Y el fútbol volvió a decepcionar una vez más. Concluida la Eurocopa, un campeonato que erige a Portugal como el nuevo rey del fútbol del viejo continente, la sensación es que las expectativas superaron con creces al espectáculo ofrecido por los 24 equipos participantes.

Que una selección como la portuguesa se haya llevado el título dice mucho, y poco bueno, sobre el nivel futbolístico puesto en práctica a lo largo y ancho de Francia durante este verano. Esto no tiene por qué restarles mérito a unos lusos que se proclaman campeones de Europa por primera vez en su historia. Ganar una competición de esta naturaleza siempre es muy difícil, sea en las circunstancias que sea. Pero hablamos de una selección que no fue capaz de vencer en ninguno de sus partidos durante la fase de grupos ante rivales como Islandia, Austria y Hungría. Todo hacía presagiar que el conjunto de Fernando Santos no llegaría muy lejos, y más cuando salvó su pellejo por los pelos al meterse en octavos como uno de los mejores terceros (tercera mejor marca de los seis). En el último partido de su grupo empató a tres contra Hungría, siempre fue a remolque y Szalai pudo haberlo decantado a favor de los centroeuropeos si no hubiera estrellado una clara ocasión en el palo después de que Cristiano Ronaldo hubiese restablecido las tablas en dos ocasiones. La estrella de los portugueses mostró su mejor versión en este choque y el resto del torneo estuvo más desacertado.

En ese escenario muy pocos habrían predicho que nuestros vecinos tenían opciones de hacerse con la copa. Equipos como el campeón mundial Alemania, el anfitrión Francia, una renovada Inglaterra, los jóvenes y talentosos belgas o incluso las venidas a menos selecciones de España e Italia se postulaban como los principales favoritos para alzarse con el trofeo. Desde el inicio y más después de la primera fase. Pero lo cierto es que tampoco ninguno de los seis con más papeletas para ganar había deslumbrado con su juego. Sí hubo minutos de destellos de España ante Turquía (rival muy débil), muestras de solvencia defensiva como la de los italianos y los alemanes (la de estos últimos algo engañosa) o recuperaciones esperanzadoras como la de belgas e ingleses. De hecho Bélgica completó el mejor partido de todo el torneo en los octavos de final al destrozar a Hungría por 4-0 comandada por un incontrolable Hazard y un brillante y eléctrico juego colectivo. Sí, ante esa selección contra la que Portugal casi se queda fuera a las primeras de cambio.

Pero el fútbol es así: imprevisible en muchas ocasiones. Portugal, que se había acostumbrado a sufrir durante la competición, fue pasando a duras penas cada eliminatoria. Además tuvo la suerte de caer en la parte del cuadro que evitaba a todos los favoritos excepto a Bélgica. Los lusos se deshicieron de Croacia a falta de un suspiro para la llegada de la tanda de penaltis y sin apenas haber creado ocasiones durante los 120 minutos. Después llegaron los polacos. Portugal fue superior durante el tiempo reglamentario, quizás en el único partido que realmente lo fue en toda la Eurocopa, y supo reponerse al tempranero tanto de Lewandowski. Pero consumado el empate, durante la prórroga fue Polonia mejor y no aprovechó el apagón físico de los jugadores portugueses. Los penaltis colocaron a Portugal a un paso de la final y el camino se despejaba mucho más tras la incomprensible derrota de Bélgica ante Gales. Pese a que los celtas se consolidaron como la auténtica revelación europea de esta edición, es patente que Bélgica cuenta con una mucho mejor plantilla y que habría supuesto un escollo más difícil para los de la Península Ibérica. La primera parte entre el equipo de Cristiano y el de Bale fue igualada, pero al comienzo de la segunda mitad murió el encuentro: dos zarpazos de los portugueses inclinaron demasiado el camino para Gales, que no tuvo capacidad de reacción.

Por el otro lado del cuadro Alemania no pudo superar a Italia antes de los penaltis. Joachim Löw tomó nota del repaso que se llevaron los españoles ante la Squadra Azzurra y puso en el terreno de juego una defensa de cinco con dos carrileros para no generar desequilibrios por ningún lado. Esta decisión resultó sorprendente y mostró falta de personalidad y confianza por parte del entrenador germano. Aunque al final le saliera bien por poco. Francia se dio un festín a costa de Islandia gracias a su efectividad, que no a un juego apabullante. Antes, los anfitriones tuvieron que tirar de remontada para dejar en el camino a una combativa Irlanda y Alemania tumbó con excesiva facilidad a una inofensiva, aunque con buenos mimbres, Eslovaquia.

