William S. Burroughs (1914-1997) escritor, crítico y artista visual estadounidense, figura principal de la llamada «generación Beat», de gran influencia en la cultura y literatura popular, diría alguna vez que aquellos quienes escriben, se inventan a sí mismos como escritores.

Esa «generación Beat» fue un movimiento literario de postguerra que rechazaba los estándares de la narrativa impuesta hasta aquel momento. Los miembros del «grupo», quienes eventualmente rechazarían el calificativo, estaban en una búsqueda espiritual, exploratoria de religiones y filosofías nativas y orientales, rechazaban el materialismo económico, experimentaban con drogas psicodélicas, con la liberación sexual y se mantenían en una búsqueda constante de temas referidos a la condición humana.

Hace un par de meses, no sé por qué razón exactamente, recordé el comentario de Burroughs. Inmediatamente, asocié mi recuerdo con otro creador de aquel grupo, Jack Kerouac (1922-1969), quien pensaba que la «escritura creativa no puede ser hecha de manera objetiva».

Parafraseando a Burroughs, yo creo que aquellos quienes escribimos, de alguna manera nos inventamos pensando que en realidad somos escritores.

Cada escritor se inventa a sí mismo como escritor porque esa persona, el «yo» de cada escritor, esa primera persona singular, es generalmente asumida como el propio escritor, sin embargo, …eso no es necesariamente siempre cierto.

Sobre el hecho de escribir, Jorge Luis Borges (1899-1986), quizás el más universal de los escritores latinoamericanos, planteaba que:

El deber de un escritor es ser un escritor, y si es un buen escritor ha cumplido su misión. …Cuando escribes, la historia tiene que ser directa, simple y honesta. Sus cuentos, admite Borges, son plagios de la realidad. …Uno vive robando. Robando aire para respirar …Todo el tiempo uno está recibiendo cosas ajenas… No se podría vivir un minuto si uno no estuviera recibiendo. Pero también se da algo, o uno trata de dar algo.

Yo no creo, ni pretendo, ser particularmente bueno escribiendo, aunque he tenido alguno que otro acierto, pero como todo escritor, ando siempre en busca de mejorar cada cosa que escribo. Siempre tratando de encontrar alguna historia que parezca interesante, comentarios o personajes preferentemente poco conocidos, quizás buscando despertar más interés. Desafortunada o afortunadamente, debo reconocer que, en esencia, escribo para mí, pero siempre con la esperanza que otros disfruten lo que estoy haciendo.

Volviendo a Borges, he leído varias veces uno de sus cuentos que alguna vez utilicé para presentar una sátira política, pero viene a colación en referencia a este «oficio de escritor», siempre a la búsqueda de la historia apropiada, la historia «perfecta».

En su colección Ficciones, con cuentos y relatos cortos escritos entre 1941 y 1956, Borges incluyó «El Milagro Secreto». Este, de alguna manera, representa uno de los temas favoritos del argentino; el esbozo de una obra de mayor importancia que quiso componer, pero que nunca logró. Combina tal búsqueda, con la relatividad del tiempo, introduciendo la pieza con este versículo:

Y Dios lo hizo morir cien años y luego lo animó y le dijo:
¿Cuánto tiempo has estado aquí?
Un día o parte de un día, respondió.

(Alcorán, II, 261)

Narra Borges la historia del ficticio dramaturgo Jaromir Hladik —aparentemente inspirado en el novelista checo Václav Hladik (1868-1913), quien, influenciado por el naturalismo francés, dedicó su pluma a retratar la vida de las clases altas de la sociedad checa. El Hladik de Borges, vivía en Praga, en un departamento de la calle Zeltnergasse. Soñaba que escribía la tragedia teatral Los enemigos, obra que intentaba vindicar a la eternidad. Este escrito, inconcluso, era un largo juego de ajedrez. No disputado entre dos individuos, sino entre dos familias ilustres. Tal partida llevaba varios siglos. Ya nadie recordaba cual era el premio, pero se decía que era enorme. Hladik era el primogénito de una de las dos familias. Pasaba el tiempo y los relojes resonaban a la espera de la próxima jugada. Corría entre arenas en medio de la lluvia y ya no recordaba las leyes del ajedrez.

