La vida es una lata; un sufrimiento rutinario. La protagonista de Mi año de descanso y relajación (2018) —anónima, rica, guapa y culta— decide, al principio de la novela, que ha tenido suficiente: vivir se ha vuelto una tarea insoportable, una obligación impuesta por la biología y, ante la necesidad de detener el reloj, descansar, recuperarse mentalmente del tedio y el agobio, hibernará durante un año. Con la ayuda de una psiquiatra desquiciada y armada con un arsenal de pastillas para dormir, la trama de esta novela se reduce a una sucesión de escenas en las que la protagonista duerme o desea quedarse dormida. En su estupor, se sucederán los recuerdos de sus difuntos padres (una madre alcohólica, un padre indiferente) y de su exnovio. En el presente, su amiga Reva, superficial, alcohólica y bulímica, sirve de contrapunto a la protagonista y ofrece una visión esperpéntica de una amistad parasítica.

Mi año de descanso y relajación se sitúa en la Nueva York trepidante (la contraportada dice «optimista», pero poco hay de optimista y mucho de delirante en este escenario) de antes de los atentados del 11-S. A pesar de los veinte años que nos separan del contexto de la novela, sin embargo, el lector moderno (sobre todo el lector moderno que ha pasado varios meses encerrado, haciendo cuarentena, mientras el mundo cambia a su alrededor) podrá sentirse identificado con la protagonista, cuya personalidad acerba e hipercrítica nos señala todas las formas en las que, como sociedad, hemos fallado. Pero, a pesar de su mirada crítica, poco le interesan los enredos del mundo; lee los titulares por encima, sin ganas de saber qué ocurre a su alrededor, de la misma forma que, actualmente, recibimos las noticias a través de un tweet, y se entretiene principalmente con películas de Whoopi Goldberg, con tal de no pensar.

Nembutal, Orfidal, Benadryl, Zolpidem, Placidyl, Bisolgrip, Fenobarbital… La falta de dramatismo y de trama que mueven la novela podrían convertirla fácilmente en una mera receta que llevar a la farmacia, una lista de la compra para cualquier aspirante a toxicómano, si no fuera por la potencia en la voz narrativa. Para tratarse de una protagonista obsesionada con el existencialismo, en tanto su deseo es dejar de existir ante la imposibilidad de sentirse satisfecha con el mundo, su voz se siente tan real como las páginas del libro al pasarlas, incluso más. Moshfegh es capaz de captar, con una precisión admirable, la angustia que cala la existencia de los recién apodados «jóvenes adultos». La juventud se alarga hasta los treinta, no por voluntad propia, sino por la precariedad laboral que encuentran los jóvenes hoy en día al salir de la universidad, las crisis económicas consecutivas que han marcado su adolescencia y sus primeros años de adultez, y la imposibilidad de independizarse con cierta seguridad económica. Pero el lector (y tal vez la reseñista) se proyecta en la protagonista sin nombre (es tan fácil sentirse parte de la narrativa, tan fácil ponerse en su papel… quítale el nombre a tu protagonista y verás como pronto es tu nombre el que imaginas en el papel, una técnica que muchas escritoras de fanfiction han usado, desde los inicios de Wattpad, para atraer lectoras que fantasean con vivir aventuras junto a sus personajes y celebrities favoritos); a fin de cuentas, la protagonista de Moshfegh es una «niñata privilegiada», que diríamos hoy en día: blanca, rubia, guapa, delgada, con un aire a Kate Moss, educada en una de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos, con un diploma en Historia del arte (¿qué privilegio hay más grande que poder estudiar humanidades sin preocupación alguna de lo que harás al terminar la universidad?), que deja su trabajo en una galería de arte para dedicarse a tragar pastillas para dormir y ver películas en VHS.

Pero es difícil echarle en cara a la protagonista sus defectos, así como su obsesión por escapar del mundo; a fin de cuentas, huye de la vacuidad, de los artículos frívolos de Cosmopolitan, de los episodios de Sexo en Nueva York glamurizando la ciudad y las relaciones sentimentales, de las dietas que rayan la anorexia, de los matrimonios sin amor ni felicidad, de la cultura de trabajo sin descanso, hasta caer enfermo o muerto, de los trabajos corporativos y el esnobismo…

Atrás quedan los personajes principales activos, llenos de personalidad y deseos, característicos de la literatura del siglo XX. La contemporaneidad los ha reducido a criaturas neuróticas, al borde del colapso mental, pasivas, egoístas, egocéntricas… La gran novela americana es ahora un lento descenso hacia la neurosis y la introspección obsesiva, fruto de años subyugados a un sistema capitalista que no permite a sus vasallos vivir, sólo sobrevivir. Moshfegh explora los efectos de un sistema opresivo sobre un personaje que, a primera vista, encarnaría el prototipo de All American Girl: rubia, guapa, delgada y de buena familia. Vemos como la plétora de privilegios con los que ha crecido son, a su vez, el motivo por el cual en la actualidad se encuentra atrapada en su propia cabeza, víctima de la apatía. El consumismo exacerbado no la llena, tampoco las relaciones humanas. Si hubiera nacido hace un par de siglos, tal vez la hubieran diagnosticado con histeria femenina, aunque la necesidad constante de dormir y la apatía apuntan, más bien, a una depresión fruto de haber quedado huérfana.

