Una sociedad autogestionada, plural y fraterna es la alternativa al mundo planificado, cibercontrolado, uniforme y feudalizado de los autoritarismos.

Las líneas que siguen, en lo que a Karl Heinrich Marx (1818-1883) se refieren, pueden parecer un mero ejercicio erudito, pero en el caso de la obra de este autor es necesario proceder de ese modo. Algunos hablan del pensamiento de Marx sin haberlo estudiado, y lo que es más grave, pretenden en ese contexto de autoengaño aplicarlo a la denominada «sociedad 4.0», o a los esfuerzos por construir nuevos paradigmas de interpretación, de conducta y convivencia. La referencia a Marx obedece a lo siguiente: su obra ejerció una poderosa influencia ideológica en el siglo XX, y aún seduce a una parte de los constructos ideológicos contemporáneos, lo que explica la necesidad de desmitificarla junto con otras narrativas (comunistas, nazi-fascistas, anarcocapitalistas y religiosas).

Preámbulo

La evolución de los hechos históricos ha demostrado que los planteamientos principales de Karl Marx, a partir del año 1837, padecen como escribe Jean Paul Sartre en Cuestión de Método, de una anemia generalizada, originada en cuatro teorías equivocadas: la teoría objetiva del valor; la teoría de la explotación y de la expropiación de los expropiadores; la teoría del cambio social, basado en el odio de clase, y una teoría antropológica que diluye el ser personal en constructos colectivos, y desconoce la espiritualidad como una variable relevante de la historia humana. Existen méritos en estas teorías, de eso no cabe duda, pero lo esencial de sus contenidos muestra equívocos, vacíos e insuficiencias fundamentales. Ellas impidieron a Marx, e impiden a sus seguidores contemporáneos, observar y analizar la extrema complejidad y multidiversidad de los procesos generales de cambio social, así como las capacidades de innovación y autotransformación de las sociedades. Cuando se expresaron en organizaciones político-partidarias sus falencias quedaron ocultas tras el velo de la ideología. Sobre la base de esta invisibilización, se impidió la lectura de las obras donde se demostraban las insuficiencias de las tesis de Marx, y se creó un movimiento ideológico internacional a través del cual se presentaba al autor de El Capital como fundador de la «ciencia de la historia». Ocurrido esto lo demás resultó inevitable. Torturas, represión, asesinatos, exilios, genocidios, tan masivos e intensos que no tienen nada que envidiar a los generados en el fascismo y el nacionalsocialismo.

El esfuerzo teórico de Karl Marx no fue pertinente a las sociedades de la primera y segunda revoluciones industriales, y en el marco de la tercera revolución industrial saltó por los aires como si se tratara de un fósil prehistórico, para finalmente convertirse en un «dinosauro antediluviano» incapaz de atisbar lo que ocurre en su derredor. La cuarta revolución industrial, la «sociedad 4.0», las disrupciones tecnológicas y científicas, las autotransformaciones e innovaciones de las sociedades contemporáneas, la recobrada consciencia del significado positivo de la espiritualidad en los acontecimientos históricos, los movimientos sociales y políticos de los excluidos y descartados, el empobrecimiento de las clases sociales medias; el carácter parasitario y confiscador de buena parte de las «elites» político-partidarias, academicistas, sindicales, religiosas y empresariales, y otros muchos hechos, resultan ininteligibles desde la perspectiva de Marx o de sus derivados ideológicos actuales. La condición contemporánea requiere de un nuevo paradigma de interpretación, de convivencia y de conducta al que propongo denominar «Paradigma de la Conexión», algunos de cuyos conceptos básicos enuncio hacia el final de este ensayo.

