Si hay un equipo de fútbol del que se escriben cientos de páginas y artículos en periódicos y revistas especializadas, se dan noticias diariamente en la radio y la televisión y se debate en la prensa, en redes sociales y en la calle a todas horas, ese es el Real Madrid. Desde el más mínimo detalle de cada sesión de entrenamiento hasta la más absurda de las anécdotas de alguno de los futbolistas blancos, pasando por cada rueda de prensa, declaración, partido o acto publicitario, todo, absolutamente todo lo que tiene que ver directa o indirectamente con la que es una de las más gigantescas maquinarias de propaganda y publicidad del mundo (y del deporte, por supuesto) llega a ojos y oídos del receptor que quiere y al que le interesa el club merengue. Y al que no, también.

Debido a ello, seguramente sean muy pocos los que no tengan una mínima noción de todo lo que ha acontecido dentro del Real Madrid en los últimos meses de su existencia, que ni mucho menos es poco. La temporada 2015-2016 finalizó sin grandes títulos en las vitrinas blancas, con una plantilla sumida en una profunda crisis de identidad tras ganar la Décima Copa de Europa de la historia del club un año antes, en mayo de 2014, y con multitud de polémicas abiertas. A principios de 2015 se había ‘aireado’ una fiesta de cumpleaños de Cristiano Ronaldo horas después de que el equipo sufriese una de las derrotas más dolorosas de los últimos años, en el derbi madrileño ante el Atlético de Madrid, por cuatro goles a cero. Esa tarde terrible para el madridismo, unida al cóctel explosivo de las imágenes de la estrella portuguesa pasándoselo en grande en compañía de varios miembros de la plantilla y de un joven cantante latino cuyo nombre, Kevin Roldán, desconocido hasta entonces, alcanzó la notoriedad que seguramente él mismo buscaba, aceleró el despido del entrenador, el italiano Carlo Ancelotti, ‘hacedor’ de la hazaña de la Décima hacía solo unos meses y arquitecto de un equipo que en poquísimo tiempo pasó de encadenar una racha de récord de 22 victorias consecutivas a caer en todos los frentes competitivos. Un varapalo enorme para entidad y afición.

Un año de los denominados “en blanco” para el Real Madrid –los títulos considerados “menores” de la Supercopa europea y el Mundial de Clubes no suelen contar a la hora de computar éxitos en una institución como la merengue- exige medidas drásticas. Se acusó al técnico de exceso de complacencia y de “mano blanda” con los futbolistas tras una borrachera de éxitos, y el presidente, Florentino Pérez, optó por la más recurrida y popular (por no decir populista) de las medidas: cesó a Ancelotti y en su lugar fichó al madrileño Rafa Benítez, famoso por su rígida metodología, por haber cosechado éxitos en clubes como el Valencia o el Liverpool y por ser un hombre de la casa. Buscaba mano dura, como tantas otras veces después de acabar una temporada sin títulos y con un entrenador acusado de ‘paternalista’ con los jugadores. Pero la apuesta no ha podido salir peor. Solo siete meses después de aterrizar en la capital, Benítez era despedido tras un mal inicio de temporada, 0-4 en el último clásico ante el Barça en el Bernabéu incluido. La presión popular, el malestar del vestuario por las formas del nuevo entrenador –con reiteradas protestas en público por la decisión de despedir al anterior- y una creciente corriente de oposición a su figura personal hicieron a Florentino Pérez no vacilar solo días después de asegurar que “Benítez no era el problema, era la solución” en una entrevista radiofónica. Y en su lugar ha llegado Zinedine Zidane, ex jugador, ex leyenda futbolística y flamante técnico primerizo, cuyas mayores virtudes se alinean, curiosamente y a tenor de los expertos y de los comentarios de los propios jugadores, con las que tenía Ancelotti: cercanía con la plantilla, diálogo y una apuesta por “dejar hacer” a los jugadores en lugar de encasillarles en sistemas de juego y obligaciones tácticas.

Este constante vaivén en el rumbo de la gestión del Real Madrid en el plano deportivo lleva siendo así desde hace décadas. Tan pronto se apuesta por un entrenador de perfil modesto en las formas (que no siempre en popularidad) y de metodología suave con los futbolistas, tendente a la flexibilidad y amistosa con los medios como se deshecha para echar mano de un técnico que imponga respeto y cuya figura trascienda a la de los propios jugadores, que sea metódico, que imponga un alto ritmo de sesiones de entrenamiento y rigidez táctica en los partidos, generalmente defensivo y resultadista. Y cuando ese modelo ‘agota’ las plantillas, se produce una renovación del vestuario con muchas salidas y numerosos fichajes, mandados de nuevo por un “padre” más que por un “sargento”. Un ciclo que parece no tener fin y del que tampoco se aprende en Concha Espina. Así sucedió con Vicente del Bosque, que permaneció cuatro temporadas en Chamartín entre 1999 y 2003, cosechando dos Ligas y dos Ligas de Campeones, entre otros títulos. Se decidió no renovarle, entre otros motivos, por ser demasiado condescendiente con las estrellas de la plantilla de aquella época. Los resultados posteriores dieron paso a un periodo de más fracasos que éxitos y demostraron que aquel movimiento fue un error. Apenas dos Ligas y ocho entrenadores entre 2003 y 2009 culminaron con una etapa estable y José Mourinho en el banquillo. El luso, abanderado de la disciplina unida al éxito y cuya figura ha sido de lo más respetad, venerado y hasta temido en el mundo de los banquillos del fútbol de élite, solo pudo conquistar una Liga, una Copa del Rey y una Supercopa de España ante una de las mejores versiones del Barcelona de todos los tiempos y antes de agotar su crédito y desgastar enormemente a su plantilla en tres temporadas. Curiosamente, su sucesor fue Ancelotti, de perfil “blando”, quien logró la ansiada Décima Copa de Europa doce años después de la octava… que se había ganado con Del Bosque.

