Hacía mucho tiempo que la afición francesa no tenía esperanzas en ninguno de sus corredores. La irregularidad había sido la nota dominante en muchos de ellos a lo largo de estos últimos años. Thomas Voeckler, Christophe Moreau o Sandy Casar son algunos ejemplos de hombres que no dieron la talla ni lo que se esperaba de ellos desde un primer momento. Francia añora a un gran ciclista que no aparece desde los tiempos de Bernard Hinault o Laurent Fignon, e incluso, si bajamos el listón, podríamos también referirnos a la calidad de Richard Virenque, un puñal en la montaña pero totalmente inerte en la contrarreloj.

Ahora parece que surgen y se consolidan nuevas promesas que ilusionan aquellos que pueblan las carreteras del Tour de Francia. Pierre Roland, Romain Bardet y, sobre todo, Thibaut Pinot han subido el irrisorio listón del ciclismo francés hasta situarlo en el lugar que le corresponde, entre los mejores del planeta. Este último, Pinot, ya ha dado buena cuenta de su buen hacer en la ronda francesa y a él nos vamos a referir a partir de ahora.

Este ciclista, natural de Mélisey, una localidad de la Alta Saona francesa, ha ido creciendo a lo largo de los últimos cursos dentro de un equipo que no es, ni mucho menos, de los más grandes del pelotón internacional, la Française des Jeux. Pinot ha ido subiendo escalón a escalón su nivel hasta convertirse en uno de los mejores y de los máximos favoritos en cada carrera que participa. Su crecimiento es exponencial y esto, como no, es motivo de ilusión para su país y, sobre todo, para la organización de “La Grand Boucle”, que mira de reojo como sube la audiencia de la carrera gracias a figuras como Pinot.

El galo ha demostrado que ha pasado de ser una promesa a ser una cristalina realidad. Su tercer puesto en el Tour de hace dos años, siendo además el mejor joven de esa edición, o el vencer en una mítica cumbre como es Alpe d’Huez en la pasada edición le han encumbrado como ciclista profesional. Ahora tiene un claro objetivo: dar al fin una alegría a su patria, esa que lleva tanto tiempo anhelando con ver a uno de los suyos en lo más alto del cajón del pódium de París.

Pero no todo es positivo en la trayectoria de Thibaut Pinot. Su miedo a los descensos a veces le ha superado, e incluso tuvo que abandonar alguna carrera por ello, como fue en el Tour de Francia de 2013. Su cabeza a veces le ha jugado malas pasadas y le ha quitado ese punto que le falta para codearse con los más grandes. Pinot es el hombre de las dos caras, puede dar lo mejor y lo peor de sí. A pesar de este hándicap es un deportista a tener en cuenta y a seguir, y con toda seguridad en el próximo futuro que le espera gozará de la estabilidad necesaria para lograr metas aún mayores.