Un ruido ensordecedor, monótono, acompañado de voces militares subía por el vecindario, despertando a Hladik. Amanecía, los alemanes del Tercer Reich habían entrado en Praga, ocupándola para anexársela a la Alemania nazi. Era el 14 de marzo de 1939. Cinco días después, luego de haber sido denunciado por ser judío y haberse opuesto a la anexión de Austria en 1938, fue detenido y arrestado por las tropas invasoras. La condena fue inmediata: muerte por fusilamiento.

Aterrorizado ante tal futuro, le preocupa no finalizar su obra teatral. Hladik consideraba que sus trabajos anteriores habían sido poco satisfactorios y sentía que esta pieza, en la cual trabajaba al ser arrestado, sería la obra por la cual la historia lo juzgaría y reivindicaría. Pero ante tal sentencia, que debía ser cumplida el 29 de marzo, a tempranas horas del día, se sentía impotente para concluirla. Durante los días antes de la fecha fatal:

No se cansaba de imaginar esas circunstancias… Anticipaba infinitamente el proceso, desde el insomne amanecer hasta la misteriosa descarga. Antes del día prefijado …murió centenares de muertes, en patios cuyas formas y cuyos ángulos fatigaban la geometría, ametrallado por soldados variables, en número cambiante, que a veces lo ultimaban desde lejos; otras, desde muy cerca. Afrontaba con verdadero temor (quizá con verdadero coraje) esas ejecuciones imaginarias; cada simulacro duraba unos pocos segundos; cerrado el círculo, Jaromir interminablemente volvía a las trémulas vísperas de su muerte…

Con poco tiempo para llegar al inevitable fusilamiento y un par de actos por escribir, parecía imposible finalizar el inconcluso tratado. La noche previa al fusilamiento, Hladik reza, pidiéndole a Dios que le conceda al menos un año de vida, tiempo suficiente para poder darle los toques finales a su magna obra. Al dormirse sueña que está en la Biblioteca Clementina de Praga. Uno de los libros de dicho recinto tiene, en una de sus páginas, una letra que contiene a Dios. Tal libro nunca pudo ser encontrado por el viejo y amargado bibliotecario, aún y cuando lo estuvo buscando por años. Súbitamente, alguien devuelve un Atlas a la biblioteca y al ojearlo, Hladik toca una letra en un mapa de India. Escucha entonces una voz que le dice que el tiempo necesario para finalizar su obra le ha sido concedido.

Despierta esa mañana que suena fatídica; dos soldados lo sacan de su celda para colocarlo frente al pelotón de fusilamiento. El sargento da la orden de fuego y todo se paraliza. Aunque Hladik está también paralizado, permanece consciente y entiende lo que sucede: Dios le ha concedido el tiempo requerido. Desde el momento en que se disparan los rifles, en la mente del dramaturgo, un año subjetivo pasará. Sin embargo, durante el tiempo real, nadie se ha percatado que algo inusual está sucediendo. Ese es exactamente «El Milagro Secreto». Hladik, en su memoria, termina de escribir su obra, la corrige y la mejora hasta terminarla a su entera satisfacción. Mientras escribe el epílogo comienza el tiempo «a rodar» de nuevo y una de las balas disparadas lo mata.

Independientemente de lo terrible de cualquier fusilamiento y sus nefastas secuelas entre familiares y amigos, este curioso cuento jamás me ha parecido ni triste, ni trágico. Ahora que he vuelto a leerlo, poco antes de escribir esta nota, me da la impresión que enfatiza magistralmente las ideas de Burroughs, Kerouac y del propio Borges: el escritor siempre se inventa a sí mismo, la escritura no puede ser objetiva, cada escritor toma prestado cualquier dato o información y busca siempre escribir su mejor obra. «El Milagro Secreto» nos presenta el ardiente deseo de un escritor por escribir su obra más significativa. Hladik no escribe para otros, escribe para sí mismo. Pero… es hasta posible que, a pesar de tan personalista actitud, terminara construyendo algo con carácter histórico y relevante.

Notas

Balderston, D. (1993). Out of Context. Historical reference and the representation of reality in Borges. Durham, NC: Duke University Press. 232 pp.
Berrigan, T. (1968). The art of Fiction No. 43: Jack Kerouac. The Paris Review.
Borges, J. L. (1969). Ficciones. NY: Grove Press. 174 pp.
Borges, J. L. (2016). El aprendizaje del escritor. Argentina: Debolsillo. 144 pp.
Borges, J.L. (1944). El Milagro Secreto.
Burroughs, W. S. (2012). The Job. Interviews with William S. Burroughs. NY: Grove/Atlantic, Inc. 212 pp.