Reacción crítica

En el transcurso de su vida pública la obra de investigación de Karl Marx atraviesa las siguientes etapas: premarxista (1837-1844); transición al marxismo (1845); formación del marxismo (1845-1867); y finalmente, consolidación y desarrollo de los resultados alcanzados en la fase anterior (1867-1883). No obstante, los aciertos que pueden descubrirse en cada una de ellas, los errores que contienen eran notorios hacia finales del siglo XIX. Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914), en Capital e interés, volumen I (1884), y en la La conclusión del sistema marxista (1898), cuestionó el pensamiento de Marx, sin que nadie, del círculo de este, lograra responder a la crítica. Rudolf Hilferding (1877-1941), quien pronto formularía tesis distintas a las de su maestro, intentó, sin éxito, defenderlo. El socialista Otto Bauer (1881-1973) quien asistió a un seminario impartido por Böhm-Bawerk, le confesó a Mises que Hilferding no entendió los argumentos de Böhm-Bawerk.

Los hechos indicados forman parte de un análisis crítico mayor que mostró la debilidad técnica y filosófica de lo escrito por el creador del marxismo. Así, por ejemplo, las reflexiones de Wilhelm Emmanuel von Ketteler (1811-1877) y Heinrich Pesch (1854-1926) sobre la situación social y económica de los obreros industriales, concluyeron que los estudios de Marx, y de su amigo Engels, adolecían de graves vacíos. Los socialistas Karl Kausky (1857-1938), y Eduard Bernstein (1850-1932) sostuvieron el carácter inconcluso del sistema de Marx, mientras Ludwig von Mises, desde una perspectiva liberal, analizó la imposibilidad del cálculo económico en sociedades centralizadas y planificadas por políticos, ideólogos y militares, y opuso a la tesis de la planificación central el concepto de orden espontáneo, entendido este como aquel que surge de los millones de interacciones entre personas y grupos humanos que se producen segundo a segundo, sin requerir de un planificador.

Las referencias previas evidencian que entre 1881 y 1920 las teorías de Karl Marx fueron sometidas a estudios críticos de liberales y socialistas reformistas, todos los cuales indican lo que el profeta de Tréveris (Marx nació en Tréveris en 1818) no observó o lo hizo de modo muy general y poco profundo: la capacidad de autotransformación de las sociedades humanas, y el hecho de que las realidades sociales no pueden reducirse a solo mercado, dinero, propiedad y consumo, porque en tal caso no se entienden o se las entiende de manera parcial. La cabal comprensión del fenómeno de innovación intrínseco a las dinámicas sociales, y la presencia de este mismo hecho en planos socio-productivos, ético-culturales y jurídico-políticos correspondió a quienes no compartían las ideas de Marx. El propio Karl Marx se percató de los vacíos de su esfuerzo investigativo, y menospreció, en 1859, varios de sus libros. Tres años antes de su muerte, consultado sobre la publicación de sus obras completas, respondió: «Primero habría que escribirlas». Muchos de sus correligionarios de finales del siglo XIX arribaron a conclusiones que coincidían con la de los críticos liberales y socialistas.

La reacción crítica a la que me he referido no tendría mayor interés si los argumentos esgrimidos por sus autores hubiesen mostrado su inutilidad para comprender las dinámicas históricas, pero ocurrió precisamente lo contrario: la trayectoria efectiva de las sociedades humanas en el siglo XX sintonizó en líneas generales con las tesis sostenidas por quienes no compartían los análisis marxistas. Con esto no afirmo que los adversarios contemporáneos de Marx tuviesen razón en todo lo que decían y escribían, tan solo constato que sus estudios contienen aciertos indudables que hacen palidecer la interpretación del autor de El Capital.