Dormir se presenta como su última oportunidad para curarse y desintoxicarse de una existencia insoportable. El proyecto se presenta como una resurrección, como si después de un año de hibernación pudiera una renacer de sus cenizas y ser una persona nueva. Un proyecto atractivo para cualquier persona que se haya enfrentado a una crisis nerviosa o a un episodio depresivo.

Moshfegh, además, apela directamente a sus lectoras, poniendo al descubierto todas esas ansiedades propias del cuerpo femenino. La protagonista rechaza de forma activa cualquier tipo de cuidado personal (duchándose una vez a la semana como máximo, dejando de lado la depilación, evitando el uso del maquillaje…), aunque en sus episodios de sonambulismo termina volviendo a lo que conoce: la depilación, los masajes, la ropa de marca. Mientras que conscientemente la protagonista rechaza la corporeidad en la que habita, intentando llegar a lo más pro-fundo de su alma para mostrarse así tan monstruosa como se siente, su inconsciente la devuelve una y otra vez de vuelta a las rígidas normas sociales. Digo monstruosa porque es la palabra que utiliza Camille Bernt (2021) en su disertación, aunque otros tal vez preferirían que la tachara de natural. Natural, desafortunadamente, es una palabra que ha perdido todo su significado en el mundo de la moda y la belleza; a fin de cuentas, ¿no consumimos de forma compulsiva video tutoriales sobre cómo perfeccionar un maquillaje de apariencia natural? La naturalidad, como todo, es una performance, solo hace falta entrar en Instagram y ver cómo actualmente la moda es aparentar natural, en contraposición a la moda de hace un par de años, donde la artificialidad era celebrada; sin embargo, ambas corrientes son artificiosas, aunque una más transparente que otra.

De la misma forma, la protagonista y Reva se contraponen; mientras que la protagonista rechaza la corporeidad, Reva se obsesiona con su propio cuerpo, torturándose con dietas extremas, sucumbiendo a la bulimia, persiguiendo la apariencia perfecta que, muy a su pesar, la protagonista tiene sin necesidad de esfuerzo. Ninguna de las dos, sin embargo, está satisfecha con la suerte que le ha sido echada: la protagonista, que lo tiene todo, no desea nada; y Reva, que desea tenerlo todo (el dinero, el éxito, el respeto, el amor, la belleza), perseguirá sus objetivos de forma obsesiva hasta acabar primero enferma y luego muerta. Mientras que Reva acepta participar de la rueda del capitalismo, persiguiendo la vida glamurosa de la Nueva York de Carrie Bradshaw, convirtiéndose en su propia víctima, la protagonista rechaza esa misma vida para encerrarse en su apartamento. Sin embargo, ambas se parecen en la forma de lidiar con sus ansiedades, y es que parece mentira, pero, hoy en día, el mayor poder que pueda ejercer la mujer sobre su propio cuerpo es aún el poder del rechazo (Gilbert y Gubar, 2007): el rechazo a participar de ciertos aspectos de una cultura, el rechazo al matrimonio, el rechazo a comer y, llevado al extremo, el rechazo a existir; una práctica que, a su vez, va ligada, muchas veces, a la locura, a la histeria femenina.

La protagonista de Mi año de descanso y relajación será una loca, pero es interesante el número de lectoras que, entre sus páginas, han podido ver reflejados sus propios pensamientos y preocupaciones.

Notas

Bernt, C. (2021). Into the Abyss: Self-Destruction as Feminist Resistance in Ottessa Moshfegh’s My Year of Rest and Relaxation and Han Kang’s The Vegetarian. Tesis de grado. Estados Unidos: Dominican University of California.
Gilbert, S. Y Gubar, S. (2007). «Chapter 2: Infection in the Sentence: The Woman Writer and the Anxiety of Authorship». Feminist Literary Theory and Criticism: A Norton Reader. Norton & Company, pp. 448 - 459.
Moshfegh, O. (2018). My Year of Rest and Relaxation. London: Penguin Vintage.