Cuando se anunció en 2019 que Netflix, el gigante del streaming mundial, había adquirido los derechos de adaptación de la novela Cien años de soledad (1967), se encendieron las alarmas entre los miles de admiradores de la obra maestra del nobel colombiano Gabriel García Márquez. Y esto porque el genial novelista, a pesar de ser un apasionado seguidor del séptimo arte, se mostró siempre escéptico ante la posibilidad de que la babilónica historia de la familia Buendía se mudara del territorio imaginario de la palabra escrita al de la pantalla cinematográfica. Más aún, en una entrevista televisiva llegó a declarar que escribió Cien años de soledad «en contra» del cine, es decir, como demostración concreta del potencial de la palabra para comunicar aquello que la imagen en movimiento nunca podrá expresar. La palabra que vale más que mil imágenes, digamos.

Sin embargo, bienintencionados directores terminaron persuadiéndolo a lo largo de los años. Para mal, porque los resultados de las adaptaciones de obras como En este pueblo no hay ladrones, La mala hora, Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera o Memorias de mis putas tristes fueron bastante irregulares. Así se comprende el especial recelo en vender los derechos de Cien años de soledad, su creación suprema. Baste recordar que en 2005 la agente literaria de «Gabo», Carmen Balcells, no perdió tiempo en impedir, en representación del escritor, el rodaje de una adaptación de la novela a manos del director húngaro Péter Gothár. Dos eran sus temores principales: que la encarnación de sus personajes de ficción en cuerpos y rostros específicos limitara la imaginación de los espectadores y que las incontables aventuras de los habitantes de Macondo, desplegadas a lo largo de casi quinientas páginas, fueran encajadas a la mala en las pocas horas de duración de una película.

Estas objeciones nos llevan a pensar que García Márquez quizás fue muy consciente de las limitaciones de los filmes, mas no de las enormes posibilidades de las series, especialmente de aquellas producidas por plataformas de streaming como Netflix y Amazon. En efecto, además de asumir mayores riesgos en sus tramas que muchas de las creaciones cinematográficas contemporáneas, estas plataformas digitales añaden a lo cualitativo (desarrollo de productos audiovisuales de alta calidad visual y sonora) lo cuantitativo (muchas horas para el desarrollo de historias complejas más allá de las convencionales dos o tres del cine). Y es que las series (primero en el cable televisivo y ahora en el streaming digital), se han convertido en la versión optimizada de los folletines del siglo XIX. Optimizada porque, además de ser tan populares como estos por su admirable manejo de la intriga y el suspenso, no se conforman con la aplicación de técnicas convencionales, sino que emplean recursos narrativos modernos. Entre ellos, por ejemplo, el abandono de la linealidad del relato, la multiplicidad de puntos de vista, la mezcla de distintos niveles de la realidad, etc. Por todo ello, la serie contemporánea resulta ser el formato perfecto para la adaptación de una obra tan compleja como Cien años de soledad.

Por ello pienso que, si García Márquez hubiera sido verdaderamente consciente de las ventajas que ofrece la serie contemporánea, hubiera apostado con renovado entusiasmo, una vez más, por la adaptación de una de sus obras -acaso la más trascendente- al formato audiovisual. Afortunadamente, fueron los propios hijos del escritor, Rodrigo y Gonzalo, quienes tomaron dicha decisión cuando ya su consagrado padre había dejado este mundo, y son ellos también quienes trabajan ahora como productores ejecutivos de Cien años de soledad, la serie.

Creo que hay varias razones para pensar que esta adaptación, cuyo estreno ha sido anunciado para este 2021, será un éxito. En primer lugar, lo que acabo de señalar: son los propios hijos del escritor quienes tienen el control de la producción. Es decir, no es esta una obra que esté en manos de personas poco familiarizadas con el pensamiento y sentir del autor, por el contrario, se trata de integrantes de su círculo más íntimo. Por observación propia y por haberlo escuchado de su mismo padre, son conscientes de los detalles específicos por los cuales resulta sumamente difícil, mas no imposible, adaptar una obra de esa envergadura. Además, Rodrigo García no es ningún advenedizo en el mundo de las series de alto nivel, como lo evidencia el haber dirigido capítulos de las aclamadas The Sopranos, Six Feet Under y Carnival, entre otras.

De otro lado, las veinte horas (divididas en dos temporadas) que, según se sabe hasta el momento, se han establecido para la historia, resultan suficientes para mostrar los episodios más destacados de la novela. Ciertamente, una adaptación audiovisual no tiene por qué incluir todos los episodios del texto original. El tiempo y el espacio de la literatura siempre serán más elásticos, amplificados a gusto del lector. Por ello, una buena adaptación audiovisual es, en realidad, una buena interpretación del texto, una «re-creación». Afortunadamente, esto parecen tenerlo muy claro los productores y guionistas de Cien años de soledad, pues según declaró Rodrigo García con respecto a los primeros capítulos: «Se han hecho un par de cosas estructurales, astutas, pero no son alarmantes, es muy fiel al libro. Y se tienen muchas horas para contarlo». Se trata, entonces, como también lo dijo el mismo Rodrigo, de «perderle el respeto» al libro. Por su bien.

Albergo entonces una gran expectativa por el estreno de la serie. La pandemia del COVID-19 retrasó el proyecto y quizás no se cumpla con el lanzamiento de la primera temporada al culminar este 2021. Pero sé que, más temprano que tarde, este se dará y allí estaremos los numerosos fanáticos de la novela frente a las pantallas, esperando que se materialicen ante nuestros ojos Macondo y su río que se precipita por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos; las mariposas amarillas que nunca abandonan a Mauricio Babilonia; el tren infame que trae el progreso pero también la muerte; los misteriosos gitanos y sus inventos; la belleza sobrenatural de Remedios; el aguerrido rostro del coronel Aureliano Buendía y sus treintaidós guerras perdidas y más, mucho más. ¿Demasiado pedir? Bueno, soñar no cuesta nada. Gabo, inolvidable prestidigitador de la palabra, nos lo enseñó una y otra vez.