Tres equívocos

Al contrastar el sistema de mercado con el modelo ideal de una organización social planificada, Marx sostuvo tres tesis que determinan los vacíos del conjunto de sus teorías: primera, es necesario centralizar los conocimientos en una instancia política, estatal y gubernamental; segunda, la fuerza de trabajo asalariada es una mercancía especial que actúa como fuente exclusiva del valor de las mercancías, y tercero, el ser humano es un conjunto de relaciones sociales. La primera idea es imposible de realizar dado que los conocimientos están descentralizados per se, son diversos, dinámicos y evolutivos, y dependen de cientos de millones de personas y experiencias que al interactuar generan un orden-desorden sin planificación previa; la segunda oculta que en el proceso de formación del valor de las mercancías, además de la fuerza de trabajo asalariada del proletariado industrial, intervienen otros factores tales como el tiempo, la escasez, la utilidad, la apreciación subjetiva de las personas y la subjetividad estas, así como la fuerza de trabajo de profesionales, gerentes, artistas, educadores, emprendedores, estudiantes, agricultores y propietarios de medios de producción; la tercera olvida que la persona trasciende las relaciones sociales, es autónoma respecto a las sociedades en las que vive, y por eso puede transformarlas. A lo dicho debe agregarse un vacío antropológico fundamental: reducir la fuerza de trabajo a la condición de mercancía, desatendiendo las dimensiones psicológicas, subjetivas y espirituales del mundo laboral.

Los equívocos referidos condujeron a una conclusión que fue dominante —si bien no exclusiva— en las convicciones de su autor, y que configura uno de los absurdos mayores del pensamiento social. La historia humana —pensaba Marx— es un proceso natural sin sujeto o donde el sujeto es siempre una tribu colectiva y colectivista. En tal tesitura las distintas sociedades pueden ser analizadas con la exactitud propia de las ciencias naturales, y los políticos, ideólogos y militares que conocen las leyes objetivas del desenvolvimiento social están en capacidad de planificar las dinámicas históricas de manera centralizada. Estos absurdos invisibilizaron el hecho de que las sociedades denominadas socialistas en el siglo XX eran en realidad capitalismos dictatoriales, y lo siguen siendo en aquellos países donde aún reinan tales despropósitos epistemológicos.

Una propuesta de lectura

No obstante lo escrito, estimo conveniente estudiar las obras que escribió Marx en relación con la evolución intelectual que reflejan y con las críticas a que fueron sometidas sus ideas desde perspectivas liberales y socialistas reformistas. A continuación, sugiero un orden de lectura que aplica el principio indicado.

De 1837 a 1883 el itinerario intelectual de Karl Marx atraviesa dos etapas, la primera cubre ocho años y se caracteriza por la presencia de conceptos que él toma de Kant, Hegel, Feuerbach y la izquierda hegeliana. La segunda cubre treinta y ocho años, y es en ella donde se generan las nociones de lo que sería conocido como la teoría materialista de la historia. En el interior de estos dos grandes momentos se observan los cuatro períodos indicados al inicio de este artículo: juventud, transición-ruptura, explicación y madurez. La división en dos etapas se desprende de lo escrito por Marx en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1857), donde afirma que en la primavera de 1845 él y su amigo Engels acordaron «liquidar cuentas» con sus ideas anteriores, esto es, modificarlas ¿Por qué esa ruptura? Porque en los textos escritos antes de 1845 no están las disciplinas que Marx consideraba su creación particular: materialismo histórico, materialismo dialéctico y teoría de la explotación.

¿Qué leer? De 1837 a 1844 (obras de juventud) los textos principales de Marx son: Carta al padre (1837), Tesis Doctoral (1841), Crítica a la Filosofía del Estado de Hegel (1843), Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel (1843), Carta a Feuerbach (1844), La Sagrada Familia (1844), los Cuadernos de París (1844) y los Manuscritos de Economía y Filosofía (1844). En estos materiales se encuentran algunas de las ideas susceptibles de ser incorporadas en los análisis contemporáneos, en particular la teoría de la alienación que guarda similitudes con el profetismo judío y la crítica a las sociedades de consumo.

En 1845 Marx delineó el «espacio» de ideas del que se consideraba fundador, y abandonó su enfoque teórico anterior. Es esta la fase de transición y ruptura. Dos obras —Tesis sobre Feuerbach y La Ideología Alemana— son fundamentales para entender este cambio. Es en estos libros donde Marx se aleja de los tímidos abordajes antropológicos insinuados entre 1837 y 1844, y empieza a transitar en el sendero que lo condujo a la creencia de que la historia humana funciona al margen de las personas, como si se tratara de un sistema automático regido por leyes análogas a las leyes que estudian las ciencias naturales.

