La investigación llevada a cabo por la Fiscalía Suiza a la cúpula directiva de la FIFA -a petición del Departamento de Justicia de Estados Unidos y el FBI- destapó una caja de Pandora que durante años se mantuvo como una leyenda urbana, ahora a punto de desatar la madre de todas las tormentas en el mundo del fútbol. Y todo ello dejando a un lado al llamado deporte rey.

Mientras transcurría la calma mañana, la ciudad de Zúrich era escenario de una operación policial en la que uno a uno iban cayendo directivos como piezas de dominó. Según avanzaban las detenciones, el ritmo capitalino se aceleraba a través de rumores por las redes sociales, los medios de comunicación y los humeantes teléfonos.

Corrupción era el nexo común entre los nueve altos cargos de la Federación de Fútbol y solo la punta del iceberg, según anunciaban orgullosas las autoridades estadounidenses. La algarabía contrastaba con el silencio cómplice de la parte helvética a la vez que todos los dedos acusadores apuntaban a un mismo hombre, Joseph Blatter, el jefe del balón tras 17 años.

Como en una partida de ajedrez, cada movimiento, por muy leve o inoportuno que simule, esconde un propósito: matar al rey. Todo estaba bien pensado y el tablero dispuesto. No había una ocasión mejor: el Congreso de la FIFA, del que saldría elegido el presidente. Dos opciones, presente y futuro, sobre la mesa. Blancas y negras jugaban, pero el vetusto presidente, que se enfrentaba a su reelección imposible, resultaba ganador sorpresivamente, dejando a la opinión pública dividida entre los que se lamentaban por la impunidad de los amos del fútbol y los que apelaban a la inocencia.

Las supuestas imputaciones varían desde el amaño de encuentros, la venta de eventos deportivos, la compra de apoyos para seguir en el poder, el blanqueo de dinero y la principal cuestión, la elección de las sedes de los mundiales (Rusia 2018 y Catar 2022). En total, la Fiscalía suiza encontró hasta 53 posibles causas ilegales, por las que Blatter se encuentra en el ojo del huracán y por las que será interrogado, al menos esa es la intención de la autoridad judicial.

Pero a medida que pasa el tiempo y se diluyen los efectos del tsunami generado por el ‘FIFAgate’, ya son muchas las voces que ven en este controvertido caso una trama que va más allá del balompié. Es conocido que Estados Unidos no es una potencia en este deporte –a diferencia de otras disciplinas- aunque en los últimos tiempos desde la Administración Obama se vienen realizando importantes esfuerzos para revertir la situación.

Esfuerzos que han recaído sobre todo en el ámbito privado a través de los patrocinadores, quienes intentan situar el fútbol, a golpe de talonario, entre las ligas mundiales. Una competición relanzada gracias a estrellas en retirada y promoción a la americana, pero que Blatter no solo ignora, sino que margina. Muestra de ello son las ediciones del 2018 y 2022, cuyas sedes deseaban varios países entre los que destacaban Reino Unido y Estados Unidos, respectivamente.

Pero el mundo vio con sorpresa cómo las opciones favoritas eran rechazadas con el voto del Sepp, quien prefería las candidaturas de Rusia y Catar, añadiendo más leña a una polémica que venía de atrás. Esta circunstancia centra una corriente de opinión cuya teoría consiste en que este caso no es más que un nuevo escenario donde se llevan a cabo las disputas entre Washington y Moscú. La guerra fría llega a los terrenos de juego, tras una serie de intentos que abarcan el geográfico, el económico, el social y ahora el deportivo. Blatter es un personaje muy cercano al presidente ruso, Vladímir Putin, y el golpe de Estado en el seno de la FIFA podría ser el arma a usar contra el campeonato del 2018. Un golpe bajo y directo a la imagen del exagente de la KGB como líder de un frente no alineado. Putin cree que todo este proceso es una conspiración para sabotear las aspiraciones del país por acoger el principal espectáculo deportivo.

El viejo Blatter aguantó estoico a sus 79 años una dura asamblea de la que salía victorioso en dos sentidos. El núcleo apostaba por la continuidad pese al escándalo y el reelegido presidente indicaba a Estados Unidos que nadie jugaba con la pelota salvo ellos. La tormenta quedaba controlada, pero solo en apariencia. Días más tarde, Sepp presentaba su dimisión y dejaba abierta la puerta de una nueva Guerra Fría.