Recuerdo aquellos Tours de Francia que viví durante mi niñez, cuando el ciclismo era verdaderamente un espectáculo y cuando la mítica carrera gala concentraba a multitud de espectadores ante la televisión, deseosos de ver las gestas de los héroes de la bicicleta. El fabuloso duelo entre Fignon, Lemond y Pedro Delgado en el 88; los intentos desesperados de Bugno y Chiapucci, y posteriormente del gran Rominger, de destronar al rey Miguelón; el imperial dominio del navarro en las contrarrelojes; las exhibiciones de Pantani en las legendarias cimas de la carrera gala (Tourmalet, Alpe D´Huez, Galibier). Aventureros que escapaban 200 kilómetros en solitario en pos de la victoria, retando en un duelo desigual al pelotón, y a veces se llevaban el gato al agua; aficionados enfervorecidos dando color y calor a los puertos desde su inicio; etapas espectaculares de media montaña; emocionantes contrarrelojes con los favoritos en un pañuelo; ataques y más ataques cuando la carretera miraba hacia el cielo o en suicidas descensos vertiginosos; líderes carismáticos y gregarios esforzados. Espectáculo, en definitiva.

Eso es todo lo que veo cuando busco en mis recuerdos veraniegos sobre la carrera ciclista más importante del mundo, sobre uno de los grandes mitos del deporte mundial. Y siento nostalgia.

Nostalgia porque el Tour de Francia ya es otra cosa. No me recuerda ya en nada al ciclismo de antaño, salvo en alguna etapa suelta como la penúltima de esta edición, en la que Nairo Quintana puso contra las cuerdas al maillot amarillo, Chris Froome, con un valiente ataque que pudo dejarle sin el primer puesto a la llegada a los Campos Elíseos.

Ahora veo conservadurismo táctico, escasa improvisación, poco espacio a la aventura en favor del ciclismo control. Líderes sin el carisma de los de antes, gallos más conservadores, menor sentido del riesgo. Etapas más cortas, escasez de contrarrelojes, montaña menos exigente, poco margen a los aventureros.

¿Se ha perdido emoción por culpa del resultadismo o quizás yo había idealizado el ciclismo de entonces? Seguramente ambas cosas. Lo cierto es que casi todo el mundo coincide en que el deporte de la bicicleta no transmite la tensión y emoción de antaño. El dopaje lo ha herido gravemente, pero el conservadurismo, que ha pasado mucho más desapercibido, lo ha acabado por rematar y difuminado su esencia. Mientras esperamos a que el espectáculo vuelva, a los nostálgicos siempre nos quedarán los grandes recuerdos del pasado, los héroes de los ochenta y noventa.