La semifinal más esperada también sorprendió. Es cierto que el papel de locales otorgaba a Les Bleus una ocasión pintiparada para levantar la Eurocopa, pero no es menos cierto que el estatus de Alemania es mayor y deberían haber pasado a la final. Francia salió con mucho ímpetu pero Alemania logró calmar los ánimos y se fue haciendo poco a poco con el partido con su estilo parecido al que encumbró a España. Tan solo una absurda e infantil mano de Schweinsteiger en área propia hizo posible el desequilibrio en el marcador. Ya habían cometido ese mismo error los alemanes contra Italia con Boateng como protagonista. Pero esta vez el desenlace sería negativo para sus intereses. Griezmann anotó su segundo gol tras un error de Neuer y prácticamente sentenciaba la semifinal. Aunque es digno de elogio el hecho de que Die Mannschaft tuviera una reacción de orgullo y mereciera haber acortado distancias durante el último cuarto de hora. De no haber sido por la torpeza de su capitán, no sabríamos quién hubiera acudido a la final, pese a que luego el oportunismo del delantero del Atlético de Madrid pusiera tierra de por medio.

Y la gran final transcurrió en la tónica en que lo hizo el global del torneo: mucho miedo a recibir gol y ausencia de creatividad. Pese a la escasa calidad ofrecida por ambos equipos, fue Francia quien llevó las riendas del partido y quien buscó el gol en varias ocasiones, liderada por un potentísimo Moussa Sissoko. La temprana lesión de Cristiano Ronaldo parecía tornarse en una tragedia para Portugal, que se quedaba sin su mejor artillero. El jugador del Real Madrid no aporta gran cosa en el juego, pero a la hora del remate es el más incisivo y constante del mundo (posiblemente junto a Luis Suárez) y ese déficit se notaría sobre todo en el aspecto anímico de sus compañeros. Portugal aguantó todo el partido sin inquietar a Lloris y Francia había tenido suficientes ocasiones como para haberse llevado la final. La más significativa fue en la última jugada antes de llegar a la prórroga con un disparo al palo de Gignac tras haber partido a Pepe con un recorte.

Deschamps demostró no estar a la altura cuando sacó del campo a su mejor hombre durante la Eurocopa y al segundo mejor hasta ese momento en la final: Payet. Además lo hizo muy pronto, sustituido por un Coman que apunta maneras pero que, hasta ahora, parece un poco ‘cabra loca’. Payet es el jugador distinto en Francia: tiene velocidad pero también pausa, posee una técnica envidiable en el desborde y en el arte del pase y, además, tiene llegada y gol. Es posible que el hecho de que su jerarquía no haya alcanzado todavía el nivel de otros jugadores propiciara que él fuera el sustituido, en vez de un insignificante Pogaba, que no ha demostrado lo que dicen que vale. Puede que con este cambio Francia empezara a perder la batalla, pese a que siguió siendo superior. Llegada la prórroga pasó lo que suele pasar: el miedo a encajar se intensificó y la resistencia de los contendientes se vio mermada. En estas, Portugal creció un poco hasta que emergió la figura de Eder, héroe para la historia lusa.

Portugal se proclamaba campeona de Europa por primera vez en la historia y lo hacía con un equipo que no apuntaba maneras. Seguramente el que perdió en 2004 en casa ante Grecia tuviera más talento. Pero nadie vence en una competición como esta solo por suerte. La irrupción de jóvenes como el lateral Guerreiro, el talentoso Renato Sanches o el todocampista Joao Mario (el mejor portugués), la seriedad del guardameta Rui Patricio y la pareja de centrales Pepe-Fonte o el resurgimiento de veteranos como Quaresma y Nani (todavía tiene 29 años) han sido grandes noticias que han permitido a los de Fernando Santos ir avanzando hasta conseguir un premio con el que pocos soñaban. Y todo sin depender en exceso su más mediático jugador, como los especialistas presumían. Cristiano Ronaldo cada vez es menos influyente en el transcurrir de los partidos, aunque mantiene intacto su instinto asesino y su hambre por triunfar. Todos sabemos qué se habría dicho si Francia se hubiera llevado la final sin el capitán en la cancha.

Alemania tendrá que reconsiderar su futuro alrededor de Draxler, España seguirá viviendo tiempos de zozobra mientras se completa un relevo generacional necesario, Francia puede seguir construyendo sobre la presente base aportando mayor equilibrio entre poderío físico y talento, Italia deberá esperar a que surja algún pelotero que ponga la guinda a su ingrediente de competitividad innegociable e Inglaterra ha de tener paciencia con sus nuevas referencias y volver a aprender a competir en una competición grande.

Que el gol que valió la Eurocopa 2016 lo anotara un jugador de perfil tan bajo como Eder no quiere decir que no cuajara una gran actuación, es una metáfora idónea para reflejar lo que fue el campeonato: gris, sin grandes jugadas para el recuerdo y sin calidad. Lo mejor fue la sublevación de equipos como Islandia y Gales. Con esto se dice todo.