer y que, de pronto, los abra de nuevo y empiece otra historia. Me da igual no recordar la anterior, me importa muy poco. Me encantan las historias bien contadas y las historias reales son, por defecto, historias bien contadas (aunque muchos capítulos no nos gusten nada). Sueño con abrir los ojos y que la siguiente historia sea en Madagascar, en Nueva York o en Manila, con ser aviador, investigadora o ayudante de Freud. No creo en el apagón y ya; es un ¡corte! y empezamos a rodar de nuevo, espero que sea así, pero nunca lo sabré, como nadie lo ha sabido ni nadie lo sabrá, porque este es el mayor de los enigmas de nuestra limitada inteligencia.