Los resultados dan que pensar. No ya por el hecho de que tanto cambio de patrón no se haya traducido en resultados en un tiempo de más de diez años de duración, sino porque cuando llegaron los más importantes, lo hicieron con un perfil similar de ‘jefe’ al mando del grupo de futbolistas. Y sin embargo, estos datos nunca han hecho que aminore el número de personas, aficionados, periodistas o expertos del mundo del fútbol que abogan por un tipo de entrenador que se imponga a los jugadores en equipos de élite, y concretamente en el Real Madrid. Técnicos en torno a los cuales gire el día a día de las entidades, y no al revés. En un sector laboral tradicional siempre es el jefe el que lleva la voz cantante de las estrategias a seguir, y las plantillas siguen a rajatabla, por norma general, las directrices del escalafón directivo de una empresa. En el deporte de élite, sin embargo, y muy concretamente en el fútbol profesional, son los jugadores, los “trabajadores”, los verdaderos protagonistas de la actividad que realizan. Sin ellos no existiría producto, al igual que en cualquier otro sector, pero con la diferencia de que en su caso, para los ‘capos’ que dominan las grandes corporaciones siempre es más fácil ‘decapitar’ (y perdonen la expresión) al jefe que despedir a toda la cuadrilla. El trabajador tiene más fuerza que en cualquier otro ámbito. Y sin sindicatos de por medio.

Quizá sea este detalle el que otorgue ventaja a los entrenadores que saben comprender que seguramente les irá mejor en su trabajo en tanto en cuanto sepan ‘apartarse’ del primer plano de la notoriedad para dársela a los futbolistas. Preparadores cuyo principal objetivo no sea inculcar jugadas ensayadas u ordenar que los futbolistas corran más o toquen menos el esférico, sino procurar que el ambiente en el vestuario sea alegre, que el jugador se divierta haciendo lo que mejor sabe hacer y que ningún tema extradeportivo cause mal ambiente. Un ‘gestor de grupo’ y gestor de estrellas, más que un entrenador de fútbol. Aun a costa de sufrir calificativos como “títere”, “marioneta” o leer y escuchar que “no hace nada” en su día a día y se vale de la autogestión, palabra muy utilizada en el fútbol de nuestros días.

No puede haber mejor ejemplo de acusación de “autogestión” en un vestuario que el del Barça de la pasada temporada. El conjunto azulgrana pareció tocar fondo en cuanto a malos resultados en enero de 2015 tras una dolorosa derrota en San Sebastián ante la Real Sociedad. El técnico, Luis Enrique, considerado de perfil autoritario, estaba en el alambre por, supuestamente, su enfrentamiento con nada menos que Lionel Messi, entre otras estrellas del equipo. Pero justo en ese instante de la campaña numerosos medios hablaron de un “paso atrás” del asturiano en favor de los futbolistas. “Les dejará hacer lo que quieran”, se dijo. Cuatro meses después, el Barcelona, en una resurrección increíble y algo motivada por la caída del Real Madrid, conquistaba un triplete de títulos contra pronóstico: Liga, Liga de Campeones y Copa del Rey.

¿Significa esto que la fórmula de entrenador ‘blando’ con los jugadores es siempre efectiva? Ni mucho menos. Precisamente, aquellos técnicos cuyo cartel de presentación es la disciplina suelen acompañar sus currículums de extensos éxitos. Mourinho, Fabio Capello, el propio Rafa Benítez… aunque en muchos casos en clubes que, sin ser de segunda fila, no figuran en ese grupo de entidades consideradas como el súmmum del fútbol mundial (Valencia, Oporto o Liverpool). Así pues, y siempre teniendo en cuenta que el fútbol, como cualquier deporte, siempre va unido a un componente de aleatoriedad impredecible, seguramente estemos asistiendo a un progresivo cambio en cuanto al perfil del técnico ‘ganador’ en conjuntos de élite: más un supervisor que un hombre dedicado a la docencia futbolística. Un psicólogo, un socorrista, un ‘padre’ que no permita que los futbolistas, esos seres convertidos en ‘Dioses’ que apenas trabajan dos o tres horas diarias y que basan su vida en entrenamiento, dieta, compromisos publicitarios y sociales y mucho, muchísimo tiempo libre, expuestos a un mundo donde el dinero les hace tener todo a su alcance, se “pierdan” por el camino. ¿Supone esto la ‘muerte’ del entrenador tradicional, más ligado al deporte en sí mismo?