Las obras posteriores al año 1845 hasta 1867 se dedican al desarrollo del punto de vista expuesto en las Tesis sobre Feuerbach y en La Ideología Alemana. Es este el período de explicación, a él pertenecen el Manifiesto del Partido Comunista (1847-1848), Trabajo asalariado y capital (1847), Miseria de la Filosofía (1847), Las luchas de clases en Francia (1850), El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1851-1852), Formaciones económicas precapitalistas (1857), Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (1857-1858) y El Capital, tomo I (1867). Desde 1867 hasta su muerte en 1883 (período de madurez) Marx prosigue sus estudios preparatorios para la redacción de los otros dos tomos de El Capital, escribe Salario, precio y ganancia (1871), Guerra Civil en Francia (1871) y Crítica del Programa de Gotha (1875). Los tomos dos y tres de El Capital fueron publicados en 1885 y 1894. En 1905 y 1910 se editaron las teorías sobre la plusvalía.

Conviene atenerse a un procedimiento de lectura que se rija por las siguientes recomendaciones: Primera: las obras escritas entre 1837 y 1844 deben estudiarse al inicio, siguiendo el orden cronológico y enfatizando el análisis de la teoría de la alienación. Segunda: las obras en las que Marx «liquida» su pensamiento anterior, conviene abordarlas en conjunto con la lectura de La Sagrada Familia. Tercera: los libros posteriores al año 1845 hasta 1867, se cubren según orden cronológico de producción en relación con los textos de autores liberales, democristianos y socialistas que entre los años 1883 y 1921 realizaron críticas puntuales a las principales tesis de Marx. Cuarta: el estudio de las obras de madurez requiere combinarse con el análisis de los libros donde se especifican las críticas al planteamiento económico y filosófico de Marx, en especial los ensayos de Eugen von Böhm-Bawerk, Ludwing von Mises, Eduard Bernstein, Karl Kausky, Federico Hayek y otros investigadores de fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX.

Cualquier esquema de lectura debe ir acompañado de obras de consulta general, que en el caso aquí considerado han de referirse a la historia de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX, y a la historia de las doctrinas económicas y filosóficas en esos siglos.

La contradicción básica del orden social

A lo largo de sus obras, Karl Marx constata algo que otros habían descubierto antes que él: la existencia de una contradicción entre el origen social de la riqueza económica y la naturaleza privada de su apropiación. A diferencia de sus adversarios el autor de El Capital propone resolver esa contradicción a través del odio, la violencia y la dictadura política. Marx defendió la creación de una dictadura estatal y gubernamental como periodo de «transición del capitalismo al socialismo» y sugirió un Estado grande, envolvente y totalitario en vista de que la desaparición del Estado, que para él era lo más importante del socialismo autogestionario, no era posible. Esto le hizo expresar, en el invierno de 1846-1847, una frase lapidaria que evidenció en dos líneas todos los vacíos e insuficiencias de sus análisis: «Luchar o morir, la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable». De esta manera, sin siquiera pensarlo ni sospecharlo, Marx es uno de los inspiradores ideológicos no solo del comunismo y del marxismo; sus afinidades psicológicas y filosóficas con el fascismo, el nacionalsocialismo, el anarcocapitalismo y los fundamentalismos religiosos, es más grande de lo que se supone comúnmente. Como he sostenido en otros escritos, estas corrientes políticas e ideológicas, a pesar de las diferencias que las separan, son ramas del mismo árbol; forman parte de una gigantesca y perversa ilusión: cultivar el odio como instrumento y sustancia creadora de un paraíso terrenal perfecto.

Las prácticas de una nueva experiencia paradigmática: el «Paradigma de la Conexión»

Las coordenadas históricas actuales, donde también se está produciendo el asesinato, el descarte y la exclusión de millones de seres humanos, están determinadas por la «gran transición», la «sociedad 4.0», la cuarta revolución industrial, las pandemias y los planes-pandemia, la desigualdad creciente y expansiva, la desaparición de las clases sociales medias, la esclavitud financiera de la inmensa mayoría de la población, la transformación de las religiones tradicionales y la guerra en curso. Estos procesos, como he dicho, exigen nuevos cubículos mentales y emocionales de comprensión e interpretación, nuevos paradigmas sociales e históricos, y nuevas formas de conducta y convivencia. No deja de ser monstruosa, sin embargo, la posibilidad de que en la condición histórica contemporánea se creen narrativas para mantener incólumes las esclavitudes y mentiras de siempre, y para que en los altares de esas mentiras se siga destruyendo la vida y promoviendo el asesinato de millones de personas. Es monstruosa la posibilidad, pero muy probable de que otra vez desde la política, la ideología, la religión y la economía, se fragüen nuevos circos para nuevos genocidios.

Para intentar evitar tan macabro desenlace conviene cultivar realidades como autonomía, creatividad, autogestión, desestatización, colaboración, innovación, espontaneidad, comunidad y sociedad sin planificación. Estos conceptos guardan relación con tradiciones anarquistas, liberales y reformistas en general, pero no con el socialestatismo en cualquiera de sus formas, ni con el espíritu confiscador y parasitario de buena parte de los grupos políticos e ideológicos que medran a la sombra del Estado y del gobierno, ni tampoco con ciertas tendencias sociales que asocian la práctica de la autogestión al odio y la violencia respecto a otras experiencias e intereses que no les son afines. Estos movimientos de autogestión, en medio de sus indudables y numerosos méritos, están perdiendo la oportunidad de sintonizar con la complejidad creativa del mundo humano en todas sus expresiones, debido al odio que albergan. Una sociedad plural, autogestionada y fraterna es la alternativa frente a la sociedad planificada, cibercontrolada, uniforme y feudalizada de los autoritarismos, y también lo es respecto a las experiencias de autogestión que disimulan la pesadilla de un odio visceral y violento.

Al sentido preciso de los vocablos que vinculo al «Paradigma de la Conexión» me referiré en otra ocasión, ahora enuncio los seis postulados que sustentan cada uno de ellos, herederos del proyecto emancipador de la Modernidad y la Ilustración universales: primero, la libertad es una revolución permanente de cambio constante y desequilibrante, por ella los muros del control y el centralismo siempre caen, en ella se trascienden los límites, se transforman las circunstancias, se crean mejores realidades y cada época encuentra la raíz de su evolución, el hilo conductor de su aventura, el horizonte de sus esperanzas; segundo, en la autogestión, en el autogobierno creciente y expansivo, se revela la vida como gracia liberadora, no hay odio ni exclusión, ni individualismo, ni tribu, ni colectivo gregario y disolvente, que pueda vencer el ímpetu de la autogestión personal, social y creativa; tercero, las ideologías destruyen las capacidades de la razón, equivalen a prisiones mentales y emocionales que producen ceguera. Las ideologías idiotizan, atontan; cuarto, más realidad existe en la más pequeña de las experiencias, que en la más grande de las teorías; quinto, la espiritualidad, en sus múltiples historias, contenidos y formas, es el núcleo creador de toda liberación humana; y, sexto, por el amor se vive la vida como libertad, y se la construye como fraternidad.

Estos postulados del «Paradigma de la Conexión» trascienden por completo los constructos ideológicos que tanto contribuyen a que el mundo sea un panteón genocida, distópico y alienado. En el «Paradigma de la Conexión» desaparece el «totalizador que totaliza y planifica», sea este el Estado, el gobierno, el mercado, la comunidad, el caos, la religión, las ideologías o la política. Alguien puede preguntar, «al dejar de existir el totalizador que totaliza y planifica, ¿qué lo sustituye?» La Vida, así sin más, y con mayúscula.